Número 27 | Junio de 2014
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Damos la bienvenida al Caixaforum en Zaragoza
 
 

¡Ya tenemos Caixaforum en Zaragoza! Es una alegría comprobar que, mientras otros proyectos estelares han quedado en nada, dejándonos con las ilusiones aguadas tras la Expo 2008, este nuevo foro cultural es una realidad, que sin duda va a contribuir significativamente al tirón turístico cada vez más potente de la capital aragonesa. Eran muchas las expectativas y, afortunadamente, hay muchos aspectos en los que se han ganado una sincera felicitación, aunque también quedan bastantes cosas por hacer, aspectos que mejorar.

 

Arquitectura y urbanismo.

La prestigiosa arquitecta catalana Carme Pinós ha diseñado un edificio que es como una escultura emergiendo en el skyline de un contexto urbano estratégicamente situado entre el centro histórico y uno de nuestros barrios más populosos: por ello, pero también por los entrantes, miradores y terrazas que invitan a la interrelación con el entorno, me recuerda un poco a la Casa da Musica de Oporto. Como allí inicialmente, aquí también parece ahora que esta estructura geométrica de hormigón, metal y cristal haya aterrizado, a la manera de un platillo volante, en medio de ninguna parte; pero confío que también en este caso el tejido urbano poco a poco se incardine animadamente con este nuevo elemento del vecindario. Además de las letras del logo de la entidad, es de esperar que en la zona verde de acceso veamos pronto instaladas esculturas u otras intervenciones de arte público; de hecho, ya hay una importantísima, que ahora queda mucho más vistosa y antes casi pasaba desapercibida: la vieja locomotora y el mural metálico de Andrés Galdeano que servían de mojón de engarce entre la Avenida Anselmo Clavé y la ya cerrada estación del Portillo.

Es lástima que esa gran arquitectura moderna, y el impresionante mural cerámico de Galdeano en su interior, hayan quedado relegados al olvido, pero la nueva estación de cercanías de ADIF es una arquitectura muy destacada, con su techo cupulado, y ha sido un acierto que hayan dejado expedita desde allí la comunicación peatonal a través del jardín, pues por allí llegarán muchos viajeros que, aprovechando que los billetes de largo recorrido llevan aparejado gratis el trasbordo en líneas ferroviarias de cercanías, vendrán por aquí a comenzar su visita turística de Zaragoza. El Ayuntamiento, que tanto ha colaborado en esta obra con La Caixa, haría bien en darles folletos turísticos para que los repartieran o los dispusieran en algún expendedor junto al mostrador de la entrada, a ver si a partir de aquí van adentrándose los turistas a visitar otras zonas.

Una apuesta de futuro, que por ahora son meros descampados sobre las vías férreas ya cubiertas, será la Milla Digital (cuyos extremos estarán marcados de noche por dos fanales arquitectónicos: las luces técnicas del Caixaforum y las intervenciones artísticas en las fachadas de Etopia); pero habría que prever aquí aparcamientos para todo tipo de vehículos, desde las dos ruedas del nuevo medio de locomoción favorito de muchos zaragozanos (el carril bici pasa al lado del Caixaforum) a los coches y autobuses de los visitantes foráneos, pues hay que descongestionar de vehículos (incluidos los de los diputados) el entorno de la Aljafería y poner aún más fácil el acceso a los turistas llegados desde Navarra u otros territorios del noroeste peninsular, donde no tienen ningún Caixaforum, por lo que hay que facilitarles aún más que vengan a éste, en lugar de desplazarse a ver las exposiciones de La Caixa en Madrid o Barcelona.

Otra apuesta, tampoco fácil de hacer realidad, sería la conexión con el IAACC Museo Pablo Serrano (y Averly, puestos a hipotetizar). Si el tejido urbano fuera distinto, este distrito urbano habría de ser el lugar favorito para que se multiplicasen los comercios relacionados con el turismo cultural, las tiendas de diseño, y las galerías de arte (ojalá la histórica galería de Antonia Puyó conozca ahora nuevos días de gloria). Pero apenas hay locales comerciales en la calle General Mayandía, a lo largo de la cual quizá conviniera dibujar huellas artísticas de pies e instalar arte público, pérgolas u otros mobiliarios de diseño urbano que sirvieran de señuelo y conexión viaria como “paseo del arte”. En todo caso, la llamativa arquitectura del Pablo Serrano se otea perfectamente desde el coqueto bar-restaurante del Caixaforumy su curiosa terraza exterior e incluso desde algunas de las terrazas superiores  (que ha sido un acierto decorar con olivos, pero hasta que instalen algún cortavientos van a estar casi siempre inaccesibles por razones de seguridad, como ha pasado en este fin de semana inaugural).

