Mujeres de ciencia

            En los últimos se ha experimentado un aumento del número de eventos, actividades y manifestaciones vinculadas con el Día Internacional de la Mujer, conmemoración que tiene lugar el 8 de marzo. Una fecha que sirve para reivindicar la igualdad de género y mostrar la lucha de la mujer por lograr unos derechos equiparables a los del hombre en todos los ámbitos de la sociedad. En 2021, un año en el que continúa sobrevolando el caos pandémico, entre las iniciativas llevadas a cabo se encuentra la exposición “Mujeres de ciencia”, una muestra itinerante que recaló durante unas semanas en el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza (MCNUZ).

            Vinculada en el contexto del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia (11 de febrero), la idea surgió del Centro Social Librería La Pantera Rossa, un proyecto nacido al compás de la indignación ciudadana que luego se llamó 15M. Las dieciséis ilustraciones de científicas que componen la exposición son obra de Isabel Ruiz Ruiz, una artista cuyo trabajo en los últimos años se ha centrado en dar visibilidad a la mujer. Entre sus obras se encuentran siete publicaciones: La estación de las hojas (2015), Mujeres (2015), Mujeres 2 (2016), Mujeres 3 (2017), Mujeres 4 (2018), Mujeres 5 (2019) y Mujeres españolas (2020). Además, es miembro desde 2012 de la Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales (CIMA) y ha recibido varias distinciones vinculadas a su labor como fotógrafa, entre las que se encuentra el premio a la mejor fotografía en el XI Festival de Cine Ciudad de Zaragoza (2006) por Casa.

            Su ubicación a la entrada del MCNUZ invita al visitante a detenerse en una muestra modesta, pero a su vez elegante, que encaja a la perfección en el espacio que se le ha destinado. Las dieciséis ilustraciones quedan repartidas en cuatro bloques, cada uno de los cuales incluye cuatro imágenes de las científicas escogidas. Acompañándolas aparece un código QR que enlaza con la explicación de la vida y trayectoria profesional de cada una de ellas, un comentario que se narra a través de la voz de jóvenes investigadoras actuales vinculadas con ámbitos cercanos a la figura en cuestión. Un complemento añadido que muestra el espíritu inquieto y renovador de una exposición que pasó de proyectarse como una muestra fija, a convertirse en un proyecto itinerante del que se han podido beneficiar numerosos centros educativos de todo el país.   

            Imágenes claras, sencillas y amables, que al mismo tiempo irradian la firmeza y elegancia de sus protagonistas. Mujeres fuertes, valientes, que llevaron a cabo un trabajo crucial dentro de diversos campos: Ada Lovelace (pionera en programación), Marie Curie (pionera en radiactividad), Jane Goodall (primatóloga), Hildegarda de Bingen (médica), Wangari Muta Maathai (bióloga), Rosalind Franklin (biofísica y cristalógrafa), Florence Nightingale (enfermera y estadística), Hedy Lamarr (inventora), Irena Sendler (enfermera), Valentina Tereshkova (primera cosmonauta), Hipatia de Alejandría (una de las primeras científicas), Ángela Ruiz Robles (maestra e inventora), Elisabeth Eidenbenz (maestra y enfermera), Dian Fossey (zoóloga), María Montessori (educadora) y Caroline Herschel (astrónoma).

            “Mujeres de ciencia” visibiliza y reivindica el papel fundamental de una certera selección de protagonistas de nuestra historia, pero todavía quedan muchas más. El proyecto parte de la apuesta por presentar figuras en femenino que han quedado ocultas para la sociedad con el paso de los años, un olvido que no se corresponde con la calidad de sus aportaciones. Por todo ello, la exposición se convierte en una iniciativa que, desde el arte y la cultura, resulta fundamental para seguir contribuyendo a esta labor tan necesaria. Ahora y siempre.  


Pegatinas Políticas-Sociales Transición Española (1976-1982)

            En la actualidad siguen resonando todavía con fuerza los ecos de una Transición, la española, que marcó el devenir nacional de la historia contemporánea. Los años setenta fueron una década de cambios en muchos sentidos, marcados todos ellos por una fecha: el 20 de noviembre de 1975. Con la muerte de Franco y el final de la dictadura comenzó en aquellos instantes un proceso político no exento de polémica y violencia, del que derivó la celebración de las primeras elecciones y con ello el triunfo del sistema democrático. Acontecimientos que de una manera muy particular se recogen en la exposición “Pegatinas Políticas-Sociales Transición Española (1976-1982)”, instalada en el Centro Social Librería La Pantera Rossa de Zaragoza.

            La iniciativa parte de Carlos Javier Vicent Pérez, quien con la colaboración de Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Coslada, llevó a cabo la recopilación de las pegatinas. Su primera ubicación antes de viajar hasta la capital aragonesa fue de hecho el Área de Exposiciones de Avenida de América, 25 de Coslada. A partir de ahí su siguiente parada fue consecuencia de incluir la exhibición dentro de la III edición de "La Imagen de la Memoria", un programa organizado por el Gobierno de Aragón, ARMHA (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en Aragón) y Fénix Aragón en el que, durante cinco meses, se llevan a cabo actividades (conferencias, mesas redondas, exposiciones, presentaciones de libros,…) vinculadas con la memoria histórica. Uno de los eventos propuestos este año fue la exposición “Retrato de un campo de internamiento. Gurs 1939-1944” ubicada en el Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneos (IAACC) Pablo Serrano (Espacio Pórtico y Sala 94), reseñada también en AACA Digital.

            Dividida en diferentes bloques, supone un repertorio visual inédito del sentir popular de toda una generación. La selección realizada recoge tanto una gran disparidad de ideologías políticas, como un inmenso abanico de movimientos que protagonizaron la actualidad en aquellas fechas, desde el asociacionismo vecinal hasta colectivos que nacieron de acontecimientos concretos, como la lucha antinuclear, las campañas anti-OTAN o las corrientes solidarias con países latinoamericanos, africanos o de Oriente Medio. También están presentes los diversos procesos electorales de la segunda mitad de los setenta, y lo hacen mediante objetos que fueron protagonistas directos de su desarrollo: los adhesivos publicitarios repartidos por los partidos políticos durante la campaña. Por otra parte, también tienen hueco iniciativas vinculadas con movimientos sociales, como la lucha obrera, el feminismo o la defensa de los derechos de los homosexuales. 

            Un proyecto innovador, tanto ensu formato como en su planteamiento, que permite reivindicar la importancia de objetos efímeros, más vinculados al ámbito sociológico -sobre todo gracias a esta vertiente coleccionista- que al artístico. Una característica que quizás desmerece los valores museísticos de la muestra, al no incluir cartelas en ninguno de los casos y limitar la ordenación de la obra a una subdivisión temática. Carencia que sin embargo no lastra el discurso planteado, firmemente defendido a través de los recursos expuestos.  

            La labor impulsada por Carlos Javier Vicent Pérez en “Pegatinas Políticas-Sociales Transición Española (1976-1982)” merece, más allá de cuestiones museísticas, el reconocimiento como retrato de una época marcada por la incertidumbre y la inestabilidad social y política. Un ejercicio nostálgico impulsado a través de esta exposición que resulta clave para recordar, enseñar y reflexionar sobre uno de los episodios históricos sobre los que todavía queda mucho que decir.  


Kawsay. Cristina Huarte

Fruto de su estancia en la residencia para artistas Kai, situada en Cuzco (Perú), en el Valle Sagrado de los Incas, Cristina Huarte presenta Kawsay (buen vivir), una muestra mágica, llena de  secretos y simbología ancestral, que rescata la autora para traerla a miles de kilómetros.  Nos enseña los recuerdos recogidos en este viaje, que son una parte básica en este trabajo.  La exposición se divide en dos espacios que contienen vídeo, fotografía, instalaciones, pintura y dibujo.  Es mucho más que eso, son sus vivencias en contacto con la cultura quechua, con las personas que se convierten en los guardianes de su tradición, su lengua, sus costumbres, sus medios de vida, sus creencias, rituales y espiritualidad, y a las que hoy Cristina recuerda como sus amigos de Perú.

 

Entramos en un templo, en el centro de la sala abovedada está el Bastón de mando, utilizado antaño por las sociedades campesinas, realizado en madera de ciprés, representa un cóndor, el ave sagrada de los incas, que comunica el mundo superior con el terrenal, una llamada espiritual al orden cósmico del que comulga esta cultura, pico y uñas en pan de oro, ojos luminosos, recorrido en espiral por una cinta malva, pluma.  Se muestra erguido sobre una base de espejos y piedras doradas, quizás el agua y la tierra bañada por el sol. 

 

Mama Killa, Madre Luna, diosa de la fertilidad, protectora de las mujeres, son representaciones en óleo sobre tela de alpaca realizada artesanalmente con la tejedora Norberta, con quien entabla una amistad entrañable.  Sobre el color natural del tejido, potentes imágenes en intensos colores primarios, vemos cómo el sol penetra en la tierra fertilizándola, la luna la riega con sus lágrimas de plata, contemplamos el poder de la unión del sol, la luna y la tierra, la fuerza del universo.

