Concha Jerez, Que nos roban la memoria.

El filósofo Theodor W. Adorno decía que el verdadero imperativo moral es el de la memoria: tomar conciencia crítica del pasado y sobre todo conceder justicia a sus víctimas. 

 

Que nos roban la memoria es una exposición comisariada por João Fernandes, en el marco del programa Revuelta feminista en el museo, que se ha desarrollado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía desde la primavera de 2020 y en donde se han enmarcado otras exposiciones pasadas, como Musas Insumisas.

 

Concha Jerez, nacida en Las Palmas de Gran Canaria en 1941, es una artista muy prolífica que ha sido galardonada con varios premios de gran relevancia, como el Premio Velázquez de Artes Plásticas en 2017 o la medalla de oro del Gobierno de Canarias en 2018. Artista que siempre ha manifestado un gran interés por el ejercicio dicotómico entre mirada interior versus mirada exterior que le han aportado un análisis esencial en la elaboración de sus proyectos. En esta exposición se retrotrae a las obras realizadas desde 1974, por ser esta la fecha en la que comienzó a trabajar con arte conceptual. Sin duda, una trayectoria vital longeva que le permite proyectar una mirada global de los hechos a través de la narración discursiva de diferentes lineas temáticas como la mujer, la inmigración, el silencio o la censura, sea externa o propiciada desde uno mismo, la autocensura, un concepto recurrente en la muestra y que es punto de partida de reflexión autocrítica sobre nuestros posicionamientos respecto a nuestra propia realidad. 

 

Se trata de un proyecto expositivo muy ambicioso que dialoga con muchos y variados espacios del museo. Algunos de ellos inusuales como espacios expositivos, lugares de tránsito, como las cuatro escaleras que se sitúan en el antiguo hospital que conforma hoy el edificio Sabatini, o los pasillos de la planta tercera o la sala de protocolo. Se trata de la manifestación fehaciente de la memoria de un lugar que ha sido escenario múltiple, donde ha habido enfermos, ciudadanos y ahora artistas y profesionales del ámbito de los museos. En definitiva, es un escenario donde el devenir y el acontecer que ocurrió allí, así como el que hoy toma voz en forma de arte, queda enmarcado en forma de obra gráfica o de instalación, un ámbito espacial que no es inocuo al espectador, sino que le impregna totalmente, generando de un modo ineludible la activación de la memoria, el rechazo al olvido. 

 

Concha Jerez toma los muros del MNCARS como soporte de una escenografía, dialéctica en su conjunto, como un gran contenedor de memoria. Los ámbitos elegidos para el discurso expositivo son espacios muy atractivos, porque definen el deambular y tránsito de diversos tiempos de esa memoria, que de un modo estratigráfico, dan valor al lugar, cargado de connotaciones y de mensaje, muros donde se cuelgan marcos y cuadros que han sido testigos del antiguo Hospital de Beneficiencia que es hoy Museo. 

 

En las diferentes salas se mezclan proyecciones audiovisuales, instalaciones y escenografías que emanan un gran significado conceptual. Los objetos de uso cotidiano, como las escaleras, una cacerola, un hornillo, una cuchara o los pupitres, forman parte de escenarios donde su colocación e intervención por la artista adquieren un carácter semántico más allá de lo visual, se trata de escuchar con la mirada, y estar atento a lo que las obras nos cuentan. Temas diversos que se entrelazan, la propia voz de la artista autocensurada, con una escritura ilegible en la pared, autógrafa y borrosa, o la censura escrita sobre noticias de periódico fotografiadas y que la mera visibilidad de las mismas en diferentes soportes, dan luz a lo que subyace bajo el tachón de tinta, memoria olvidada también oralizada en forma de altavoces que nos invaden con narraciones biográficas, historias nunca contadas, todo ello construye esa memoria y esa voz que en muchas ocasiones fue silenciada.

 

A nivel artístico, Concha recupera en esta exposición muchos de sus trabajos anteriores, desarrollados durante décadas, haciendo honor a su background personal y realizando una visión transversal de esa  memoria colectiva. De hecho, la exposición es un constante diálogo entre el espectador, la artista y nuestra memoria, una memoria que permanece en la conciencia de quien vivió la Guerra Civil, o los medios en los que se transmitieron aquellas noticias, contadas o censuradas, voces que habiendo sido acalladas en el pasado, hoy, en el ámbito del museo, toman la voz. En sus obras asistimos a obsesivos “seguimientos de noticias”, meditaciones sobre la desarticulación de un partido político, testimonios de las utopías, visualizaciones de los límites en los que habitamos o recorridos por paisajes de conflictos y exclusiones. La artista tiene plena conciencia de que la memoria es fundamental para reactivar la crítica en un tiempo desquiciado y, sobre todo, nos recuerda, en su intervención contra el olvido, que debemos evitar que la historia se repita meramente como farsa. 

 

Que nos roban la memoria va directa a las conciencias, no sólo al oído o a la vista, sino que trasciende más allá. Dispara a la somnolencia de quién no quiere ver y sirve de acicate para el olvido, para que no ocurra lo que nunca debió ocurrir, y para que todos despertemos. 

La magnífica sala de protocolo del museo, (situada en la planta baja y que normalmente permanece cerrada al público), está cubierta con una piel de armarios de madera, como si de un lugar doméstico se tratara, pero a la vez es la sala que encierra una belleza inédita, como si esa piel cálida pudiera contarnos historias, se trata de la sala donde se supone estaría la lavandería del hospital en antaño, lugar donde se nos muestra una recopilación a modo de álbum biográfico, del archivo de la artista, proyectos, objetos artísticos, libros de artista, bocetos, cuadernos, todo ello mostrado de un modo muy poético, dialogando entre ellos y configurando una tejido testimonial que configura toda una vida.

 

Como antecedentes a esta exposición podemos citar la exposición Expanded radio realizada en co-autoría con José Iges en el Museum Weserburg de Bremen en 2012-13, obra centrada en la creación radiofónica y sus extensiones en Instalaciones, performances, conciertos y piezas desde 1990 al 2012. Quiero citar como evento preliminar importante, la exposición individual que realizó Concha Jerez en el MUSAC (León) entre julio de 2014 y enero de 2015, cuyo título fue Concha Jerez, Interferencias en los medios. En esta exposición revisaba un tema importante en su obra, que era el que daba título a dicha exposición, obras creadas entre 1975 a 2015. Fue ya hace tres años, y como continuación del proceso artístico en el que se enmarca la presente exposición que nos ocupa, cuando realizó una exposición en el CAAM de Las Palmas de Gran Canaria con el título Concha Jerez. Interferencias, donde ya se recopilaban obras de este intervalo cronológico comprendido entre 1974 y 2017. El tema predominante en esa ocasión fueron las interferencias como rupturas en el espacio y en los discursos, por ende.

