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Fumiko Negishi: realidades misteriosas, paisajes soñados.
Galería Egam (Madrid). Del 23 de junio al 16 de julio de 2010.
Supuestamente, que el ser humano, ante la necesidad de entender el mundo en el que vive, se plantee problemas metafísicos forma parte de su propia naturaleza. Ahora bien, resulta mucho menos frecuente que alguien sea capaz de resolverlos con la sencillez y el ingenio que Fumiko Negishi (Tokio, 1970) –artista de origen japonés pero afincada desde 1993 en la capital española- ha demostrado en su última exposición celebrada en la madrileña galería Egam. En dicha muestra -la segunda llevada a cabo por Negishi en esta prestigiosa sala- la artista nos ofrece casi una treintena de piezas independientes pero al mismo tiempo relacionadas entre sí. Esto se debe a que las obras se conciben como una especie de friso continuo que ocupa los dos espacios de la galería y que al recorrerlo visualmente proporciona al espectador una sensación similar a la vivida al mirar a través de la ventana de un tren en movimiento. No en vano, aunque su planteamiento naif y sumamente imaginativo no lo evidencie, el tema más recurrente de la obra de Negishi es el paisaje. Así, también en esta ocasión nos presenta un compendio de formas orgánicas que construyen fragmentos naturales quiméricos. En ellos la artista nos acerca historias imaginadas o soñadas –hasta el punto de que a veces proceden directamente de su propio subconsciente- y que, a menudo, se remontan a tiempos inmemoriales, nada más y nada menos que al principio de todos los tiempos, al origen de la creación. No obstante, Negishi no aplica a su obra una visión religiosa o al menos no se afilia a ningún credo concreto sino que simplemente se interesa por los puntos que tienen en común muchos de los dogmas que han existido a lo largo de la Historia, es decir, la esencia y el sustrato que subyacen bajo ellos. Por eso, apenas sorprende que podamos establecer ciertas concomitancias entre la temática de sus creaciones y las creencias animistas del Shintoismo nipón o la mitología egipcia. Así, Negishi configura en sus piezas todo un complejo y personal entramado lingüístico que además posee un fuerte carácter simbólico. En este sentido, algunos de los más interesantes elementos que lo componen son, por ejemplo, las lenguas mentirosas, las bocas charlatanas, los ombligos de agua de los que surgen nuevos universos, las naves que parten a ninguna/cualquier parte y realizan viajes interminables, los dameros, los globos que engendran nuevas atmósferas, los lagos sin fondo, los túneles misteriosos, etc. Gracias a ellos, esta artista es capaz de evocar mundos fantásticos donde lo real y lo irreal se confunden o al menos donde la más absoluta ambigüedad es posible, universos en los que todo puede transformarse y en los que las cosas pueden no ser lo que parecen. Asimismo, son verdaderamente destacables los cuidados juegos compositivos que la artista emplea para lograr un perfecto equilibrio sin recurrir jamás a la simetría o también la absoluta planitud escogida, la cual parece evocar un lugar abstracto -casi conceptual- y carente de gravedad. No obstante, también es cierto que Negishi combina este tipo de resultados con pequeñas notas de espacialidad a través de la inclusión de objetos en perspectiva como en el caso de las parejas de bolas unidas por finos segmentos. Sin embargo, su presencia pasa algo inadvertida y la mencionada bidimensionalidad es la que obtiene todo el protagonismo en sus cuadros. Hasta tal punto es así que dicha característica sumada a la simplicidad de los elementos representados y a la temática del paisaje que Negishi utiliza han favorecido que muchos críticos hayan comparado sus obras con los karesansui, jardines secos vinculados con la filosofía zen. Una relación ésta que, a pesar de lo superficial que resulta a veces establecer este tipo de vínculos, puede justificarse por el interés que comparten en buscar la esencia de las cosas, si bien es cierto que Fumiko nunca ha llevado a cabo un préstamo consciente de este tipo de manifestaciones. Por otro lado, el universo de Negishi también nos seduce por su refinada y singular técnica de acrílico sobre tabla barnizada, la cual aplica tanto a los cuadros como a las delicadas cajas. Este último formato destaca además por poseer un valor añadido ya que –según la artista- simplemente por el hecho de guardar un objeto en una caja ya lo convertimos en algo especial, en una suerte de tesoro. De ahí que ella misma -probablemente influida también por Carlos Muñiz, su pareja, quien trabaja en el campo de la joyería contemporánea- haya querido conservar en el interior de estas piezas un pequeño souvenir de sus creaciones de forma que reproduce en pequeño tamaño y en tres dimensiones las mencionadas parejas de bolas. En definitiva, sencillez, fantasía, indefinición metafísica y resolución de problemas espaciales. Ingredientes todos ellos que se combinan para crear un conjunto de piezas de indudable calidad y sorprendente originalidad que jamás dejan al espectador indiferente.
Laura CLAVERÍA GARCÍA
Depto. de Historia del Arte, Univ. de Zaragoza Fecha de Entrega: 20/09/2010 Fecha de Admisión: 25/09/2010 << volver ![]() |
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