Terrazas hay muchas, incluida una en el entresuelo que servirá para que los visitantes vean y sean vistos, dando evidencia del hormigueo de personas, que será otro atractivo social de la institución, lo mismo que la tienda-librería con su escaparate al jardín. Ya ha habido muchos comentaristas que han destacado las muchas aperturas de esta arquitectura, que tiene miradores a la ciudad hasta en los ascensores, emparentándola por ello con el Centro Pompidou de París y contrastándola con la cerrazón del moderno modelo expositivo del white cube. Pero en las salas de exposición la luz es siempre artificial, a diferencia del ejemplo parisino, donde los muros de cristal dejan ver la ciudad incluso en las salas del museo, cosa que incluso sucede ya en el MoMA neoyorquino desde el 2004, y que también previó Pérez Latorre para algunos pisos del Pablo Serrano. Aquí se han evitado esos radicalismos postmodernos, con una prudente actitud propia de una entidad bancaria, que también se hace eco de la utopía de Beaubourg al presentarse como un fórum ciudadano, pero cautamente cercena los flujos de masas, pues para ir más allá de la planta baja (salvo que optemos por las empinadas escaleras), tenemos que tomar los ascensores, compartimentándonos en pequeños grupos. Sólo entre las plantas expositivas (espacios que serán accesibles con ticket de entrada) se fluidifica el tránsito colectivo de visitantes por medio de escaleras mecánicas.

 

Exposiciones inaugurales.

También el contenido de las exposiciones espantará un poco al gran público y, desgraciadamente, será difícil atraer de nuevo a muchos que hayan llegado estos días atraídos por la curiosidad de ver algo nuevo pero se hayan sentido alienados. Es muy oportuno que la primera muestra que nos encontremos, en el entresuelo, esté dedicada a la propia arquitectura del Caixaforum, pues serán muchos los visitantes que acudan ahora para ver el edificio; pero los planos y maquetas son duros de roer; mejor hubiera sido incluir más fotos y testimonios personales (de la arquitecta, de los altos responsables, o de la diversas personas involucradas en el proceso constructivo, comentando sus avatares) con amplia información sobre edificios parecidos de Carme Pinós u otras sedes de la red Caixaforum. Incluso podrían haber proyectado continuamente en el salón de actos del sótano los vídeos “Hola Zaragoza, Hola Caixaforum” y “Visita comentada al edificio” que la web de la entidad ha cargado en YouTube; para que el público pudiera acceder a la sala, sentarse en las butacas e iniciarse también en el uso de ese espacio.

Pero más arduos que los planos arquitectónicos son los “Planos sensibles” del difícil título que tiene la exposición del piso 1º, donde se presenta una selección de lo más granado de la colección artística moderna de la propia fundación. Yo desafío al más listo a intentar desentrañar ese epígrafe y el lenguaje abstruso del texto “explicativo” ofrecido en el panel de sala y en el folleto de mano, que alude a cómo “la necesidad de regenerar los presupuestos artísticos se manifestó de forma paralela a la urgencia de explorar la naturaleza humana y de reconstruir la condición de sujeto”. Supongo que quieren decir que los planteamientos de la modernidad se basaban en una nueva definición del arte, dejando de ser mera representación para plantearse como superficies que nuestra sensibilidad con sus colores y texturas abordan. De hecho, lo que aquí se nos ofrece es un repertorio canónico de famosos maestros (no siempre obras maestras, pero sí piezas muy representativas, objetos de devoción para coleccionistas de grandes firmas) de la abstracción/informalismo en dos generaciones estelares, la de los años cincuenta/sesenta y la de los ochenta. Que ese santoral dé comienzo con Miró y Tàpies no deja de ser un homenaje al origen catalán de La Caixa; pero tampoco hubiera estado de más algún guiño a nuestros santos locales: quizá no posean obras del grupo Pórtico, pero al menos en los textos de acompañamiento hubieran podido advocar su condición de pioneros de la abstracción, y cuesta creer que en su colección no haya ninguna escultura de Pablo Serrano, que aquí hubiera lucido muy bien entre las de Ángel Ferrant y Chillida. Espero que los guías de sala inviten al público a ver en el IAAC Pablo Serrano sus obras y las de Salvador Victoria, e incluso a coger el tren de cercanías para ver en Utebo las de José Orús, que serían otro estupendo complemento. Eso sí, entre los clásicos del informalismo figuran dos pinturas de Antonio Saura, aunque se echa de menos una mayor contextualización internacional, pues saben a poco los cuadros de Lucio Fontana y Jean Dubuffet (¿es posible que no tengan ningún abstracto norteamericano?). El otro polo de esa historia, es la parte de esta gran sala dedicada a la abstracción geométrica, donde reinan Oteiza y Palazuelo; pero curiosamente esa estructura bipolar no se ha aplicado ya a la otras sala, dedicada a la generación de los ochenta, donde no hay esculturas ni pinturas minimalistas y hasta la pintura-pintura de nuestro José Manuel Broto rezuma temperamento expresionista: aquí el rey indiscutible es Barceló, que capta la atención del público con un bodegón donde niños y adultos se entretienen en descifrar la silueta de una mesa, frutas y animales sacrificados. Vamos, que es un cuadro figurativo, como lo fueron la mayor parte de los pintados por los pintores de la generación de los ochenta, sin renunciar a la concepción de sus obras como “planos sensibles”, aunque esas tendencias no abstractas estén ausentes en el tendencioso relato histórico-artístico de esta muestra.