 

Por ello, se puede considerar esta exposición que se desarrolla en el MNCARS: Que nos roban la memoria, como un resultado lógico y coherente en su trayectoria de reflexión y síntesis de etapas anteriores, pudiendo extraer analíticamente de todas ellas unos temas comunes que son recurrentes y persistentes: la idea de ambigüedad, la cotidianidad, los límites, la medición, el concepto del tiempo y el silencio, y en otro orden de cosas, más enfocado a lo social, la utopía, la política, la emigración, la vigilancia electrónica y por supuesto, la memoria. 

Tal y como afirmaba Theodor W. Adorno, la dimensión histórica de las cosas no es más que la expresión de los sufrimientos del pasado, y en esta exposición el sufrimiento y el silencio se convierten en memoria, la de todos, reconstruida y exaltada.


Arte diario

 En el film De tu ventana a la mía (2011), Paula Ortiz conecta los hilos del guion a través de la idea de ver la vida a través de los cristales. Tres mujeres en tres épocas históricas distintas y en etapas diferentes de su vida que han tenido que vivir en los sueños aquello que no podían desarrollar en la realidad. La pandemia nos ha llevado a una situación en la que las ventanas, los balcones, las pequeñas grietas al mundo que poseen nuestros domicilios, eran la única forma que teníamos de comunicarnos con la ciudad. Hemos conocido mejor (o por primera vez) a nuestros vecinos, bailado o tocado música en colectivo, sufrido y llorado por una situación que sobrepasaba lo nunca pensado y que se sigue cobrando víctimas en todas las direcciones. La casa por la ventana. Historias para abrazar la ciudad es un homenaje a esa abertura a la realidad que nos ha permitido seguir siendo humanos y que ha configurado una situación inédita para la historia reciente. 

 

 Julia Millán actúa como comisaria sobre un cuidado diseño de Fernando Lasheras. Ambos trabajaron juntos en la muestra Paseando la mirada. Historias ilustradas desde Zaragoza (2018), donde reunieron a más de treinta ilustradores en la sala de La Lonja. En este caso, se dan cita más de treinta y cinco escritores y dibujantes. Fragmentos de textos que muestran distintos aspectos del encierro o la epidemia y que son reinterpretados en clave gráfica. Se dan cita narradores como Brenda Ascoz, María Frisa, Mariano Gistaín, Cristina Grande, Aloma Rodríguez, Mario de los Santos o Pepe Serrano. Entre los ilustradores encontramos nombres como Elisa Arguilé, Blanca Bk, Coco Escribano, Ana G. Lartitegui, Alberto Gamón, David Guirao o Javi Hernández.

 

Beatriz Barbero-Gil ilustra a Luisa Miñana en una personificación de la ciudad confinada, a modo de sinfonía urbana, con un “corazón bombeando energía tras la quietud sanadora de las fachadas”. Ángel Gracia reconvierte una terraza en cuento, ilustrado por Álvaro Ortiz. La imagen es el primer panel que podemos encontrar en Gran Vía, dirigiendo nuestros pasos hacia la zona Universidad. Isabel Garmón pinta los colores de la imaginación que describe Patricia Esteban Erlés: el juego, la infancia y la extrañeza de una nueva cotidianeidad sangrante. Irene Vallejo da forma al texto que dibuja Ana G. Lartitegui a partir de Ceremonias del adiós, publicado en El País Semanal en mayo de 2020, cuando el virus se había cobrado dos meses de víctimas. 

 

La muestra funciona de manera eficaz lanzando pequeños mensajes, como si de spots publicitarios se tratase, que detienen a los paseantes, conectándolos con diferentes etapas de lo vivido. Ventanas, rendijas, a otros microcosmos vividos, con vocación de universales. Arte diario, cotidiano, que podemos disfrutar de nuevo ahora que pisamos las calles. Aunque nada sea igual. 


Una aproximación a la geometría valenciana

El interés de la Comunidad Valenciana por el arte geométrico lleva años propiciando exposiciones que sirven de punto de encuentro de los principales artistas adscritos a este género.

Como precedente, tendríamos que volver la mirada hacia la gran exposición en la Sala Parpalló de la Diputación de Valencia en 1999, comisariada por Rafa Prats Rivelles, bajo el título Geométrica valenciana. La huella del constructivismo. La muestra reunió a 27 artistas que trazaban una horquilla temporal de medio siglo entre las obras de los primeros años 50 de Eusebio Sempere y las del final de los 90 de Mario Candela.

Años después, en 2013, el conservador de la colección Ars Citerior, Javier Martín, reactivaba el interés por el género, comisariando, con obras de su colección, la exposición 60 anys de geometria, que pudo verse en el Museo de la Universidad de Alicante y en el edificio diseñado por Santiago Calatrava para la Llotja de Sant Jordi de Alcoi. En esta ocasión fueron 59 los creadores seleccionados para trazar un arco temporal entre las obras de Gerardo Rueda de los años 60 y las de dos jóvenes artistas: Robert Ferrer i Martorell y Albano Hernández, realizadas ese mismo año 2013.

Entre los meses de julio y noviembre de este 2020, el Ajuntament de València nos invita a un encuentro en el Museu de la Ciutat para comprobar de nuevo la vitalidad del arte geométrico, con obras procedentes de las colecciones de la Fundación Chirivella Soriano y de Ars Citerior, así como de las colecciones privadas de algunos de los artistas participantes. En esta ocasión es un total de 46 obras de una nómina de 17 artistas ordenadas en la sala cronológicamente: Manolo Gil, Vicente Castellano, Eusebio Sempere, Monika Buch, Salvador Victoria, Salvador Montesa, Joaquín Michavila, Javier Calvo, José Iranzo (Anzo), José María Yturralde, Jordi Teixidor, Martín Noguerol, Encarna Sepúlveda, Patricia Bonet, Ferrán Gisbert, Oliver Johnson y Robert Ferrer i Martorell.

Si bien la mayoría de los autores de esta selección ya formaron parte de las muestras anteriormente citadas, el interés de esta exposición radica en la incorporación de nuevos valores como Patricia Bonet (Castellón, 1974), Ferrán Gisbert (Alcoi, Alacant, 1982), Oliver Johnson (Luton, Reino Unido, 1972) o Robert Ferrer i Martorell (Picassent, Valencia, 1978). Este último cierra el recorrido expositivo con una de sus refinadas obras pertenecientes a su serie Estructures en construcció, un alarde de exquisitez compositiva en las que emplea papel, nylon, metacrilato y madera para generar espacios que esquivan los cánones de la pintura o la escultura invitándonos a disfrutar de distintas perspectivas en función de nuestra situación ante la obra.