 

En la misma sala, al fondo, Protectoras, vídeo basado en el poema El guardián del hielo del poeta peruano José  Watanabe, y en el que la artista interpreta a Mama Killa con coraza y luna de plata en la cabeza (estaño), ofreciéndonos hojas de coca preservadas en hielo, símbolo de lo efímero, y masticándolas.

 

 

El baile de los muertos, dibujos-collage con pluma de cóndor, en tinta y lápiz conté sobre papel japonés.  Nos muestra los tres espacios de la mitología quechua, el superior, celestial, donde habitan los dioses, el mundo terrenal, la tierra y las aguas, donde habitan los humanos, los animales, las plantas, y el mundo de abajo, el mundo de los muertos.  La vida es cíclica, el cuerpo muere pero el espíritu vuelve a visitarnos y se le recibe con comida, dulces, flores, alegría y bailes.  Realizados con iconografía incaica, vemos representadas las montañas que hacen de escalera que permite el ascenso al cielo, los caballos como transporte de las almas, la serpiente que se puede mover por varios espacios.  Existen pasos que pueden conectar los tres mundos.

 

En otra sala encontramos la instalación Qantu, la preciosa flor sagrada de los incas de un color rosa muy intenso, donde escuchamos en lengua quechua el poema que se le dedica.  Es un canto a la supervivencia, según la tradición salvó a la tierra de la sequía, la flor se convirtió en colibrí, ave que se alimenta de su néctar para subir al cielo y suplicar al sol que termine con esta sequía, y el sol compadecido accede. 

 

Fotografías de gran impacto visual en las que la artista en comunión con rocas, musgo y líquenes, y bajo el cobijo de una nueva piel protectora, realizada con lana de alpaca teñida con cochinilla, es objeto de una metamorfosis mágica y sanadora, recuperando, en unión con la naturaleza, una nueva espiritualidad.  En el centro de la sala encontramos el manto-cobijo con el que se ha cubierto y escuchamos la vibración del tambor y el sonido de los pájaros.

 

La obra de Cristina Huarte es de gran riqueza literaria, en especial en poesía, como vemos en esta instalación y en el vídeo mostrado.   Esta vinculación es una constante, así en Aún no estás sola, exposición realizada en 2018 en el IAACC Pablo Serrano, este título y el de muchas obras que se expusieron hacían referencia a poemas de Ángel Guinda, Cernuda, Octavio Paz, así como los poemas reproducidos en aquel catálogo, pertenecientes a Sofía Castañón, Alejandra Vanessa, Carmen Ruíz Fleta, Sonia San Román, Laia López Manrique y Almudena Vidorreta.

 

Es una artista inteligente, valiente y delicada, que nos acerca la belleza de otro mundo con una muestra meditada, pero a la vez muy visceral, donde radican los sentimientos mas profundos del pueblo quechua y de la propia artista.  Huarte hace un canto a la naturaleza, a la vida bella, a la vida perfecta, una reivindicación de la vuelta a los valores éticos, a lo esencial.


Entrevista a Ana Revilla, comisaria de la exposición Estudio Cañada, 75 aniversario

-¿Cómo surgió la idea de esta exposición? ¿Te contactó el Estudio Cañada o les propusiste tú celebrar así su 75 aniversario?

Fue el Estudio Cañada quien me propuso la exposición. De varios exalumnos había surgido la iniciativa de reconocer el magisterio de Don Alejandro y la influencia del estudio. Partían con unas notas de una exposición coral y una lista de alumnos que podían ceder obras para la exposición. A partir de ahí, empecé a dar forma al discurso expositivo. Mi propuesta hacia del estudio el hilo conductor, con su maestro y por supuesto con los alumnos. Durante más de un año investigué y leí sobre Alejandro Cañada, y eso me llevó a definir la secuenciación, y distribución de la exposición. Valoré qué mostrar del maestro o qué enfatizar del estudio. La muestra de exalumnos, quizás la más delicada de sintetizar, merecía reconocimiento de aquellos que habían promovido el homenaje, aunque decidí ampliarla con algunos más. Por supuesto, la familia debía tener su sitio, ya que continúan con el legado que queríamos celebrar. Por último, para transmitir todos los testimonios orales, decidí grabar el audiovisual que cerraba la exposición.

 

-La muestra se salía un poco del perfil tecnológico en el que últimamente te has especializado, aunque también incluiste entrevistas filmadas y otros recursos técnicos; pero la recreación del taller no se basaba en realidad virtual sino en un montaje con entrañables elementos reales de un espacio cargado de vivencias personales. Habrá sido una experiencia emocionante para algunos antiguos alumnos toparse con todo eso…

Soy una gran convencida de la importancia de promover las nuevas tecnologías dentro del museo y como herramienta creativa. Afirmo, siento, y sé que potencian de una manera muy especial nuestro arte y la manera de difundirlo. La realidad virtual nos lleva a espacios que de otra manera no podemos visitar. No obstante, en este caso, con la gran variedad de público al que iba dirigida la exposición, la pandemia, y ya que tenía la posibilidad de recrearlo en vivo, con objetos originales y olores originales, sentí que una recreación real llegaría a mas gente. Recoger las sensaciones que muchos de ellos han tenido al pasar por la exposición, escuchar el agradecimiento de haberles dado al oportunidad de volver a sentirse en el estudio….ha sido apasionante. Hay (y había) en el estudio muchos elementos emotivos: la radio, las batas, los caballetes, las escayolas, los pinceles, los marcadores de ejes, las piedras….Esa zona de la exposición, sin duda alguna, ha sido la más apreciada por el visitante, ya que hemos logrado que se trasladara al estudio, en el espacio y en el tiempo.

He utilizado la proyección para una de las obras que no podíamos trasladar y que era muy significativa, o como bien indicas, el soporte audiovisual para cerrar la exposición. En cualquier caso, la tecnología en esta exposición estaba al servicio del discurso, y al ser un homenaje, no quería que tomara demasiado protagonismo.

 

-Habéis sabido conjugar muchas obras y testimonios de artistas que, como un homenaje, han dado un carácter polifónico al discurso expositivo. ¿Ha sido difícil escoger? ¿Se han quedado fuera algunos con los que os hubiera gustado contar?

Ha sido una exposición muy complicada, por lo prolífico que era Alejandro Cañada y la cantidad de artistas que ha formado. Se ha quedado mucha gente fuera. Artistas que me hubiera encantado que estuvieran. Grandes nombres del arte aragonés que no estaban y que son parte de la historia del Estudio y de nuestro arte. De alguna manera, por Cañada ha pasado todo el mundo, y eso hizo muy difícil poner un corte. El espacio fue un gran condicionante. La ausencia de grandes nombres siempre “duele” de alguna manera, y por eso me refugié en respetar los criterios del discurso expositivo.

Por ejemplo, en toda la exposición se muestra obra inédita de don Alejandro: bocetos y estudios…. Y en la parte de “La Huella”, también quería hacer ese guiño al estudio del natural, al boceto, al dibujo de academia…. La formación, la didáctica y el magisterio de Cañada era una de las principales ideas a transmitir, y también lo fue a la hora de seleccionar la obra de estos artistas.

 

-Creo que ha sido una exposición muy popular a juzgar por la cantidad de gente que había las veces que yo la recorría con mis alumnos o con familiares. ¿Cuántos visitantes ha tenido en total? Quizá puedas contar algunas otras informaciones o anécdotas que puedan ilustrar mejor su recepción pública.

Pese a las restricciones de aforo, han pasado más de 5.500 personas. Y los materiales didácticos y audiovisuales tienen cientos de visitas, entorno a 500.

Ha sido una exposición que ha gustado a todo el mundo por la gran variedad de obra y soportes. Repetidamente los visitantes me han dado las gracias por haberles dado la oportunidad de disfrutar de una visita variada y rica en detalles inéditos. Con mucha frecuencia se ha visto a gente que ha llorado emocionada, que me ha pedido una segunda parte, etc. Una de las cosas más interesantes y muy motivadoras ha sido ver a público infantil en la exposición, disfrutando y preguntando.

 

-¿Qué ha supuesto en tu trayectoria y en la del Estudio Cañada esta exposición y el premio, que lleva el nombre de Ángel Azpeitia? ¿Hay planes de futuro que os apetezca compartir con los lectores de AACA Digital?   

Para el estudio ha sido muy importante, el homenaje a Alejandro Cañada, ha venido en un momento muy difícil, y la gran acogida de la exposición y el premio, son dos factores maravillosos para consolidarlo como estudio de referencia.

En mi caso, obviamente, ha sido un honor. Es un premio otorgado por mis compañeros profesionales y ese reconocimiento es único e indescriptible. Tiene un gran fundamento para mi. Además el nombre de Ángel Azpeitia, mentor, maestro, compañero…. me llena de orgullo. Siempre lo llevo conmigo, por todo lo que me enseñó, y que dé nombre a este premio hace que para mi tenga más valor e importancia.