El reverso de esta moneda nos lo han querido ofrecer en el piso 3º, bajo el título “Narrativas en la imagen”, donde han presentado obras contemporáneas de la colección propia que cuentan historias sirviéndose de todo tipo de medios: pintura, escultura, fotografía, instalaciones, videoproyecciones… En este caso ya no hay un itinerario fijo, con un inicio y un final, sino que la entrada a la sala se abre en una bifurcación a partir de la cual vagamos a nuestro albedrío por el espacio expositivo sin que se perciba necesariamente alguna ilación entre la colocación de cada pieza y las demás. En este caso sólo hay un artista aragonés seleccionado, Javier Peñafiel, pero sí que han tenido un guiño de complicidad al escoger su obra para la cubierta del folleto. Hay muchos más artistas extranjeros representados, con obras muy típicas pero no siempre de las mejores, pues mis admirados Sophie Calle y Jeff Wall tienen aquí trabajos importantes pero rutinarios; aunque he de reconocer que Willie Doherty, tan reiterativo y previsible con sus vídeos sobre el conflicto norirlandés, en este caso me ha sorprendido con una doble pantalla donde se van alternando imágenes de una nave industrial y del rostro de un actor que evoca diferentes torturas que le amenazan, produciendo una sensación de paranoia. Es apropiado que esté cerca la instalación de Txomin Badiola, en su línea tremendista, pero en general veo demasiados temas violentos, pesimistas, o de solipsismo antisocial, cuando en nuestra sociedad y en el arte actual también hay muchos ejemplos de humor, solidaridad y buen rollo. Mis hijos se lo pasaron en grande en la cabina de proyección donde se mostraba un vídeo de Samuel Beckett con un rostro pintado de negro, cuya boca de dientes blancos lanzaba frases a toda velocidad; también estuvieron muy atentos en el cubículo donde Mabel Palacín reinterpreta con su vídeo una foto de un hinterland urbano, inventándose mil aventuras sobre aquel paisaje y los personajes que lo pueblan. Si quieren cautivar al público familiar, deberían apostar más por este tipo de obras.

 

Caixaforum Zaragoza, como foro cultural.

Es pronto para juzgar las actividades del centro, y estaremos atentos a ellas desde estas páginas. Me consta que la Fundación La Caixa ha sido siempre pionera en la divulgación educativa del arte y estoy seguro de que el personal contratado para las visitas guiadas y los talleres didácticos estará a la altura del merecido prestigio de la entidad en este campo. Tanto las azafatas del mostrador de entrada como el personal de sala están desbordados de público estos días, pero me han parecido gente encantadora, con ganas de ayudar. La tienda-librería es pequeña pero muy atractiva; aunque no hay en ella libros de arte aragonés o publicados en Aragón. En la web institucional y en las redes sociales ya comienza a haber bastantes contenidos; pero demasiado similares a los de los demás centros de La Caixa. Falta en todo un poco más de personalidad propia. Sería interesante que se trabasen estrategias expositivas y/o publicitarias comunes con el Pablo Serrano o Etopia; pero también con todo tipo de espacios culturales en Zaragoza. De hecho, han funcionado muy bien en colaboración con el resto de espacios abiertos por la Noche en Blanco, y ojalá los demás imiten más al Caixaforum en su apertura cotidiana en horarios no laborales, incluso los domingos por la tarde, que en la capital aragonesa son días donde normalmente no se podían visitar museos o exposiciones. Ahora ha llegado una sana competencia, a la que todos damos la bienvenida.

Jesús Pedro LORENTE
Director de AACAdigital

Fecha de Entrega: 30/06/2014
Fecha de Admisión: 30/06/2014


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