Por último, hay que aplaudir la presencia en esta muestra de Monika Buch (Valencia, 1936). Una valenciana de origen alemán, que estudió en la Escuela Superior de Gestaltung de Ulm bajo la dirección del arquitecto suizo Max Bill y artistas como Joseph Albers o Helene Nonné-Schmidt (asistente de Paul Klee en la Bauhaus). Sus composiciones modulares, la precisión en la degradación del color y la construcción de figuras imposibles son un fiel reflejo de la disciplina y el espíritu de experimentación de aquella mítica escuela. Tras un periplo expositivo de 50 años por Centroeuropa, la figura de Monika Buch está siendo reivindicada en nuestro país desde que regresara en 2015, con exposiciones individuales como la de la Galería José de la Mano de Madrid o el Museo de la Universidad de Alicante y numerosas colectivas como la que nos ocupa.

La exposición se completa con un catálogo que recoge todas las obras junto a los textos de Manuel Chirivella Bonet y Javier B. Martín, responsables de la Fundación Chirivella Soriano y la Colección Ars Citerior, respectivamente.


Festival BFOTO en Barbastro (Huesca)

“Que la vida iba en serio”, el conocido verso del poeta Jaime Gil de Biedma, lo que es como apelar a una reflexión sobre un mundo cambiante y frágil, ha servido de leitmotiv a la séptima convocatoria del festival BFOTO (Festival de Fotografía Emergente de Barbastro, Huesca), celebrada este año 2020 con sus actividades adaptadas al vigente estado social y sanitario derivado de la epidemia de Covid y, ajustando sus fechas, posponiéndose hasta el verano (entre el 17 y el 23 de agosto de 2020 con exposiciones prolongadas hasta final del mes), puesto que es un festival que se celebra tradicionalmente durante el mes de junio.

Exposiciones, talleres, tertulias, debates, acciones callejeras, presentaciones de libros, conferencias y espacios de confluencia y convivencia en torno a la fotografía han convertido a este festival y a la capital del Vero en toda una referencia a nivel nacional y -esta convocatoria lo demuestra muy a las claras- internacional. Durante este año, sin duda especial para todos por las razones indicadas, algunos nuevos espacios expositivos de la ciudad se han añadido a los ya tradicionalmente puestos a disposición de la organización del festival, tendiendo a ocupar todo el tejido urbano central como corresponde a una actividad que busca la experimentación y la implicación de la sociedad a todos los niveles: hall del teatro Principal, almacenes San Pedro, sala Francisco de Goya de la UNED, edificio de El Moliné, Museo Diocesano, sala de Cultura del Ayuntamiento, sala Francisco Zueras de la UNED, Librería IBOR, riberas del río Vero, etc, etc

Sin ánimo -ni posibilidad por razones de espacio- de ser exhaustivos, dado el alto número de eventos celebrados durante estas jornadas, se observarán a continuación algunas de estas exposiciones como muestra de lo que el festival persigue con su presencia en una población pequeña como es la ciudad de Barbastro y que, sin duda, consigue gracias a la colaboración de numerosos interesados y entidades públicas y privadas, muy especialmente al apoyo de un ayuntamiento y de una población que apuestan decididamente por la cultura.

Emergentes es un programa expositivo caracterizado por apoyar a artistas noveles y difundir sus proyectos aportando una visión del panorama fotográfico actual.  Se trata de una de las secciones más populares y plenamente consolidadas del festival a la que responden anualmente numerosos fotógrafos de España y del extranjero. En esta convocatoria se han seleccionado, de entre más de 130 propuestas de 17 nacionalidades, a 3 fotógrafos que han expuesto sus proyectos en la sala “Francisco de Goya” de la UNED de Barbastro, junto a otros fotógrafos de otras secciones.

Cristina Sieso (Zaragoza, 1987) con su proyecto “Inmarcesible” trabaja sobre las emociones y el recuerdo, sobre la memoria propia y ajena y el vínculo entre las personas, así como en la búsqueda de la esencia del ser en el territorio a través de su relación con la naturaleza y el paisaje.

María Romero (Badajoz, 1983) ha presentado el proyecto “Una casa propia -grafías para la supervivencia”. Esta creadora trabaja la fotografía como campo emocional, como vía de exploración de sus propias fronteras en el territorio desconocido de la vida. La fotografía en sí constituye un mero modo de soporte conceptual que, en cierto modo  podría sustituirse por el objeto fotografiado en sí. Son sus construcciones portátiles de papel las que le permiten desarrollar su verdadera vocación: la búsqueda de lo desconocido, con sus luces y sus sombras, en sus propios recuerdos, en sus obsesiones, en sus miedos y esperanzas, sin más meta en realidad que la de encontrar pistas para seguir buscando… María Romero reivindica la necesidad de “apropiarse” de una casa como espacio mental en el que existen diversas estancias, cada una de las cuales representa una búsqueda distinta. La caligrafía, el papel y los pequeños objetos transformados constituyen el denominador común de sus trabajos fotográficos. Las grafías que surgen del pensamiento y la emoción son aquello que le permite explicarse y seguir sobreviviendo y cerrar de alguna forma la herida provocada por la lucha constante entre lo racional y lo sensible.

El altoaragonés Sergio Sanz retoma en su proyecto “Haiku” el concepto de esta particular forma de la poesía japonesa y su base común, la concepción nipona del “Aware”, esa forma especial de melancolía que surge ante la fugacidad del tiempo y las efímeras fenomenologías con que se nos presenta la Naturaleza. Son breves poemas visuales a modo de agradecimiento, que el artista crea para celebrar todo aquello que la naturaleza nos brinda con generosidad y magnificencia. Frente a esta entrega incondicional de lo natural el creador pone en evidencia su crítica hacia lo social y denuncia la soledad total del individuo en el entorno humano y deshumanizado que le rodea. Un choque entre realidad social e intimidad que provoca en Sergio Sanz una reacción de especial hipersensibilidad creadora y que éste resuelve con un replegamiento casi  total hacia la soledad y la introspección. Una reacción sin duda negativa que, en este caso concreto, fertiliza en los campos creativos de la fotografía.