Planes de futuro siempre. Estoy trabajando ya en varias experiencias inmersivas, usando al tecnología al servicio del museo y el espectador. Y preparando para un futuro cercano varios proyectos culturales. Es una suerte poder trabajar en esto, y cuando te reconocen tu trabajo, te hace ser más exigente y se alimenta tu creatividad para seguir diseñando proyectos culturales y exposiciones.


This is POP!: 50 años de arte, música y cultura pop

Desde el pasado mes de enero, nos podemos deleitar con esta retrospectiva sobre la cultura Pop, en la capital aragonesa. Para ello, la comisaria y directora de marketing y exposiciones de GACMA, Antonella Montinaro, quien además es licenciada en Disciplinas del arte de la música y del espectáculo con la especialidad de cine, ha conseguido presentar un análisis comparado de las producciones de una selección de 29 artistas, de la talla de Robert Rauschenberg, Eduardo Paolozzi, Yayoi Kusama, Takashi Murakami, Jeff Koons, entre otros, que llevan trabajando el lenguaje Pop desde sus orígenes en los años ‘50 del siglo XX hasta nuestros días, con un guiño especial hacia la música.

Si bien es cierto que, debemos pensar que el Pop Art o Arte Pop es una corriente artística que se inició durante la segunda mitad del siglo XX, y cuyo origen se dio en Gran Bretaña con la aparición del Independent Group y en los Estados Unidos a finales de esa misma década, donde formaría parte esencial de la gráfica musical de la época. Es por ello que, este movimiento artístico tuvo mucho que ver con la cultura de posguerra y con los medios más populares, especialmente la televisión y el cine: los artistas desafiaban la tradición, asumiendo que podían utilizar elementos visuales de la cultura popular y convertirlos en Arte, gracias al empleo de la serigrafía, técnica destinada especialmente para la producción masiva. Pero, además, sabemos que esta expresión artística coincidió con el fenómeno de la música pop de la década de los 60, que estaba muy asociada con la moda y la imagen liberal del Londres de esa época, lo mismo pasaba con la sociedad americana y sus transformaciones culturales. De ahí que esta corriente sea mejor comprendida gracias a algunos de sus representantes como fueron Andy Warhol, quien mostraba un especial interés por las estrellas de cine y esa pasión se reflejaría en su obra cuando comenzó a crear retratos de Marilyn Monroe tras su muerte, en 1962, o figuras de la talla de Roy Lichtenstein y Keith Haring, quien buscaba hacer imágenes que fueran accesibles, sencillas y lo suficientemente genéricas para que pudieran ser aceptadas por cualquier persona estuviera instruida en el mundo de la cultura o no. Sin embargo, la historia cuenta con más ejemplos, aquellos que formaron parte de la corriente con aportaciones igual de importantes.

Asimismo, esta exposición se compone de 64 piezas y se estructura en diferentes bloques que exhiben los países donde este estilo tomó fuerza, agregando a España, el Neopop y el arte urbano. Todo ello se inicia con un primer bloque que se fija en artistas como Peter Blake, Eduardo Paolozzi y Richard Hamilton. Mientras que Estados Unidos retoma a Andy Warhol, Lichtenstein con su comic art y el reciclado de Rauschenberg. Aunque, por otra parte, España, a pesar de no ser cuna de Pop Art, este llegó a influenciar en el trabajo de varios artistas, como fue el caso de Eduardo Arroyo, Rafael Canogar, Manolo Valdés, así como de los grupos Equipo Crónica formado en Valencia en 1964 y posteriormente en 1966 con Equipo Realidad. Por otro lado, y en última instancia, la muestra mira hacia el Neopop y la relación del arte urbano con la cultura pop, para completarse con una sección dedicada a la música pop con unas carátulas de discos y una zona de proyecciones audiovisuales.

Por todo ello, podemos pensar que si algo caracteriza el arte urbano del siglo XXI es su heterogeneidad. Las intenciones de sus autores son muy diversas, no todos manejan el lenguaje de la subversión y la ironía, no todos tratan de provocar en el público reflexiones sociales ni políticas, pero sí que buscan llamar nuestra atención, al ocupar un espacio público no concebido inicialmente para albergar obras de arte.


Cuerpo en boca: El cuerpo como agente discursivo en las prácticas de performance o arte de acción.

 

Introducción.

El presente artículo trata sobre el lenguaje, los mecanismos, las prácticas y los procedimientos del arte de acción. ¿Qué es la performance? ¿Para qué sirve? La performance sucede. Es el resultado de un proceso y de la interacción entre agentes transformadores, circunstancias, realidades y entornos. No hay certezas.

Después de haber presenciado varias performances etiquetadas como tal, comencé a preguntarme en qué consiste dicha práctica; cuáles son las circunstancias para que eso ocurra. Hace un tiempo me encontré un libro en casa que parecía contener información al respecto. A partir de ahí, empecé a interesarme más sobre esta disciplina artística.

Este trabajo tiene como objetivo conocer parte del lenguaje del arte de acción a través del análisis de tres obras que transitan por el universo del cuerpo; su estructura, paisajes, intersticios y dimensiones: Ser Devenir, de Lara Brown; Tensiones en ángulo de 90 grados, de Laura Corcuera, y Sobre la espera, de Ana Matey. Se han elegido estas tres piezas por el particular tratamiento que hacen sus autoras de la corporalidad en relación con el tiempo y el espacio y, en consecuencia, por la proyección y las lecturas que genera un cuerpo siendo el foco de la acción. Para ello se ha consultado bibliografía sobre la historia y la teoría de las prácticas de la performance y sobre la transcendencia del cuerpo como elemento performativo. A su vez, se ha mantenido un intercambio conversacional con dos de las tres artistas (Lara Brown y Laura Corcuera) cuyas obras se analizan aquí, con el fin de partir de una fuente de información más próxima y personal, de conocer cómo entienden y viven ellas la performance, por qué la hacen y cómo es su proceso de creación.

En este artículo se ofrece, en primer lugar, un acercamiento al concepto y contexto de la performance, es decir, qué se entiende por el arte de acción, cuáles son sus coordenadas fundamentales, qué y quiénes intervienen y cuáles son sus propósitos. Asimismo, se describe brevemente el panorama del arte de acción en España; cuál es su historia y quiénes algunas de las diversas figuras más representativas. A continuación, se aborda la idea del cuerpo como discurso (agente enunciador), como ser-objeto y como ser-sujeto. Esto es el ser como materia y organismo y como mente, idea y espíritu. Se explicará cómo el cuerpo constituye una interfaz, un código y, por lo tanto, un texto expuesto a la multiinterpretación. Partiendo de este planteamiento, se analizan las obras de las tres performers mencionadas, quienes exploran y habitan los territorios, los límites, el tránsito, la subjetividad, la transformación y el devenir de los cuerpos y de las dimensiones espacio-temporales. De esta manera se comprobará cómo el cuerpo, a pesar de ser una entidad abstracta, integra un elemento discursivo, dadas su agencialidad y condición de partitura motriz, gestual y textual.

 

1.     Aquí y ahora. Tiempo, espacio y presencia. Qué se entiende por performance.

La performance o el arte de acción es una intersección e interrelación de interdisciplinariedad. Puede entenderse y concebirse de varias maneras y desde diferentes perspectivas. No es una disciplina concreta o en concreto. Es proceso, edición, presente, expectativa, palimpsesto, situación. No es una representación; es una presentación; presenta. No se interpretan personajes. En la performance el/la artista es sujeto y es objeto.

Nadie sabe el resultado, se está haciendo; podría decirse incluso que no hay resultado, sino simplemente el desarrollo de una proposición de una situación. […] Muchas veces no sabes cuándo empieza ni cuándo termina; no tiene los mismos elementos respecto a una obra plástica tradicional (Ferrer, 2009: 20).                    

Consiste en exponer una serie de estímulos, la realidad circundante, para producir significado, un impacto, una impresión: «Podemos engranar el lenguaje y las estrategias de estimulación que nos rodean y crear algo nuevo» (Roysdon, 2009: 68). Trata de «reinterpretar la realidad construyendo o reconstruyendo conceptos mediante lo efímero del tiempo real, del cuerpo y de un concepto socio-espacial determinado» (Tejo, 2009: 77). La idea de performance como edición «se ubica en la decisión de aceptar o rechazar el estímulo» (Roysdon, 2009: 65). Esto es, tanto la decisión de aquello que se toma del medio, como la de suprimir, eliminar, incorporar o transformar lo que se escoge.

