Fotografías de Antonio Uriel
Galería Spectrum Sotos, Zaragoza
Del 9 de enero al 17 de febrero, en la galería Spectrum Sotos, se ha podido admirar la excepcional obra de Antonio Uriel, entre los mejores aragoneses, que mantiene una línea intachable, coherente, siempre atrapada con específicos temas ante su condición de fotógrafo y poeta nacido en Zaragoza el año 1957. Al interesado por captar parte de lo hecho durante un período específico le sugerimos su hermoso libro Infierno, XXXV, editado por Prensas Universitarias de Zaragoza, Colección Cuarto Oscuro, el año 2012, con fotografías en blanco y negro y varios poemas. Ester Minio, en su texto para la tarjeta de invitación, más que bello, fulgurante, reposado, como si fuera un relato corto, escribe frases que atrapan. Imprescindible su transcripción aunque sea parcial. Dice: Un gesto torpe arroja sobre las vetas nacaradas del mármol cuatro rubíes pequeños, temblorosos y brillantes. Con la bebida en alto, taladrada por el fulgor del contraluz, lanza al aire un brindis mudo que resume el mundo y desvela el secreto alojado en el fondo del vaso: el final se acerca, sólo el invierno es cierto. In vi(er)no veritas. Precisamente, el título de la exposición es El Origen del Invierno. Antón Castro en su entrevista, Heraldo de Aragón, 8 de enero de 2013, comenta que gran parte de la exposición nace de una imagen concreta. Al respecto, Antonio Uriel, en su prólogo para la exhibición afirma, entre otras consideraciones, lo siguiente: El verano pasado vi a Mefistófeles en la Hauptbanhof de Frankfurt. Lo reconocí de inmediato por su sombrero tirolés, descolorido ya y con la pluma inequívoca, y las piernas delgadas embutidas en una especie de malla. Por lo demás, parecía un mendigo. Rebuscaba envases en las papeleras selectivas para recuperar el depósito. Se manejaba sólo con un brazo del que colgaba la bolsa de plástico donde metía botellas y latas; el otro lo llevaba oculto debajo de la camiseta, seguramente en cabestrillo. El primer impuso fue fotografiarlo. Lo indicado sin olvidar que hace dos años, tras un viaje a París, enfermó y casi muere. Una vez restablecido, tal como nos indicó Antonio Uriel el día de la inauguración, cabría sugerir hasta qué grado influyó en su obra dicha circunstancia, aunque a juzgar por los temas mantiene el impecable equilibrio entre pasado y presente. La exposición consta de 18 fotografías en color y 18 en blanco y negro. Dos obras de 2009 y las restantes de 2011 y 2012. Otro dato permite distinguir un cambio técnico pues si antes era un fotógrafo analógico en blanco y negro, en la exhibición todo es fotografía digital. También cabe indicar que este artista siempre ha partido de la realidad, que luego altera e incluso distorsiona, en mayor o menor grado, para ofrecer una especie de interpretación con el significado muy distinto al punto de origen pero transformado en arte muy personal. Las obras en color se distinguen por un uso muy equilibrado para evitar estridencias, como si todo transcurriera con suma naturalidad sobre lo real secuestrado con la cámara, mientras que las en blanco y negro discurren entre los negros y grises alterados por los blancos como latigazos móviles cuando se dan. Todo se completa mediante el uso de los espacios, que oscilan entre primeros planos, ambientes específicos de interiores y la calle como una especie de aire acotado al estricto enfoque. Si una obra se basa en un texto de Heidegger, El Origen de la Obra de Arte, con fragmentos basados en ocho hojas, cuatro y cuatro formato apaisado, con letra en blanco sobre fondo negro y énfasis en lo enigmático, para Antonio Uriel la escalera, uno de sus temas preferidos, es símbolo del conocimiento que se degrada. También destacamos el autorretrato en Manchester, donde se muestra de perfil y sentado en el interior de una habitación con un libro en las manos y contemplando la calle. Cierta impregnación de soledad melancólica nos arrastra como si lo observado fuera inalcanzable o alcanzara el matiz para interiorizar un tema a través de cualquier suceso en apariencia sin trascendencia. Fotografía afín con la titulada A Uriel Berlin, de 2012, pero ahora con la figura masculina de espaldas, tan enroscada en su anonimato, que ni se sabe su pensamiento, claro, y menos todavía si contempla algo pues enfrente tiene una ventana con visillos para impedir toda visión de la calle. Soledad. Más soledad en las figuras humanas, una por fotografía, que viven la calle como si fuera un encuentro a la búsqueda de cualquier incógnita. Como si estuvieran perdidos hacia destinos impredecibles. Sin olvidar el primer plano de unos pies mirando el techo de cualquier hipotética habitación, obra tan atractiva como sorprendente, quedan las fotografías, por ejemplo, con una escalera o cuatro zapatos, dos y dos, que parecen mirarse sin sus propietarios, o uno, que viven desde su extraña presencia. Escalera y zapatos alterados, según indicábamos, por latigazos de luz blanca móvil que potencian una situación mágica por sorprendente, pues no olvidemos que estamos en interiores para que la acción vibre encerrada y atrapada en un quieto espacio. Antonio Uriel vive desde hace años un derroche creativo con pasmosa seguridad, muy capaz de mostrar cambiantes temas que pasados por su filtro, tan imaginativo como pensado, se traducen en secuencias de la vida con el tierno desdén de un mago que extiende la mano para chasquear los dedos y ofrecer su panorama humano.
Manuel PÉREZ-LIZANO FORNS
Presidente de AACA y vicepresidente de AECA Fecha de Entrega: 26/03/2013 Fecha de Admisión: 26/03/2013 << volver |
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