 

Los diálogos de Casa Ponz

Dominique Leyva y Joaquín Leyva han exhibido una obra de colaboración en la Librería Ibor de Barbastro que tan buena labor está haciendo desde hace unos años en la estimación y difusión de la obra de numerosos artistas aragoneses. Las imágenes de Dominique y los textos de Joaquín, se confabulan en una acción combinada y multidisciplinar para explorar las emociones provocadas por el paso del tiempo y, en general, reflexionar sobre la subjetividad y fragilidad de la existencia de lo humano y de sus acciones y creaciones.

Padre e hijo trabajaron conjuntamente durante el estado de alarma y bajo las medidas de confinamiento decretadas el pasado mes de marzo para acabar seleccionando las 18 imágenes (tomadas con el móvil) acompañadas por 18 textos en castellano e inglés basados en la filosofía clásica que presenta Beni Ibor en su pequeña -pero ya emblemática- sala de exposiciones. Las meditaciones sobre los interiores de la Casa Ponz (un inmueble en venta que Dominique encontró por casualidad y que su último propietario le permitió fotografiar sin restricciones) se plantean como vía metafórica válida (mediante un diálogo franco entre el nivel fotográfico-visual y el literario-filosófico) en aras de expresar ciertas sensaciones y emociones determinadas por la inexorable cualidad temporal de lo vital, y que se concretan en las huellas físicas, psíquicas y emocionales que el ser humano va dejando en su adaptación (o resistencia) a este proceso.

BFOTO es un festival pródigo en innovaciones e interesante a todos los niveles que merece sin duda ser apoyado por todos y que en los años próximos veremos muy probablemente crecer y enriquecerse en calidad y multiplicidad de propuestas. 


Céramicas de Fernando Malo, en clave mudéjar

Es un lujo contar en Aragón con un ceramista tan reputado como Fernando Malo y un lujo poder visitar su exposición en A del Arte, enmarcada dentro del Festival Internacional de Cerámica Contemporánea CERCO, que este año 2020 celebra su vigésimo aniversario. Como corresponde a este certamen, se trata de cerámica creativa, nuevas piezas de los dos últimos años en las que ha ido experimentando formas y colores en los que ha alcanzado una belleza y potencia plástica extraordinarias. No menos exquisito es el montaje expositivo, como siempre en esta elegante galería que tanto cuida las formas, y esta vez he de felicitarles además por haber encargado un texto muy poético a Sophi Kara que acaba muy oportunamente con unas jarchas, pues la vinculación con la cultura mudéjar sigue siendo el caballo de batalla favorito de Fernando Malo. Ya lleva más de una década explorando prioritariamente ese filón tan inspirador, que se remonta por otro lado a su trayectoria de más de treinta años de restaurador de las cerámicas de nuestras torres y fachadas mudéjares. Si Aragón puede presumir de este Patrimonio de la Humanidad es, en buena medida, gracias al buen hacer de este ceramista que ha sabido recuperar las antiguas técnicas tradicionales, y no solo las de nuestra tierra, pues cuando restauró el muro de la Parroquieta de la Seo hubo de recrear los colores morados y dorados de las baldosas traídas de Al Andalus, que desde entonces han entrado a formar parte de su repertorio formal favorito, como se puede comprobar en el cromatismo y filigranas que lucen sus obras aquí expuestas, sin limitarse al típico azul de la alfarería de Muel o al verde de Teruel. Pero también incorpora el negro del Raku, técnica de cocción y post-cocción de origen japonés que deja unas texturas muy escultóricas por lo que es la favorita de muchos modernos ceramistas creativos, que se sienten hijos de la mayor valorización oriental de esta técnica como arte digno de coleccionismo y alta apreciación. Esa fusión cosmopolita se integra aquí sin problema, siendo el mudéjar un arte de sincretismo, practicado antaño por moriscos conversos en arquitecturas cristianas, mientras que ahora lo mantienen vivo algunos artistas que saben unir la cultura local y las del mundo con el entusiasmo que pone Fernando Malo, empeñado en defender que el mudéjar sigue siendo un estilo vivo y actual. Seguramente tiene razón, pues los historiadores del arte sabemos que hay corrientes artísticas cuya pervivencia en el tiempo sigue manteniéndose. Y no solo me refiero a pueblos primitivos que se aferran a sus tradicionales expresiones artísticas mil veces repetidas, aunque hablando de cerámica siempre podría parecer muy bien traída una reinterpretación de la noción de “lo crudo y lo cocido” acuñada por  Claude Lévi-Strauss. “Barrocos” se llamaban a sí mismos muchos postmodernos, y “nuevos románticos” también. ¿No tiene derecho Fernando Malo a reivindicar el “Mudéjar Siglo XXI”?


Catálogo de la Colección Masaveu. Pintura española del siglo XIX, de Goya al Modernismo, Javier Barón, 2019

El 4 de octubre del año pasado se inauguró la sede madrileña de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, un espacio ubicado en la céntrica calle Alcalá Galiano, dedicado a la exposición y difusión de la rica colección artística de la Fundación. La muestra elegida para la inauguración de este espacio fue dedicada a la colección de pintura del siglo XIX de la Fundación, con una exposición titulada De Goya al modernismo. A día de hoy, el centro mantiene suspendidas sus actividades presenciales como consecuencia de la pandemia del COVID-19, por lo que me ha parecido de especial interés elaborar esta reseña bibliográfica sobre el catálogo de la colección de pintura española decimonónica, cuyo autor es Javier Barón Thaidigsmann.

Los Masaveu son una importante saga de empresarios asturianos de origen catalán, dedicados al coleccionismo de obras de arte desde la figura de Pedro Masaveu Masaveu (1886-1968), iniciador de la colección y del largo legado de mecenazgo artístico que ha llegado hasta nuestros días. Su hijo, Pedro Masaveu Peterson (1938-1993), se encargó de renovar y diversificar la política de adquisición de obras de arte en la familia, creando su propia colección que hoy se expone en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Al fallecer sin descendencia, fue su hermana María Cristina Masaveu Peterson (1937-2006) la mayor accionista del grupo familiar y la encargada de gestionar el rico acervo histórico-artístico, creando la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, que desde 2006 gestiona este importante legado.

Uno de los aciertos de la Fundación es haber escogido como autor del catálogo a Javier Barón, Jefe de Conservación de Pintura del Siglo XIX del Museo Nacional del Prado y uno de los mayores especialistas en pintura española de este periodo a nivel internacional. Su experiencia en la elaboración de este tipo de catálogos es vasta, cabe destacar el catálogo de la muestra El siglo XIX en el Prado (2007), una obra de referencia para cualquiera que desee acercarse a la historia del arte de este siglo en España.