La performance gira en torno a tres coordenadas o dimensiones esenciales: tiempo, espacio y presencia. Posee un carácter efímero e inédito y, en buena parte, impredecible. «En performance, como en la vida, ni se repite, ni vuelve ni se posee. Es un tiempo limitado que ha tenido un antes y tendrá un después. […] La performance ocurre, nos ocurre; por eso no vale ni que lo expliquen ni que te lo expliquen» (Cueto, 2009: 81). La obra performativa es de naturaleza voluble, resulta inmediata y a la vez procesual; está en construcción y, por lo tanto, es única e irrepetible. «Es la acción compleja por la que un mensaje poético es simultáneamente transmitido y percibido, aquí y ahora, por un enunciador y un destinatario, en unas circunstancias compartidas, haciendo coincidir los dos ejes de la comunicación social» (Vilariño Picos, 2013: 223). Siendo el tiempo policrónico y performativo, tiene lugar un arte de acción que se va haciendo. Esta evanescencia supone un problema de preservación en el tiempo en cuanto a su formato de conservación y reproducción. Los archivos de vídeo y fotografía son documentos que solo sirven «como estímulo a la memoria para recordar la acción» (Raventós Pons, 2011: 26).

El espacio, al igual que el cuerpo, constituye un elemento crucial y asaz significativo. Es parlante, performativo y sígnico-semántico. Existe como lugar material y tangible, territorio de afectación[1], interacción, exposición y tránsito. Se juega con el espacio real y el espacio artístico, cuyas barreras y/o fronteras se diluyen. «Existe una noción de espacialidad que es propia de las prácticas artísticas: su capacidad de materializar nuevos espacios, espacios-otros, situados más allá del espacio real. […] La materialización efímera, pero constatable, de un espacio» (Garbayo Maeztu, 2016: 171). Esos intersticios se visualizan como “heterotopías” —según el término acuñado y propuesto por Foucault—, es decir, como «contra-espacios que no están codificados socialmente» (Garbayo Maeztu, 2016: 171). El espacio también puede ser un medio de experiencias ética y estética, en tanto que configura y codifica un territorio de significado de acuerdo con unos valores, una ideología y un concepto de belleza asociado al ámbito de “lo artístico”.

La presencia viene determinada y materializada por la corporalidad. El artista es cuerpo, sujeto y objeto. Esta entidad corpórea deviene el sujeto de la acción, epicentro y vórtice de la teoría de la recepción. La presencia física del artista establece una relación (relacción) con el arte y con el espectador, cuya pasividad intenta alterar, ya que, quiera o no, se encuentra situado en el interior de la acción. «La presencia del cuerpo, su materialidad, mediatizada por la iterabilidad, es capaz de abrir nuevas perspectivas corporales distintas incluso de la nuestra propia» (Garbayo Maeztu¸ 2016: 21).

El inexorable vínculo que se crea entre artista y espectador convierte a este último en espect-actor, es decir, no solo en partícipe de la acción, sino en responsable, incidente, detonante, escenario de la misma. La reciprocidad entre estos dos “tipos” de sujetos es un fenómeno determinado por la interrelación y la afectación. El espectador también tiene potestad sobre la acción; es más, toma decisiones continuamente desde la perspectiva en que decide situarse. Forma parte de la performance desde el momento en que decide presenciarse. A su vez, el espectador es un componente del plano sonoro, se integra dentro de él; de las dimensiones espacio-tiempo, de la semioticidad. Si irrumpe o interviene en el transcurso de la acción, esta es susceptible de transformarse, de intensificarse, de adoptar otro curso semántico y pragmático, otro punto de vista, así como de finalizar. Ahí reside el potencial transformador del arte y el afán de que el espectador se convierta en actante, en co-sujeto: «La transformación de la obra de arte en acontecimiento y de las relaciones ligadas a ella: la de sujeto y objeto y la de los estatus material y sígnico» (Fischer-Lichte, 2017: 46). Tiene lugar una bilateralidad, retroalimentación y reciprocidad de significados entre público (espectador activo) y artista/performer.

Por otra parte, «cada individuo genera significados acordes con sus condiciones subjetivas» (Fischer-Lichte, 2017: 307). En este sentido, el significado se vuelve opinión y libre interpretación. A menudo agobian el vacío de sentido y coherencia y el desconcierto provocados por las performances. Es un tema más que recurrente. Cuando la gente asiste y forma parte de una performance cuestiona su “argumento” y finalidad, porque padece la necesidad de entender las circunstancias que le rodean: «Entonces, ¿qué significado tiene esto que hemos visto? ¿Qué quiere decir el/la artista con esto? ¿Quiere transmitir una idea en concreto? ¿Por qué hacen esto así? ¿Qué es esto? ¿Y esto es arte? Eso yo también lo sé/puedo hacer[2]». Lo cierto es que estas preguntas no tienen una única respuesta en términos de verdad absoluta. Todas las opiniones, visiones y consideraciones son válidas. Ahora bien, si hay algo que caracterice a la performance es la transgresión, la perturbación, la reflexión, la agitación y la desestructuralización. Constituye una herramienta, una estrategia y un medio de conflicto y afectación. Como arte de acción, la performance presenta micro o macroacciones dentro de unas coordenadas de tiempo-espacio-presencia. Obviamente, existen multiplicidad de acciones y variedad de actantes, pudiendo interferir e intervenir en ellas diversidad de espacios, de sujetos, de objetos y de otros elementos que lo conforman, como puede ser el sonido. «La sonoridad genera siempre espacialidad (no solo en el sentido del espacio atmosférico). La vocalidad, además, produce siempre corporalidad. Con y en la voz se originan tres tipos de materialidad: la corporalidad, la espacialidad y la sonoridad» (Fischer-Lichte, 2017: 255). Según el paradigma de la estética hermenéutica, cualquier elemento es un incesante generador de sentidos y significados. Una acción puede ir desde medirse el cuerpo y contarse infinitamente los dedos de las manos —como hicieron Esther Ferrer (Íntimo y personal) y Àngels Ribé (Counting my fingers) en los años setenta—, hasta enunciar el abecedario en inmersión (debajo del agua). Se busca transcender la vulnerabilidad y explorar los límites.

La performance juega con la liminalidad, esto es, con los niveles de umbral y tránsito; algo que tiene que ver con el proceso y el estado procesual de las cosas, ya sean etapas de la vida, estados de ánimo, crecimiento, deterioro, duermevela, hipnagogia, viaje, etc. Lo liminal es eventual, puntual, intermediario, transitorio, puente, suspensión, limbo, atemporalidad o intemporalidad. Una sala de espera, como su nombre indica, es un lugar que precede a otra situación, un proemio. La liminalidad nos sitúa en un límite o frontera (física, mental o emocional) indeterminada, ambigua, vacilante y cambiante. No es ni A ni B, sino porvenir y preámbulo. Por otra parte, explora los límites de lo políticamente correcto, de lo prohibido, lo tabú, lo marginal, lo excéntrico, lo inefable, clandestino. Además, también aborda el universo de lo cotidiano; cuestiona y transgrede las convenciones, lo normativo, lo tácito y preconcebido.

Está claro que la performance es un concepto muy amplio, en gran medida abstracto, indefinido e indeterminado y, sobre todo, polémico en cuestiones categóricas. Otro de los problemas que suscita esta disciplina artística es el debate sobre su clasificación, definición y categorización. Como ya se ha indicado, al público le agobian la imprecisión y el vacío nominal de lo que observa; necesita certezas y explicaciones concretas y clarividentes para asimilar contenidos. «¿Qué es performance? ¿Entonces esto es (una) performance? ¿Qué diferencia hay entre teatro y performance?». El arte de acción no es teatro porque no representa, sino que, como ya se ha comentado, presenta; es presente y, como todo acto presente y de presencia, se contempla imprevisible, a pesar de que pueda seguirse una partitura de la(s) acción(es) a presentar. Aunque en ocasiones aparente rasgos de teatralidad, queda lejos de su intención, ya que no concibe el hecho teatral como espectáculo sino, más bien, como acontecimiento. Presentación y representación son concebidos, en principio, como conceptos antagónicos, asociándose el primero a la inmediatez, naturalidad, autenticidad, totalidad y “experiencia de plenitud”, y representación, por el contrario, a metarrelato, mímesis, imitación, reproducción y prescripción. Sin embargo, de acuerdo a la teoría propuesta por Fischer-Lichte, «la percepción puede dar un giro en el mismo acto de percibir» (Fischer-Lichte, 2017: 295), es decir, que la interpretación está condicionada por la percepción fenoménica de cada individuo. Esto es el fenómeno de la “multiestabilidad perceptiva”. La percepción viene determinada por un estado de consciencia que nos hace percibir y entender algo como ese algo. Si el espectador «interviene en la autopoiesis del bucle de retroalimentación, no puede no tomar parte»; es, a la vez, «parte y generador del proceso que pretende entender» (Fischer-Lichte, 2017: 309).

