Número 40 | Septiembre de 2017
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Necrológica: Pedro Tramullas, In Memoriam
 
 

 El pasado día 21 de septiembre, cumplidos los 80 años, fallecía en Huesca el carismático artista Pedro Tramullas, uno de los decanos de nuestra escultura y toda una referencia en el panorama cultural aragonés de los años 70 y 80. Responsable del impulso y desarrollo del Symposium de Escultura y Arte del valle de Hecho (1975-1984), el artista hizo posible en esta pintoresca localidad pirenaica un foro de creación artística pluridisciplinar que logró conectar en su momento nuestro pobre horizonte cultural con ciertas corrientes internacionales proclives a la apertura y democratización de los procesos artísticos; hablamos, específicamente, de su vinculación con un amplio y fructífero movimiento internacional dinamizado por el escultor Karl Prantl en Sankt Margarethen (Austria) a partir de 1959, planteado con la idea novedosa de sacar la escultura al aire libre y desvelar al público los procesos característicos de esta disciplina. Fruto de las diez convocatorias consecutivas de este symposium, en el que llegaron a participar más de ochenta artistas de múltiples disciplinas y nacionalidades, quedó finalmente como legado en Hecho un fondo cercano a las cien obras de arte que actualmente han pasado a enriquecer el patrimonio cultural de la localidad altoaragonesa. Un recinto, además, pionero en España en cuanto al establecimiento de una clara relación entre escultura y naturaleza.

Afincado en Jaca (Huesca) durante muchos años, Pedro Tramullas Autié nació en 1937 en Oloron-Sainte-Marie (Francia), ciudad que atesora una de sus obras más importantes, La Puerta del Valle de Aspe (Gurmençon, Francia, 1991-1992), que resume todo el ideario estético de este creador fuertemente enraizado en presupuestos simbólicos y herméticos. Una obra monumental que, por cierto, el historiador francés Robert Dezelus -prestigioso especialista en arte antiguo del Asia anterior-  llegó en su momento a definir en términos muy elogiosos como “una muestra de un arte superior” y “una antología de los más grandes momentos del pensamiento”. Hace poco más de un año la ciudad de Oloron, precisamente, había reconocido al artista con un cálido homenaje por parte de su municipalidad en pleno. En el curso de estos actos le fue otorgada la medalla de oro de la ciudad, se le dedicó un paseo a su nombre y se anunció la adquisición de 50 de sus obras con el fin de exhibirlas en un museo monográfico sobre el artista (con paseo escultórico al aire libre incluido) en el que actualmente se trabaja para su próxima inauguración. En este lado de los Pirineos, sin embargo, su obra y actividad han sido mucho peor valoradas y comprendidas. Lo cual debería llevarnos a reflexión –un caso más en la larga lista- sobre las carencias de unas instituciones que muestran una pertinaz dejadez en el desempeño de las labores encomendadas. Apenas un reconocimiento del SIPA en 2016 como “Aragonés del año” por su “relevancia no sólo en el ámbito artístico, glosando su carrera desde 1960, sino también como dinamizador y acrecentador del Patrimonio cultural y difusor de Aragón dentro y fuera de España”. Y eso es todo.

Vinculado por razones familiares y de afinidad electiva a la ciudad de Jaca, el joven e inquieto Tramullas, guiado por su vocación artística y en busca de nuevos estímulos, decide emigrar desde el Pirineo a París. En la capital de Francia -donde permaneció un largo periodo (1962-1982)- estudió en su reconocida escuela de Bellas Artes y desarrolló una amplia carrera de alcance internacional, viviendo intensamente el auge de la “New Age” -con su esperado advenimiento de la “nueva Era de Acuario”- y el sueño de un mes de Mayo que, a golpe de utopía, quiso transformar el mundo. Todas estas experiencias dejaron una marca indeleble en el ideario del artista; éste, en adelante, integrará en su práctica y actividades el espíritu libre y reivindicativo que marcaron tales hechos históricos. En el fecundo ambiente cultural parisino pudo contactar con múltiples personalidades que enriquecieron notablemente su visión de la vida y su ideario filosófico, estético y espiritual: el conocimiento directo de la obra de Constantin Brâncusi (1876-1957) resultó ser una circunstancia determinante para orientar hacia la escultura una vocación que se potenciará aún más al descubrir también la del escultor sueco Eric Grate (1896-1973). A Alberto Giacometti (1901-1966) lo conoció Tramullas a finales de 1963 y en 1964 entabló relación con Ossip Zadkine (1890-1967) que le introdujo en los secretos del mundo faraónico–sacerdotal y el respeto por la materia. Además, mantuvo una estrecha amistad con el pintor –y alquimista- Claude Cunda (1915-1982) y a través del reputado astrólogo, hermetista y poeta místico André Savoret (1898-1977) contacta con los círculos druídicos galos y profundiza en la comprensión de las vibraciones de la materia, conocimientos que aplicará a su propia obra artística en el futuro. En este enriquecedor ambiente, en 1964, descubre el Gran Buda del Museo Británico de Londres y experimenta ante él un auténtico despertar espiritual: “Habla con amor a tu hermana la piedra”, recordaba a menudo Tramullas en sus escritos, haciéndose eco de esta sentencia atribuida a Buda que resume la esencia de toda su obra artística.