El catálogo aborda de manera exhaustiva esta sección de la colección Masaveu, una de las más interesantes y mejor representadas. Tradicionalmente se ha identificado este acervo como uno de los más ricos en calidad y cantidad de cuadros de Joaquín Sorolla. El catálogo nos permite además descubrir como toda la pintura española del siglo XIX se encuentra muy bien recogida en esta colección. Tras un texto introductorio sobre la historia y contexto de esta parte de la Colección Masaveu, la primera parte del catálogo se dedica al periodo comprendido entre la Ilustración y el Romanticismo. Dos cuadros de Francisco de Goya inician el recorrido, continuado con Agustín Esteve y adentrándose plenamente en el Neoclasicismo de la mano de Zacarías González Velázquez. Con Vicente López el itinerario continúa por la senda del Romanticismo español, con una buena representación de pintores de la saga de los Madrazo o los Esquivel. El catálogo presenta además interesantes vistas románticas de ciudades españolas como las elaboradas por Barrón. El último tercio del siglo aparece muy bien representado, desde la pintura de género al luminismo de Sorolla, destacando la presencia de lienzos del artista de gran formato, escasos en las colecciones privadas españolas. El catálogo concluye con la inclusión de artistas vinculados a la España del 98 como Darío de Regoyos, Francisco Iturrino, Ignacio Zuloaga, Julio Romero de Torres, Evaristo Valle, Valentín de Zubiaurre y Juan de Echevarría, y con las pinturas de artistas catalanes del modernismo y postmodernismo como Hermén Angalada Camarasa, Santiago Rusiñol, Isidro Nonell o Joaquín Mir.  

Esta publicación presta atención a ciertos aspectos de la pintura española de esta época no siempre bien valorados y estudiados, como sucede con la pintura de género decimonónica, descubriendo magníficos ejemplos como los de las obras del pintor Francisco Domingo Marqués. Sin esta pintura, difícilmente podríamos comprender el arte de Sorolla y de los maestros modernos del fin de siglo, por lo que es importante ubicarlos en el discurso cronológico de la historia del XIX español. Se incluye al final del catálogo bibliografía y un índice onomástico.

Cabe destacar el cuidado con el que ha sido ejecutado este libro. Se encuentra organizado en útiles fichas catalográficas en las que se recoge la historia de los cuadros, rasgos técnicos, su procedencia, las exposiciones en las que ha figurado y su bibliografía. La fotografía ha corrido a cargo del fotógrafo Marcos Morilla, cuidando especialmente la impresión para asegurar una reproducción fidedigna de las obras de arte representadas. Cabe destacar también el cuidado puesto en el diseño del catálogo, minimalista y elegante, realzando las obras de arte en él presentadas.

Finalmente, cabe incidir en el valor de esta publicación para quienes deseen indagar en la historia de la pintura española de este periodo, sirviendo de perfecto complemento a los catálogos de instituciones públicas como el propio Museo del Prado, Museo del Romanticismo o Museo Sorolla. Ojalá sirviese como modelo para que muchas otras fundaciones privadas españolas se animasen a difundir sus colecciones en libros como el que aquí reseño.


Pinturas de Emilio González Sainz

El pasado día 24 de septiembre el artista cántabro Emilio González Sainz presentó nueva exposición en la sala “Francisco de Goya” de la UNED de Barbastro (Huesca). Con el título de “Paisajes del nuevo limbo”, resulta un conjunto muy unitario de pinturas –óleos sobre soportes diversos de tamaños medianos y pequeños– resueltas con un lenguaje expresivo muy particular e identificable.

Nacido en Torrelavega en 1961, licenciado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco y considerado como uno de los artistas cántabros más interesantes de los últimos años, González Sainz exhibe en la capital del Somontano un total de 38 pinturas realizadas entre 2016 y 2019. Se trata de una muestra que, en realidad, remite a alguna de las primeras exposiciones realizadas por el pintor a principios de los 90, muy especialmente a la titulada precisamente “Limbo”. Son paisajes –si así pudieran denominarse– muy preciosistas y jugosos por la cantidad y variedad de sus detalles figurativos que construyen un mundo muy personal a medio camino entre lo cotidiano y lo maravilloso, entre lo experimentado y lo soñado. El artista retoma y recrea, sin complejos y con resultados magníficos, un conjunto de afinidades electivas de la historia de la pintura, en un proceso al servicio del desarrollo de una estética fuertemente integradora que se ve potenciada y enriquecida sutilmente, a nivel compositivo y formal, por múltiples juegos de contraposición dialéctica.

Las atmósferas verdinosas o gris azuladas que normalmente protagonizan las atractivas composiciones del artista nos sitúan en un espacio liminar y ambiguo, un tiempo crepuscular entre el día y la noche propicio a los cambios y a las transformaciones, a la irrupción de lo extraño y lo “maravilloso” en alas de lo onírico. Son atmósferas líquidas y algo inestables que saben también trasladar al espectador esa inequívoca sensación de melancolía característica de lo “norteño”, esa emoción contenida y sosegada propia de los paisajes neblinosos y húmedos de la campiña próxima a la cornisa cantábrica, ámbito vital y creativo del artista desde hace años.

Las sugerencias del paisaje “real” vislumbrado por el artista en sus paseos diarios, es decir, ciertos aspectos autobiográficos, se conforman como base esencial de una pintura de cualidades supuestamente narrativas o descriptivas. Aunque, en realidad, la narración o las diversas narraciones superpuestas trufadas de suculentos detalles que plantean estos cuadros no son más que un pretexto, un vehículo que permite a González Sainz disfrutar con fruición de la práctica pictórica tanto como sondear aquello que se sitúa más allá de la apariencia sensible de los fenómenos, de la fisicidad tangible, y tiende a buscar –al modo en que el Surrealismo histórico ya reivindicara– una idea de infinitud, a expresar la consciencia de ese enigma que son, para él como para muchos de nosotros, el mundo y la existencia humana…

Estas búsquedas e intenciones se ponen de mayor relevancia en algunas de sus obras más recientes: sus escenas, además de permanecer abiertas a múltiples interpretaciones por parte del espectador –al que siempre “exigen” un papel activo para ser “completadas”– recurren a la elipsis y se pueblan de fragmentos que sugieren la mágica plasmación de “la parte por el todo”, o de figuras semiocultas por un vacío activo, como si una porción de aire se hubiera vuelto inexplicablemente opaca. También, como bien señala en su texto del catálogo editado al efecto el profesor Francisco Javier San Martín, “ha profundizado ahora el pintor en la representación simultánea de diferentes puntos de vista que provocan en el espectador cierta desorientación narrativa y que potencia el carácter abstracto de los cuadros”.