Explicada en términos de éxito o fracaso, según la teoría de los enunciados constatativos y performativos de Austin[3], la performatividad puede residir en el intento de entender la performance; en si la hemos “entendido” o no. Si bien «el espectador es afectado físicamente por la percepción, esto es, por lo percibido» (Fischer-Lichte, 2017:  310), el significado «no puede escindirse de la materialidad, entenderse como un concepto» (Fischer-Lichte, 2017: 311). En los problemas de la debatible interpretación y “comprensión” a posteriori, intervienen los factores recuerdo y memoria (la comprensión depende del recuerdo, dado que no es posible procesar toda la información a tiempo real) y el factor traducción (de significados no-lingüísticos en lingüísticos; esto es, la verbalización de las impresiones). De nuevo, la recepción responde a nociones de intersticidad, liminalidad, inestabilidad, indefinición e indeterminación.

En resumen, la performance o arte de acción es concebida y percibida como un acto artístico, ejecutado por una o más personas denominadas artistas o performers, en un tiempo, espacio y circunstancias (in)determinadas. Estas acciones y situaciones pueden durar unos minutos o incluso varias horas. A veces no cuentan con un público consciente porque pueden tener lugar en espacios no codificados paradigmáticamente como artísticos, como la calle, un hospital, una oficina, un centro educativo… Sin embargo, artista y espectador «experimentan simultáneamente la acción; una acción que no es lineal, ni existe planteamiento, nudo y desenlace como encontramos en el teatro tradicional» (Raventós-Pons, 2011: 19). Se produce una interrelación entre arte y vida; artístico y cotidiano. La performance es un concepto eviterno, constructo, intangible. Proceso, presente, experiencia, tomar conciencia de estar vivo, provocar y compartir situaciones y acciones con un público interferente; ocurrir, vivir, reflexionar, estar, sentir y hacer. Aquí y ahora.

 

2.     Panorama de la performance en España.

En los años sesenta surge un nuevo movimiento feminista que estará estrechamente ligado al mundo de la performance (varias performances adquirirán un claro tono de activismo feminista), donde un número significativo de artistas son mujeres. Se empiezan a cuestionar y a analizar la opresión, la abnegación, el rol, la imagen, la entidad y la identidad de la mujer. Los años sesenta y setenta marcan un antes y un después en el panorama de los derechos y libertades de las mujeres. Es un momento de apertura y reflexión; «de fuerte militancia, de acciones y manifestaciones reivindicativas en la calle, de discusiones, lecturas de los textos feministas más significativos de la época y de debates» (Aizpuru, 2009: 31). Se genera un discurso sobre el cuerpo, sobre este como territorio de placer, como objeto de dominio público; se discute sobre las «relaciones sexuales estereotipadas, cuyos modelos impuestos se conceptualizaron como relaciones de poder» (Aizpuru, 2009:31). Se produce, por consiguiente, un cambio de actitud y de enfoque en el arte. Se acentúan la investigación y el debate sobre conceptos clave: feminismo, patriarcado, relaciones personales y político-sociales. Varias artistas ponen su cuerpo en acción, lo exponen en un contexto artístico para someterlo a la interpelación. De este modo, el cuerpo se convierte en su herramienta de trabajo porque es, sin lugar a dudas, un elemento performativo que no deja indiferente. Esta mina de significados interviene como catalizador de una revolución sexual aún hoy en activo. «Muchas mujeres representaron los procesos por los que atraviesan sus propios cuerpos, explorándose las relaciones entre el cuerpo de la mujer como sujeto y como objeto social» (Aizpuru, 2009: 32).

Dentro de este marco del arte de acción, de ideas y de experimentación, se pueden incluir el happening[4], el action painting¸ el body art y el famoso movimiento Fluxus. «El arte, que no consiente una cómoda delimitación» (Marchán Fiz, 1990: 291), se mueve en tres dimensiones: sintáctica, semántica y pragmática; esto es que, respectivamente,

posee su léxico —los repertorios materiales—, modelo de orden entre sus elementos —sintaxis—, es portadora de significaciones y valores informativos y sociales —semántica— y ejerce influencia, tiene consecuencias en un contexto social determinado —pragmática—. Es pues, un subsistema social de acción(Marchán Fiz, 1990: 13).

Las performers de estos años inauguran un nuevo camino de percepción y de creación. Indagan en el ser-sujeto y ser-objeto de la acción desde una perspectiva personal y vivencial; ponen su cuerpo y lo presentan. Esta implicación tan vehemente y visceral pretende acentuar la importancia y el poder semiótico del cuerpo. Muchas veces, llevan a cabo acciones que ponen en riesgo su integridad física y psicológica, lo cual repercute de forma alarmante en el espectador, quien siente que tiene la responsabilidad de parar o censurar según qué tipo de acciones y prácticas. «Todas estas artistas, y muchas más, han jugado con la mediatización y la desintegración del yo establecido» (Aizpuru, 2009: 35), es decir, con la deconstrucción de paradigmas y estereotipos de género y del ser humano.

En España encontramos múltiples y diversos enfoques dentro del arte de acción. Hay un extenso listado de performers. Esther Ferrer, Concha Jerez y Nieves Correa son las tres grandes voces consagradas de la historia de la performance en España. A su vez, resuenan nombres como Alicia Framis, Àngels Ribé, Fina Miralles, Ana Mendieta, Pilar Albarracín, Bartolomé Ferrando, Ángeles Agrela, Paka Antúnez, Helena Cabello, Eulàlia Valldosera, Carlos Pazos, Grupo Zaj, etc., cuya obra, en sus inicios, se enmarca en un tardofranquismo opresor, donde la libertad era un bien escaso y preciado.

El grupo Zaj fue creado por Juan Hidalgo, Walter Marchetti y Ramón Barce en Madrid en 1964. Esther Ferrer se unió en 1967, después de que Barce dejara el grupo. Sus intervenciones eran interdisciplinares. Trabajaban (el grupo finaliza en 1993) con medios visuales y con material musical como influencia de la escuela de John Cage, del neodadaísmo, del budismo Zen y su idea del vacío, así como de las vanguardias experimentales de aquellos años, especialmente el movimiento Fluxus. Zaj presentaba sus piezas como “conciertos” para evitar la censura en la época franquista, ya que los conciertos eran los únicos espectáculos que no tenían que pasar por la censura (Ferrer en Brit y Meats, 2014: 175). A partir de 1973, Esther Ferrer (1937), «una de las pioneras del arte de acción y del discurso feminista» (Raventós-Pons, 2011: 16), conocida a nivel internacional, comenzó a realizar obras individuales que constituyeron un sedimento magistral en la trayectoria artística de España. En su obra destacan el rigor formal y la austeridad, donde todo elemento superfluo es eliminado. Dentro de la dimensión narrativa, extrae sus estructuras de la geometría. Sus performances tienen algo de absurdo y se afirman como una negativa a aceptar el orden establecido (Brit y Meats, 2014: 173). Al igual que Nieves Correa, en sus acciones, el cuerpo aparece y se manifiesta en toda su fisicidad; reflejan el paso del tiempo y el deterioro. Para ellas es mucho más interesante mostrar las inclemencias, desgastes e imperfecciones de la vejez que recrearse en la imagen de un cuerpo joven, bello y perfecto, dentro de una sociedad que comercializa y rinde culto al cuerpo de una manera obsesiva. Ambas trabajan con partituras donde concretan unas pautas básicas que constituyen el andamiaje de su macroacción. Estas pautas se escriben de modo objetivo, como si fueran instrucciones. No son como las acotaciones teatrales, porque no incluyen indicaciones subjetivas que pretendan imitar una emoción o sentimiento, sino que simplemente proporcionan una información sintetizada sobre las acciones que se van a realizar.

Nieves Correa (1960) interrelaciona vida, arte y sociedad en sus performances. Indaga en el uso de materiales, en la implicación del público, en el cuerpo como elemento formal sometido a tensión, esfuerzo y opinión, y en la integración de material y medios audiovisuales. «Correa enfatiza a la mujer que actúa, protagonista de la acción. […] La performance se convierte en un acto de resistencia y de protesta» (Raventós-Pons, 2011: 23, 26).

Concha Jerez (1941) sería el tercer pilar de esta tríada paradigmática del arte de acción en España. Se enmarca más bien dentro del arte conceptual, aunque lo cierto es que es una artista polifacética, prolífica y multidisciplinar. Su trabajo se centra tanto en aspectos político-sociales como en el análisis crítico de la sociedad y los medios de comunicación. Durante la dictadura franquista abordó el terreno de la censura y la autocensura. El feminismo está tácitamente presente en su obra.

A día de hoy, el número de performers —ya solo en España— es tan amplio que resulta inabarcable en esta breve descripción. Cada vez hay más diversidad de prácticas performáticas enfocadas desde múltiples concepciones, temáticas, disciplinas artísticas y perspectivas. La danza —y, por lo tanto, el cuerpo— ha cobrado mucho protagonismo, incluyéndose como elemento orgánico y físico que presenta, más que un espectáculo estético, un tratamiento anatómico, analítico, crítico y experimental.