Puede decirse que toda la producción de Tramullas rebasa los presupuestos estéticos, más o menos convencionales, ya que el artista aplica en su proceder un simbolismo de raigambre “Tradicional” que persigue en definitiva la “transformación espiritual” del espectador. Este y no otro es el auténtico sentido de una obra que reactualiza, tanto en su planteamiento conceptual como su resolución formal, ciertas olvidadas aplicaciones de la llamada “Doctrina Hermética”, en las que no podemos entrar por obvias razones de complejidad asociada y espacio: Teurgia, Geomancia, Alquimia, Cábala, Astrología, Geometría y Arquitectura sagradas, simbolismo del Camino de Santiago, etc, etc.

Así la “poética de lo ancestral” aplicada por Tramullas en su obra plástica tiene como objetivo más básico un reencuentro con la dimensión “sagrada” de la existencia en el mundo. Esta particular orientación supone un auténtico viaje en el tiempo, un retorno a aquella visión profunda de la vida y del cosmos que conformara el imaginario colectivo de nuestros más lejanos ancestros.

Como características principales de toda su obra pueden destacarse: su extraordinaria rotundidad, su depuración formal, un continuo recurrir, a nivel simbólico, a las fuentes más arcaicas y ancestrales de la cultura humana, un inequívoco tratamiento humorístico e incluso infantil en sus representaciones simbólicas, el tratamiento sumamente respetuoso de la materia, o la aplicación permanente en su concreción de una armonía basada en la “Proporción aúrea” (también llamada “Número de Oro” o Divina Proporción). Toda su producción supone un canto a la sacralidad de la naturaleza, centrada usualmente en representaciones solares, lunares y astrales y otros símbolos herméticos muy nítidos, concretados usualmente (entre otros) sobre madera o piedra, este último material de elección preferente del artista para sus obras más emblemáticas por sus específicas resonancias simbólicas.

Los símbolos que ostentan con tanta pureza sus esculturas y dibujos, el tratamiento sumamente comedido y respetuoso (ritualizado) de los materiales y las armonías de los soportes y de las formas, persiguen despertar en el espectador esa «memoria» o «intuición» que se refieren a la dimensión más intemporal y espiritual de la vida. En sus “Columnas de energía”, por ejemplo, Tramullas recurre a la idea de desarrollo repetitivo de formas modulares en el espacio, que plantearan anteriormente algunas antiguas culturas tradicionales y recuperó Constantin Brâncusi en algunas de sus obras más difundidas como su “Columna sin fin”: las sencillas formas seriadas de estas columnas proponen una lectura inmediata del concepto de “lo eterno” y hacen referencia al simbolismo de la ascensión o de la comunicación entre los mundos terrenales y celestes, es decir, ponen en evidencia la creencia absoluta en la trascendencia de la condición humana, o el misterio de la doble e inseparable naturaleza –divina y humana- de lo existente.

Sin duda hemos perdido a un consumado maestro plenamente consciente de su labor que, en definitiva, ha reactualizado con singularidad el simbolismo de una remota religión cósmica “perpetuamente renovada en las diferentes facies de la evolución humana” según sus propias palabras. Su belleza formal busca abrir el inconsciente del espectador a las regiones desconocidas de un espacio y un tiempo “sagrados”, a la fascinación de un sueño arraigado en el pasado del Camino de las Estrellas. 60 años de actividad ininterrumpida dan para mucho: más de 50 exposiciones individuales, tanto dentro como fuera de España, y un número aún mayor de colectivas, jalonan la larga trayectoria expositiva de este gran creador que ha entregado su vida al Arte con mayúsculas.  

Juan Ignacio BERNUÉS SANZ
Doctor Europeo en Historia del Arte, miembro de AACA y AECA

Fecha de Entrega: 28/09/2017
Fecha de Admisión: 29/09/2017


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