A nivel creativo, González Sainz prefiere mantenerse en ese “limbo” que da sentido al título de la exposición, entendido este como un espacio híbrido y revelador que le permite ser él mismo con más claridad, con toda la energía, según él mismo ha explicado en alguna ocasión: “Y así van saliendo estos cuadros. Son cuadros de la Tierra y del Cielo. Del Limbo. No sé de dónde. Pero lo que sé es que soy yo. Lo que sale en los cuadros soy yo. Siempre soy yo. No sé por qué lo sé pero lo sé”.

En efecto, el artista sabe construir en su pintura un universo pictórico fragmentario y cambiante y, a la vez, extrañamente unitario, como suspendido “entre el cielo y la tierra”. Una nueva realidad tan resbaladiza, huidiza y espiritual, como concreta, material y plenamente inmersa en el desarrollo prosaico de la vida. Es por ello que sus figuraciones parecen levitar y desplazarse en lo aéreo, al tiempo que se mantienen detenidas como imantadas por lo telúrico, alargarse en la estricta observancia de amplios horizontes que todo lo determinan, sugerir ligereza o levedad en sus apariencias cercanas a lo fantasmal mientras, extrañamente, concretan sus formas o definen sus contornos hasta el punto de transformarse a veces en meras siluetas planas de concisa expresión. Este tipo de dicotomías son fundamentales en los trabajos del cántabro: entre lo vertical y lo horizontal, entre lo pesado y lo ligero, entre lo simple y lo complejo, entre lo reconocible-lógico y lo disruptivo, entre la transparencia de lo aéreo y la saturación, nitidez y volumetría de algunos de los elementos representados. Su resolución es magistral en cuanto que todo queda integrado conformando un universo sereno, apacible, sin fracturas ni contradicciones..

Como se ha señalado, González Sainz potencia aún más la fuerza de esta poética espacial hondamente lírica poniendo en juego todo un elenco de querencias personales en el terreno de la cultura. Sus formulaciones pictóricas integran y combinan ciertas demostraciones de admiración hacia determinadas estéticas o artistas que no pasan desapercibidas al espectador más o menos avezado. Esa es precisamente su finalidad y su sentido: reformularse y confluir, con gran sensibilidad, en una nueva realidad pictórica presidida por la simultaneidad de tiempos y espacios que es, tanto territorio común abierto a lo emocional y a lo reflexivo, como espacio de intimidad y autoconocimiento del propio artista.

Así, con toda naturalidad y absoluta libertad, Emilio González Sainz trae al plano de representación, reformula y combina con recursos procedentes de su propia imaginación ciertos ecos de las vanguardias abstractas, peculiaridades del bodegón cubista, detalles de raigambre quattrocentista, guiños más que evidentes a la Pintura “metafísica”, al Surrealismo histórico o a la pintura “Naif”, acentos de la escuela paisajística vasca, resonancias de Miró, El Bosco, Giorgio de Chirico, Morandi, Marx Ernst, Paul Delvaux, Georges Braque, Juan Gris, Caspar David Friedrich, Rousseau “El Aduanero”, Pieter Brueghel el Viejo o Claudio de Lorena, entre otras muchas posibilidades.

Sin duda la de Barbastro es una magnífica exposición que se completa con la edición al efecto de un buen catálogo editado con la colaboración de la Galería Siboney de Santander y el apoyo del Gobierno de Cantabria con un magnífico texto del profesor Francisco Javier San Martín que, a partir de una narración clara y reflexiva, nos invita a internarnos en la pintura de este artista que sigue apostando por la pintura como disciplina preferente en una renovación que consigue grandes logros y se demuestra absolutamente vigente.


Terra Mai, colectivo Ellas

La propuesta de la Sala Juana Francés para este inicio del otoño de 2020 es una muestra que forma parte de la programación de CERCO 2020, el Festival Internacional de Cerámica de Zaragoza, promovido por la Asociación profesional de Artesanos de Aragón, además de por agentes públicos y privados. Este año el festival celebra su vigésimo aniversario, organizando varias exposiciones que tienen su sede en el Centro de Artesanía de Aragón, además de en la Galería A del Arte y la Sala Juana Francés. Así, pueden contemplarse la muestra individual de Fernando Malo (Galería A del Arte) titulada Mudéjar S.XXI. Un sello indeleble, la de Yanka Mikhailova (Museo Pablo Gargallo) El sueño del Antropoceno, la exposición colectiva del Premio CERCO 2020, la muestra de la artista Camilla Gurgone Carnes y charcutería by Cam Supermercados, así como las exposiciones colectivas Sentimiento de insecto y Estado de Bienestar, del alumnado de la Escuela de Artes de Zaragoza (todas ellas en el Centro de Artesanía de Aragón). No olvidemos que la Sala Juana Francés ya se abrió en anteriores ediciones de CERCO a acoger exposiciones de cerámica, véase el caso de The Doll en 2018. 

Terra Mai es una muestra colectiva que presenta una selección de obras creadas por seis artistas Lourdes Riera, Lola Royo, Ana Felipe, Sara Biassu, Yanka Mikhailova y Ángeles Casas. Forman parte del colectivo Ellas, mujeres ceramistas que tienen como nexo de unión el territorio en el que desarrollan su trabajo, además del propósito de difundir y promover la cerámica como arte, desde la praxis artística y el ejercicio docente. 