Algunas de las muchas figuras más activas y populares del mundo del arte de acción de los últimos años en España son Ana Carceller y Helena Cabello, que empezaron a trabajar conjuntamente a principios de los noventa en torno a políticas y teorías sexuales y de género. Paka Antúnez también se mueve en el plano del discurso de género, los relatos de poder y la antropología. A su vez, Macarena Nieves Cáceres vincula parte de su producción artística a la acción feminista. Pilar Albarracín enmarca y orienta su obra hacia el feminismo y la sociología desde el análisis de la construcción cultural, la identidad española y, sobre todo, la herencia andaluza como un acervo social y simbólico. Su estética es muy característica. Incorpora rasgos del vestuario y de la danza típicos de su cultura. Trabaja mucho con el bordado y persigue la polémica, la controversia, la ironía y el humor. Alicia Framis combina diseño, arquitectura, moda y arte de acción, interrelacionándolo con diferentes aspectos de la existencia humana y de la sociedad urbana. Aborda e incluye el dilema social en su obra, proponiendo posibles soluciones e invitando a la interacción. Por su parte, Bartolomé Ferrando es una figura consagrada dentro de este ámbito y además es profesor de performance y arte intermedia. Como se ha dicho, hay multitud de artistas que abordan la performance en su creación. La mayoría se definen como artistas multidisciplinares.

 

3 El cuerpo como agente discursivo. Polisemia y semiótica del cuerpo.

El cuerpo es un elemento inherente a la performance. Somos cuerpo y materia; nos constituimos como «terreno de indagación y sujetos de la acción» (Aizpuru, 2009: 33). Cada gesto nos identifica. Configuramos códigos de intersubjetividad que tienen que ver con las múltiples maneras de entender, de ser y de estar-en-el-mundo. «El cuerpo en performance se convierte en un objeto artístico y sujeto de la acción, herramienta de resistencia e instrumento de diálogo. […] Al transformar el cuerpo de objeto a sujeto, subvierte su rol pasivo por uno activo» (Raventós-Pons, 2011: 16).

Mediante la escritura performativa, se instala al cuerpo en «un espacio de salpicaduras, de giros inesperados, de saltos al vacío, de choques de subjetividades» (Brijaldo, 2014: 114); intentando superar cualquier limitación. A su vez,

la escritura performativa se enfoca hacia cómo comprendemos el lenguaje, concretamos los actos comunicativos y ponemos en juego nuestras visiones del mundo. […] Un no-territorio para crear. Entonces se hace más latente la idea de la escritura como intervención de escenarios estáticos, de desterritorialización donde la acción acontece (Brijaldo, 2014: 116).

En este controvertido medio de comunicación, «el cuerpo se convierte en soporte de lo narrativo» (Raventós-Pons, 2011: 21), es decir, se utiliza como agente discursivo. A menudo, el cuerpo es utilizado «como vehículo para cuestionar conceptos de identidad y diferencia, o tratar de subvertir imágenes opresivas que han determinado el comportamiento social de la mujer» (Raventós-Pons, 2011: 18).

Suele recurrirse al desnudo como estrategia para alcanzar la “neutralidad interpretativa”. Sin embargo, la desnudez vulnerabiliza, incomoda, perturba y afecta. La ropa actúa como elemento distractor y definitorio, ya que genera significado —es un elemento significante— y, muchas veces, ideas preconcebidas[5]. «En la performance, mostrarse, exponerse, desnudarse, lleva a la teatralización del cuerpo y a la recuperación de la corporeidad» (Raventós-Pons, 2011: 22).

El cuerpo es lo único que tenemos en cuanto a realidad tangible se refiere. Engloba una serie de conceptos que lo individualizan, materializan e identifican: sexo, raza, forma, color, texturas, belleza, canon, sexualidad, convenciones, placer, maternidad, enfermedad, ciencia, pornografía, expresividad, carne, piel, deseo, voluptuosidad, viscosidad, organicidad, conducta, intimidad… «“El cuerpo” del que oímos hablar es necesariamente una abstracción. Cada uno de nosotros permanece envuelto en un cuerpo específico, sometido a su propia dinámica, a sus fuerzas y sus debilidades» (Ewing, 1996: 238).

El cuerpo actúa, es e interfiere como discurso y estrategia discursiva: los cuerpos significan, hablan, performan e intervienen porque son agentes enunciadores. El cuerpo se hace lengua y se apropia del lenguaje, tratándose de un proceso continuo de reinterpretación y resignificación. Existen unas estrategias corporales que funcionan como elementos discursivo-retóricos. Véase, en gran medida, el gesto. «Los cuerpos, por medio de hacerse presentes, ocupan un lugar dentro de la representación y se apropian de él» (Garbayo Maeztu, 2016: 22). Además,

el cuerpo cita: cita a aquellos cuerpos que lo precedieron y también a aquellos que lo circundan. Cita distintos aspectos de la realidad, los materializa y les “da cuerpo”. Por eso la performance, como estrategia estética, se puede convertir en un espacio de resistencia (Garbayo Maeztu, 2016: 33).

 

Según Garbayo, citar consiste en «hacer aparecer en el presente las imágenes de unas acciones, la presencia de unos cuerpos, los restos de un periodo reciente de la historia. Citar implica traer aquí» (Garbayo Maeztu, 2016: 34). Por lo tanto, citar supone verbalizar lo que acontece, el presente; aquello que nos rodea y nos afecta, ya sea implícito, explícito, tabú, secreto (a voces), inconveniencia… El cuerpo adquiere representatividad y visibilidad dentro del espacio público:

Si el cuerpo es el medio por el que se materializa la existencia social del sujeto, en la puesta en escena del cuerpo se juegan toda una serie de cuestiones que atañen no solo a aspectos identitarios, sino también a los modos en que ese cuerpo adquiere representatividad en el espacio público, atendiendo a toda una serie de dinámicas de inclusión/exclusión (Garbayo Maeztu, 2016: 49).

 

En términos de agencialidad, integra un “estatus sígnico” que mantiene su “estatus material” cuando es observado en su carnalidad, de modo tangible, medible y concreto. Irrumpe en los espacios público y privado para afectar a la sociedad, la cual deviene inevitable espect-actora. Partiendo de la dialéctica corporal de la vulnerabilidad y de las dualidades visibilidad/invisibilidad, presencia/ausencia, se construye una estructura de actantes y elementos codificadores. La performance tiene condición de “acontecimiento” y de voluble; lo que antes no significaba (o dicho significado era irrelevante y banal) ahora significa. Así, el arte de acción está, en gran medida, supeditada al contexto; arraigada a sus connotaciones físicas y simbólicas. (Garbayo Maeztu, 2016:  58). Por su parte, el cuerpo, haga lo que haga, siempre es performativo. Como en el escenario, todo en él significa y se multiplica exponencialmente, porque está siendo evaluado, juzgado e interpretado por un público aparentemente pasivo. El cuerpo también actúa como lugar y herramienta; la anatomía es y ocupa un territorio, un lugar y un espacio y, por lo tanto, significa.

Uno de los objetivos o propósitos de la performance, teniendo en cuenta que «toda acción performática posee resonancias locales y contextuales» (Garbayo Maeztu, 2016: 214), es explorar las fugas de sentido; esto es, los intersticios, la intersubjetividad, las heterotopías, los espacios de posibilidad, marginalidad, materialidad, corporalidad y literalidad. A su vez, busca transgredir los códigos establecidos, naturalizados y normativizados. Pretende adentrarse en la comodidad e incomodidad del cuerpo y analizar los comportamientos y gestos que nos identifican como sujetos: «el gesto y el acto son constitutivos de la corporalidad. A través de su repetición performativa pueden materializar cuerpos, sujetos e identidades» (Garbayo Maeztu, 2016: 224).

El cuerpo desarrolla una literatura, una lingüística y una pragmática corporales, es decir, un lenguaje con el que expresarse en ausencia o como complemento de la palabra, ya que «el habla siempre pasa por el cuerpo y desde él se instaura la comunicación» (Garbayo Maeztu, 2016: 227). El gesto representa el principal recurso discursivo del cuerpo; es la «evidencia semiótica» de este, «una especie de grado cero del lenguaje. […] De forma más eficaz que la palabra, es capaz de escapar al férreo control que rodea y limita el discurso, para constituirse como fuga del lenguaje normativo. El gesto reducido a su mínima expresión» (Garbayo Maeztu, 2016: 227-230).

La repetición y la iteración son dos factores cruciales en el arte de acción e intervienen directamente con la coordenada tiempo. Cada repetición aporta una variante, instaura una diferencia, por mínima que sea; algo nuevo, un matiz, material discursivo inédito y desconocido. La repetición como heurística es una estrategia y herramienta clave en la performance, porque funciona como transformadora de gestos, acciones, significados y resultados, al igual que en un laboratorio cuando se repiten fórmulas y combinaciones para observar y analizar su evolución y su proceso. En este caso, interesa más el proceso que el resultado final, pues no hay unas expectativas claras y prefijadas, sino que lo que prevalece es el presente, el aquí y ahora.