A pesar de que la muestra posee este sentido de colectividad, que se ve reforzado gracias a la presencia del audiovisual Arcilla en seis ritmos, cada una de las ceramistas participantes merecen nuestra atención individual. Nada más acceder a la sala, apreciamos las creaciones de Lourdes Riera (Lleida, 1953), autora de piezas evocadoras de periodos geológicos en los que la huella humana no había perturbado la faz del planeta. Domina con maestría las formas primigenias y trabaja con especial fortuna la grieta, brusca, a modo de cicatriz sobre las hermosas superficies coloreadas que caracterizan sus obras. Fuentes de inspiración muy distintas tienen las cerámicas de Ángeles Casas (Barcelona, 1959), en las que el gres es aprovechado para crear superficies de cortes limpios, emulando formas industriales o carcelarias con gran austeridad y economía de medios. Sus creaciones generan un contraste interesante con las figuras oníricas, creadoras de relatos ilusorios de Ana Felipe (1965). Su figuración bebe de fuentes mucho más sensoriales, siendo perfectamente reconocibles las figuras humanas y naturales. Resulta muy poético el contraste entre los detalles en porcelana blanca y la superficie oscura del hierro, matizado por la adhesión de elementos orgánicos como ramas o cortezas de árbol, dando una nueva vida a estos objetos. Cargadas de un gran poder evocador se encuentran las cerámicas de Yanka Mikhailova (Minsk, 1967). Las formas vegetales, corpóreas y el trabajo sutil con los tonos ocres y blancos caracterizan la obra de esta artista de origen bielorruso, asentada en Zaragoza, en la que los límites entre abstracción y figuración parecen disolverse. Completan la muestra las creaciones de la consolidada ceramista zaragozana Sara Biassu (1980), merecedora el año pasado de una muestra individual en el Museo Pablo Gargallo de Zaragoza. En sus producciones apreciamos la maestría con el trabajo en diferentes disciplinas artísticas. Domina magistralmente la porcelana, trabajándola desde las formas corporales más académicas, hasta las novedosas serigrafías sobre porcelana, como apreciamos en su obra Pupila (2010). Por último, cabe destacar la obra de la polifacética Lola Royo (Zaragoza, 1964), cuyos originales collages cierran la muestra demostrando las posibilidades que la cerámica presenta en este arte, aportando carácter matérico y tridimensionalidad. Su poema No surrender acompaña los collages aquí expuestos.

Además de la obra de las seis ceramistas, la exposición incluye un documental titulado Arcilla en seis ritmos, proyectado sobre una de las paredes de la Sala Juana Francés. Esta producción audiovisual ha sido dirigida por Ismael López y Rafaela Pareja y en ella se recogen la obra y el proceso creativo de estas artistas de la cerámica. La productora del vídeo, VaProd, se encuentra especializada en la creación de material audiovisual sobre cerámica y en este caso recoge de manera muy sintética los diferentes ritmos en que trabajan las seis autoras de la exposición temporal.

Terra Mai y el colectivo Ellas demuestran el carácter plenamente artístico de la cerámica, imposibilitando las distinciones jerárquicas que tradicionalmente el arte occidental ha hecho entre artes mayores y menores. La arcilla y sus derivados albergan una versatilidad y un poder expresivo que nos obligan a abandonar las antiguas clasificaciones de las artes por escalafones. En esta muestra contemplamos cerámicas que generan instalaciones, cerámica aplicada al collage y cerámicas poseedoras de un valor plenamente escultórico. Tan sólo cabe esperar que la Sala Juana Francés continúe con esta interesante política expositiva, dando cabida a artistas de la talla de las presentes en esta exposición temporal.


Cerámicas de Yanka Mikhalova

En el Museo Pablo Gargallo, desde el 24 de septiembre, se puede visitar una exposición de la ceramista Yanka Mikhailova dentro de CERCO. Hay, además, dos exposiciones colectivas. Una en la Casa de la Mujer y otra en el antiguo Matadero. Artista que lleva toda una vida en Zaragoza. Incluso tiene una estupenda escuela de cerámica. Su hija, por cierto, lleva el mismo camino que la madre. Estamos, sin más, ante una excepcional obra.

Lo expuesto tiene una gran variedad de planteamientos formales. Tenemos un cuadro expresionista con planos irregulares y trazos gestuales en colores rojos, algo de amarillos y un plano negro. En una mesa un cactus, dos carritos y un díptico con vegetación.

Cerámica. Formas planas apaisadas y juego geométrico en colores terrosos con quiebros muy creativos. Asimismo, cerámicas que son esculturas abstractas en negros y tierras con dispares formas de gran belleza. A sumar un rostro de mujer, titulado Sueño, que está desmembrado. En cuanto a La vida de Adele es un rostro de mujer con ojos cerrados y tres volúmenes. Ambas con altas dosis creativas. Tenemos, además, un alto número de diminutas piezas abstractas que van en aumento hasta alcanzar un tamaño de diez por quince centímetros. Justo al lado hay  unas cerámicas alargadas que llegan hasta el techo. En una se perfila un rostro femenino. Obra hermosa y sutil. Todo se remata en otra sala. Un brazo cuelga en la parte alta de la pared y un dedo sujeta un enorme plástico. Debajo, sin verse, hay un ventilador que mueve el plástico con la consiguiente variedad de formas.


XXI Premio Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal

En el Palacio de Sástago, con fecha 20 de agosto, se inaugura el XXI Premio Santa Isabel de Aragón Reina de Portugal. El gran premio corresponde a la obra realizada por Susana Ballesteros y Jano Montañés titulada Geno-roots. M.P.P.M., Heraldo de Aragón, 22 de septiembre de 2020, comenta de maravilla las singularidades de la obra basada en las imágenes de las unidades de Cultivo Celular, Microscopia y Anatomía patológica del Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud, que ha colaborado con los creadores. El punto de partida es un hígado aislado del cuerpo que, mantenido in vitro, se reproduce exponencialmente. También indica que el jurado destaca "la unión del arte, la tecnología y la ciencia, donde el estudio que relaciona la biología con la plástica genera un interesante planteamiento de interés científico y sociológico a través del arte contemporáneo". El premio, sin duda, es muy merecido. A destacar los tres planos verticales a la base con colores diferentes armonizados de maravilla.

El accésit corresponde a Víctor Solanas Díaz por Beween categories. Artista muy conocido que presenta ocho rectángulos verticales la base, mediante abstracciones de vivos colores con dispares espacios de sutiles movimientos que potencian la imaginación.