Gracias a la polisemia del cuerpo, a la corporrealidad, a su agencialidad y entidad discursiva, este es capaz, en muchas de las acciones, de decir lo inefable y/o aquello que no se puede decir («en muchas de las acciones, parece que el cuerpo intenta decir aquello que no se puede decir» (Garbayo Maeztu, 2016: 183)).

 

3.     Lara Brown. Habitar el cuerpo, masticar el tiempo

Tras haberse formado en diferentes instituciones académicas relacionadas con la interpretación teatral, en la especialización de interpretación gestual —aquella que concibe la interpretación desde el cuerpo, no desde el pensamiento y la psicología—, Lara Brown (1986) emprende el camino de lo que ella denomina «autouniversidad». Se interesa por las artes vivas o parateatrales —antes conocidas como «teatro postdramático»—, donde el peso de la dramaturgia ya no recae únicamente en el texto, sino que se extiende a todos los elementos escenográficos (música, iluminación, coreografía, gestos, decorados, vestuarios…). Le gusta pensar la performance como «gestos performativos», donde «hay algo que sucede, pero nadie sabe qué va a suceder y nadie conoce el final» (Brown, 2020b). Considera que hace performance dentro de las artes vivas[6], porque es el contexto donde trabaja y el círculo que más conoce, aunque en realidad, no se preocupa por categorizaciones y etiquetas: «yo hago lo que hago y ellos me señalan» (Brown,  2020b). Entiende la performance como la traducción de una idea en una acción; «cómo trasladar un concepto a la herramienta que tú tengas» (Brown, 2020b). Su trabajo está enfocado en la investigación del movimiento y en la idea de cuerpo como aquello que fundamenta los proyectos que realiza.

Lara Brown «coreografía las pautas»; va generando prácticas y herramientas para configurar y secuenciar sus piezas. Parte de la construcción o diseño de «mapas» con diferentes ejercicios, mediante los que va dejándose llevar según vaya enlazándolos: «lugares por donde pasar que sirven para poder terminar la pieza en esa especie del secuestro del cuerpo, moviéndolo y, con el salto, además, y la vibración que te llevan a otro lugar» (Brown, 2020b). Estas prácticas consisten en un análisis exhaustivo y en un recorrido minucioso por todo su cuerpo a través del tacto. Se trata de una acción íntima e introspectiva donde palpa, acaricia, chupa, modela y siente su piel; su cuerpo como materia, organismo y ser-objeto. Busca y trabaja que cada movimiento le conduzca a otro de manera natural, sin ella forzarlo; mediante el impulso y el devenir del flujo motriz. Como expresa Lara Brown, el salto, la agitación y la vibración le ayudan a conducir y gestionar un final extático. Es en ese punto culminante donde música y movimiento convergen en un ritmo magnético e hipnótico. Entonces, ella ya no es dueña de sus movimientos, sino que sigue la propulsión y el rebote de los mismos. Este esquema de trabajo responde a una coherencia que invita a un trance dual —que no recíproco— entre performer y espectador.

A su vez, trabaja mucho con la dimensión temporal, «una dimensión temporal distinta a la de la cotidianeidad» (Brown, 2020b). Ralentiza el tiempo. Mastica la acción a una velocidad pausada, de manera que transgrede el ritmo acelerado al que está acostumbrada la sociedad actual, que cultiva y exige la inmediatez. Sus piezas requieren un público paciente, sin prisa; dispuesto a percibir una realidad analítica y decelerada. Sus prácticas son minuciosas desde la acción; pone el foco e insiste en la acción, a partir de la cual se pueden ir desplegando dimensiones temporales, visuales, espaciales…

La música en su obra comprende un impulso energético. Suele trabajar conjuntamente con Ojo Último, un músico. Aunque rítmicamente la emplea porque le funciona para gestionar y conducir la repetición, no la utiliza como un elemento de adorno, sino como un complemento discreto que no distraiga del foco de la acción. No obstante, aporta un soporte y un sentido rítmicos —también tímbrico— ineludibles.

En cuanto al factor repetición, para ella supone el inicio de la pauta. También cree que es necesario valorar la reiteración, pues al final el material acaba pasando por un filtro en el que se aceptan o rechazan componentes: «me parece que está bien pasar varias veces por el mismo sitio para conquistar esos lugares o para entenderlos de otra manera» (Brown, 2020b). Además, la repetición es necesaria para consolidar y naturalizar la idea y su correspondiente acción. A su vez, repite movimientos para explorar su dicción corporal. Cada repetición aporta un cambio; material nuevo y un modo diferente de articular el discurso motriz y corporal.

Presentar el cuerpo desnudo es una herramienta esencial para ella, porque trabaja mucho con la piel y la corporalidad, ya que considera que la ropa genera estímulos que interfieren y estorban en la acción: «la ropa sostiene algo como un sujeto más concreto; te hace más personal» (Brown, 2020b). No obstante, si ella elige ponerse un tipo de zapatillas, por ejemplo, es porque busca mostrar algo que la identifique, con el fin de «redondear el “personaje” como artista» (Brown, 2020b). Para ella el cuerpo es un territorio a explorar que, con ropa, resulta inaccesible. 

«El desarrollo de su trabajo gira en torno al análisis de la idea de identidad, el cuerpo y la transformación de este como soporte artístico y generador de pensamiento» (La Poderosa, 2018).

 

4.     Ser Devenir

Ser Devenir(2018) es el resultado de un proceso de investigación y análisis escrupuloso del cuerpo como materia en constante transformación. Lara Brown se detiene e insiste en la relación que tiene con su cuerpo, «tensando su forma humana en un intento de hacer emerger una nueva dimensión de este, una realidad que lo compone y que, tal vez, no se puede nombrar» (La Poderosa, 2018). Con esta pieza, Lara pretende observar y experimentar con su cuerpo, libre de subjetividad y conciencia del ser-sujeto. Se adentra en una disección de la corporrealidad que la constituye mediante la formulación de preguntas anatomizadas y la exploración de y desde su fisicidad y viscosidad:

¿Cómo liberarnos de los puntos de subjetivación que nos fijan, que nos clavan a la realidad dominante? Arrancar la conciencia del sujeto para convertirla en un medio de exploración, arrancar el inconsciente de la significancia y la interpretación para convertirlo en una verdadera producción, no es seguramente ni más ni menos difícil que arrancar el cuerpo del organismo.

Deleuze y Guattari ¿Cómo hacerse un cuerpo sin órganos?Ser Devenir es una práctica que consiste en entender y habitar el cuerpo como un paisaje nuevo en transformación constante. / El resultado es una secuencia que sostiene un estado de búsqueda. Un cuerpo haciéndose preguntas. Donde lo continuo permite a su vez acceder a un lugar que se parece más a un estado de trance que a una metáfora (Brown, 2020).

Lara Brown empieza su performance, Ser Devenir, sentada en el suelo, vestida con un bañador negro, descalza. Se frota las extremidades con una toallita —no se distingue bien si se está barnizando o humedeciendo la piel con algún líquido—y después empieza a acariciarse, a recorrer y modelar su pierna con las manos. Es un cuerpo que se descubre a sí mismo como cuerpo. Realiza movimientos orgánicos enlazados con fraseo y direccionalidad. Un movimiento impulsa, deviene, encadena y se transforma en otro. Se convierte en una escultura y un cuerpo dinámicos. Analiza y se detiene en cada centímetro de la piel y de la masa corporal. Es consciente del espacio, de su espontánea y natural cinestesia y cenestesia aquí y ahora; de su cuerpo como materia viva y en constante trasformación. Explora límites y nuevos horizontes de posiciones y movimientos; adopta posturas inéditas, incómodas, extrañas, no convencionales. Se percibe un ritmo interno y externo en la conducción del movimiento. El factor repetición actúa como elemento transgresor y generador de material nuevo y cambiante. Inevitablemente, aunque no sea esa la intención, las figuras y posturas que va creando dan lugar a un objeto artístico y, a su vez, estético. Todo es parte y resultado de un proceso, de un devenir y evolución dinámicos donde el cuerpo es un agente transitorio y mudable, materia dúctil, maleable, variable, inestable e incierta. Hacia el final de la pieza comienza a sonar una música (disco-electrónica), cuyo ritmo coincide con el que Lara está produciendo al moverse y golpear con los pies en el suelo. Entra en un estado de trance y continuidad donde cada gesto y movimiento es fruto del impulso del anterior. No se trata de una coreografía explícita, precisa y premeditada. El plano sonoro no prevalece sobre el cuerpo porque, de ser así, el cuerpo perdería protagonismo y dejaría de ser, por lo tanto, el foco de la acción. En este caso, la música no pretende convertirse en un elemento distractor, sino meramente complementario. En el momento en que la música se añade a la acción, se introduce una carga semiótica que el público ha de procesar, de manera que la acción no solo pasa a un segundo plano, sino que se contempla desde otra perspectiva, afectada por un contenido semántico añadido.