Veamos las obras seleccionadas. Alba Lorente, con Acies IV, presenta una abstracción cuadrangular, con cuadrado dentro de la obra en blanco, al servicio del misterio. Alberto Gil, con 1 2012004 820, basa su obra en una instalación con dos cuadrados dentro de un formato cuadrado. Demasiado sencilla. Alberto Ibáñez, con Mediterráneo, usa la técnica mixta sobre madera. Se parte de una base rematada por una bella abstracción geométrica, hecha con varios cuerpos, capaz de inundar el espacio circundante. Todo en el ámbito de una impecable trayectoria artística. Alejandro Atarés, con Jardín verde fosforito, se inclina por impactantes colores al servicio de una vegetación tropical. Ana Cristina Pelandreu, con Sin ornamento no hay delito, presenta una intachable abstracción geométrica que oculta una habitación iluminada por la luz que entra a través de una ventana. Como desconocemos su edad vemos su trayectoria con gran futuro. Andrés Jarabo, con Blackwork, participa mediante un bordado sobre algodón al que incorpora dos rostros. Tiene encanto. Y está muy bien resuelta. Bertran Grave, con The Protcocol, lleva un conjunto de formas geométricas y la incorporación de un rostro y varias manos. Una mano lleva un móvil como símbolo de comunicación. El rostro lleva una mascarilla como alusión al Corona virus. El pintor Borja Cortés, con Cuatro estadios, presenta una abstracción con muy gruesas texturas al servicio de un matiz destructivo. Cecila de Val, con Thinkfor your sef, presenta una sencilla instalación con formas móviles al servicio de una indiscutible delicadeza. David Cantarero, con Relámpagos, se basa en dos planos rectangulares paralelos. En uno una especie de puerta, en otro un rayo se refleja sobre un texto. Eduardo Lozano, con Paisaje elemental, presenta un lienzo y el correspondiente paisaje que resuelve con suma eficacia. Basta ver el estupendo juego de luces y sombras junto con la generalizada fuerza. Elba Häyel, con Horst. La forma ígnea, participa mediante una fascinante e imaginativa fotografía merecedora de cualquier premio. Con base rectangular dividida en dos rectángulos, el desnudo femenino de perfil se divide a través de color. Arriba el costado en color, abajo pierna, brazo y rostro. Un estupendo gozo. Emma Gómara, con El silencio de los buenos, presenta un acrílico con el título de la obra como fondo y muy dispares figuras. Jorge Fuembuena, con Planctum, lleva dos cuadrados con hojas y sus correspondientes ramas. Jorge Isla, con Le reflet, participa con una excelente abstracción geométrica inundada de sugerencias. Abstracción mediante rectángulos y cuadrados en cuyo interior añade múltiples formas expresionistas al servicio de un ámbito abarrotado de azar. Racionalidad y pasión. Otro artista merecedor de un premio. José Garrido, con El vedado, tiene una fotografía con un paisaje mediante árboles como eje temático. José Moñú, con Warhol, presenta un lienzo dividido en cuatro planos y sus características figuras expresionistas de vivos colores. Así lleva desde hace años.  Juan Madrigueras, con Impío, presenta un acrílico con ave, mazorcas y otras formas. Obra muy recargada con nula creatividad. Laia Argüelles, con Dar, recibir, devolver, presenta una obra sobre papel con un rectángulo y seis rectángulos. Obra con escasa imaginación creativa. Liduvina Rojo, con Botánica XXIV, tiene una fotografía muy bella, intachable de color, al servicio de la abundante vegetación con dos espacios acristalados. Lorena Domingo, con ¡Ójala viváis tiempos interesantes!, Presenta su rostro de siempre visto en exposiciones, muy bien de color, que rodea de geometría y toques expresivos. Una pregunta: qué relación tiene el título con la obra. Conclusión: ninguna. Louisa Holecz, con Soon this space, lleva un lienzo al servicio de un intrigante paisaje mediante árboles y ramas en rojos y negros que recorta sobre el cielo azul. Muy buena obra. Pintora que nunca falla. José Ramón Magallón Sicilia, Autorretrato en rojo, participa con un lienzo abstracto geométrico de vivos colores, sobre todo rojo, dentro de su personal línea. Racionalidad al servicio del arte. Pintor, fiel a sí mismo, de gran nivel artístico. Mario Campos, con Lejía Conejo, presenta un acrílico con un recipiente en el que pone Lejía Conejo. Obra muy poco afortunada por ausencia creativa. Marta L. Lázaro, con Lacompresadelmariconchi, tiene un vídeo tan poco afortunado como su título. Natalia Escudero, con Debate. Marzo de 2020, presenta una alfombra con tres patas de silla verticales y otra osada sobre dicha alfombra. Obra que vemos tan poco afortunada, con tan escasa creatividad, que nos resulta incomprensible su presencia en el Premio. A todo esto. Ante qué debate estamos. Nereida Jiménez, Blue unique, presenta un intachable juego geométrico sobre numerosos cuadrados. Hasta aquí impecable. Un rectángulo rojo en el costado anula el indiscutible ámbito creativo. Pilar Álvarez, con Lost, tiene un lienzo con la cabeza de un perro recortada sobre una abstracción nubosa. Lo cotidiano sin dosis artísticas. Prado R. Bielsa, con Cartografía de luz, presenta una muy sugestiva instalación. Sobre un rectángulo, con colores más o menos pálidos, incorpora una instalación de potentes colores, rojos y negro, singularizada por la variedad formal y el toque misterioso. Con esta línea y las variaciones que sean tiene un camino excepcional. Su obra, con otras sugeridas, es de lo mejor. Rafael Aranda, con El surco; una estrella en el vacío, tiene una fotografía basada en un primer plano con tierra rota por una franja blanca. Obra demasiado sencilla. Sara Biassu, con Dulce realidad, participa con una instalación. Rectángulo en grises, sobre el que se recorta otro con dos niños y una niña con narices de payaso. Una bolsa situada a la derecha está llena de narices rojas. Obra muy mediocre. Originalidad forzada. Silvia Castell, con Terra ignota, tiene un acrílico con hojas alargadas en colores verdes recortadas sobre el cielo nuboso. Lienzo demasiado sencillo. Soledad de Val, con Es absurda esta muerte que mata por amar, participa con una fotografía muy bien de color pero recargada por los árboles y la alfombra. Estamos ante una habitación con figura masculina que mira a una femenina tumbada sobre una cama. Lo mejor, sin duda, es que se capta el rostro en un espejo. Susana Sancho, con La buena vida (evocación), presenta un lienzo rectangular dividido en dos planos. En primer lugar una abstracción en color con bandas geométricas verticales a la base. En la parte superior cuatro planos en blanco y negro con edificios. Todo muy normal. Desconocemos la relación entre título y obra. Sylvia Pennigs, con Senderos del bosque, participa mediante un lienzo en el que se capta una potente vegetación y varios árboles. Todo en blanco y negro. Buen cuadro con dosis misteriosas y una especie de latente peligro. Y, para finalizar, Vicky Méndiz, con Cristalización sensible, presenta una fotografía mediante un rectángulo dividido en dos planos. A la izquierda una figura femenina con las manos medio juntas y a la derecha un óvalo con ¿ropa? Desconocemos el vínculo entre título y lo representado.

Una especie de conclusión. En principio cabe recordar que no se ha publicado catálogo, con la radical dificultad para ejercer la crítica, de ahí que nuestro texto sea una incesante continuidad. A lo largo de las diferentes opiniones queda claro que hay varias obras impresentables, que no pasan ni la criba del mayor ignorante en materia artística. Ni conocemos el jurado ni lo hemos intentado averiguar. Al parecer ha predominado el todo vale, aunque quizá sea para llenar el espacio. Da igual. En la próxima edición ocurrirá lo mismo.