Lara Brown durante su performance Ser Devenir recorriendo su cuerpo minuciosamente. (foto de Alain Dacheux, 2018)

Lara Brown durante su performance Ser Devenir. (2018)

Ser Devenir presenta una estructura gradual con un claro punto climático en la parte final, cuando se incorpora y comienza a moverse al ritmo de la música. Esta (macro)acción es una manera de coreografiar, masticar y detener el tiempo, una metamorfosis dilatada y analítica que explora y habita el cuerpo y sus territorios como discurso, agentes enunciadores de un «mientras», un fluir, un durante. Con este cuerpo en proceso, inestable, transitorio y cambiante, Lara Brown logra transmitir un estado de alarma y de indeterminación, ya que no se sabe con certeza hacia dónde conduce su transformación. No obstante, se intuye una evolución. Empieza sentada en el suelo y termina de pie y sacudiendo su cuerpo a una velocidad notablemente más rápida. Los movimientos que realiza son más amplios y enérgicos. Al contrario que al inicio, se desplaza por el espacio. Se desplaza porque ahora ya puede andar. Cuando estaba sentada, podía arrastrarse conforme iba mudando sus posturas. Hasta que se incorpora sobre los dos pies —algo que el público ansía porque necesita resolver esa incertidumbre y esa tensión— hace varias pruebas —intentos— que demuestran inseguridad e inestabilidad. La oscilación de su cuerpo es propia del desequilibrio. Su materia vacila desde el comienzo; no se sabe hacia dónde va a derivar su acción, aunque se intuye —y se espera— que resolverá en algo nuevo y más grande. Si se quedase todo el rato sentada en el suelo, probablemente el público no lo soportaría; se sentiría defraudado, con las expectativas truncadas. Ser Devenir constituye la evolución de un cuerpo a la deriva. Esta evolución puede parecer el resultado de una liberación, la obtención de la libertad de movimiento, un despertar corporal, un orgasmo discursivo y tangible que se ha dejado llevar por la fuerza y la agencialidad motrices… En resumen, consiste en perder la forma humana en busca de la mutación y de una sensibilidad diferente, ajena a toda convención; salirse de los esquemas, de la razón y de los dogmas “rutinizados” que definen cómo deben ser las conductas de los cuerpos. Ante una sociedad anclada en la construcción de identidades desde una mirada sedentaria, Lara Brown hace un ejercicio de desidentificación, donde permite al cuerpo transitar por cualquier realidad posible.

 

5.     Laura Corcuera. Corporeizar conflictos.

Para Laura Corcuera la gran pregunta de la performance es: «¿Qué puede pasar? ¿Qué puede acontecer?» (Corcuera, L*C*G*G*). La esencia del arte de acción está regida por los ejes: presencia, aquí y ahora, y los cuerpos en relación y construcción con el espacio (público y privado). La performance es, por tener una clara voluntad de ser una acción.

Laura Corcuera (1979) viene del mundo del periodismo y de la semiótica de la comunicación. No obstante, trabaja con y desde el cuerpo, el espacio y la comunidad como puntos cardinales de la acción en indudable interacción. Apela al lugar, al territorio, a la frontera y a unas condiciones, necesidades y relaciones materiales e inmateriales[7] que, aunque distintas, se retroalimentan; tienen que ver con la vulnerabilidad, la interdependencia y con formar parte de comunidades. Todas estas coordenadas se activan desde y en torno a la experiencia, la afectación y el conflicto. Laura Corcuera indaga en la corporeización de conflictos desde una perspectiva humana, crítica, ética y veraz. Sus obras son reivindicativas, polémicas y, a veces, incómodas de llevar a cabo y de recibir como público espect-actor. Es portadora de valores sociopolíticos fundamentales como la igualdad, la libertad, la democracia, la justicia y la dignidad. Cuestiona el estado de la cuestión de estos pilares básicos de la sociedad que parece devenir cada vez más utópica[8] e inalcanzable. Lleva la performance hasta sus últimas consecuencias; se vuelca en la acción dispuesta a explorar límites físicos y sociales, aunque siempre desde el respeto y el cuidado. Afirma que, si algo la caracteriza en sus prácticas, es «el compromiso con la alegría y el juego, el humor, el absurdo, la solidaridad, así como la existencia salvaje y el ritual colectivo; el ser en común, parte de la naturaleza, desencorsetada de prejuicios, estereotipos y categorías» (Corcuera, 2020). Busca resignificar espacios, observarlos e intervenirlos desde otro punto de vista, con mayor atención; saborearlos, integrarse en ellos y contemplarlos desde la agencialidad —comúnmente antropocéntrica—: «La acción afecta y es afectada por aquellas materias (vivas y no vivas) que la componen, compusieron, compondrán» (Corcuera, 2020)—expone.

 

6.1 Tensiones en ángulo de 90 grados

En Tensiones en ángulo de 90 grados (26 de junio de 2017, Centro Cultural Conde Duque, Madrid, España), Laura Corcuera pone de manifiesto que no le gustan «los regímenes disciplinarios que monitorizan su cuerpo» y que «el sistema-ciencia colonial vuelve a la filosofía para hacer terapia decolonial y feminista» (Corcuera, 2017).

Esta performance forma parte del ciclo de reflexión colectiva Millones de perversas. La radicalidad sexual de los años 70(Madrid, 2017). Se trata de un seminario organizado por El Porvenir de la Revuelta—bajo la dirección artística de Fela Vila Núñez—,que invoca la memoria y la labor de los sujetos y movimientos LGTBIQ para lograr la visibilización del colectivo, su progresiva aceptación e inclusión dentro de la sociedad y la conquista de derechos y libertades desde la última década del franquismo. Es una iniciativa que:

pretende conseguir que sean de nuevo transitables fórmulas colectivas de lucha; explora genealogías de ciertos planteamientos transgresores sobre la sexualidad y el género y activa en nuestro presente los usos políticos de las memorias de la radicalidad sexual que el tiempo y sus narraciones oficiales han difuminado(Madrid Destino, 2017).

En la grabación de la performance se ve la fachada del edificio Conde Duque de Madrid y dos personas próximas a dos sillones en los extremos. Laura Corcuera se acerca caminando hacia el público, que se encuentra junto a la pared de enfrente, a varios metros de distancia. Les va dando sus objetos personales (una goma de pelo, unos cascos, unas llaves, una camisa…). La gente custodia sus enseres. Le entrega sus objetos y parte de su ropa al público porque, posteriormente, va a ser mojada por una manguera que controla su asistenta de la acción. Este es un gesto de darse y de dar al público parte de sí misma, de su materialidad. Se queda descalza y vistiendo unos pantalones piratas holgados. Al dejar su torso al descubierto, está aportando información sobre su anatomía como ser-sujeto. Los pechos son una marca, un atributo; el cuerpo evidencia una diferencia genérico-sexual. Se intuye que la performer es mujer. Ahora bien, ¿hasta qué punto esa información es relevante en la acción? Se habla de discriminación positiva cuando esta beneficia y potencia el discurso, la intención y el sentido de la acción. En este caso, el hecho de que se presente un cuerpo codificado como mujer resulta pertinente y funcional en la acción porque se retroalimenta con el texto. Laura Corcuera se dirige hacia las escaleras del edificio anterior y comienza a sonar una voz en off —la suya— enunciando un texto.

Laura Corcuera durante su performance Tensiones en ángulo de 90º entregándole su camisa a una persona del público. (foto de Cecilia Barriga, 2017)
Laura Corcuera caminando hacia el palacio Conde Duque de Madrid durante su performance Tensiones en ángulo de 90º. (foto de Cecilia Barriga, 2017)


En la entonación del texto de la voz en off, Laura Corcueraremarca ciertas sílabas y palabras con el fin de resaltar el significado.[9]Asimismo, repite algunos enunciados de manera correlativa o intercalada: «Líneas diagonales, efímeras tensiones revueltas.»; «El cuerpo ardiente que es un cuerpo articulado.»; «Articulaciones diversas, activadas, en movimiento.»; «Mi cuerpo se convirtió en amenaza.»; «Un animal tembloroso y mojado.» y «La disposición revolucionaria para la gran tarea.» (Corcuera, 2017). Su dicción perfectamente articulada es solemne y vehemente.Tiene lugar una narración dual. Por un lado, se plantea el punto de vista antropocéntrico en el que ella es quien se moja. Por otro, se enfoca desde la perspectiva de la agencialidad de los objetos, donde es el agua el agente que moja y determina parte de la acción y que, a su vez, se complementa con la parte del texto que hace referencia a esa «corporalidad desgarrada de alguien que molestaba», de alguien que defendía sus derechos y libertades.

El texto sirve para contextualizar la acción; aporta un marco de referencias acerca de la idea y la situación que se quieren transmitir. Está compuesto por una serie de enunciados que describen situaciones, estados mentales y corporales, experiencias, ideas, impresiones y sensaciones. El propio título menciona la existencia de unas tensiones en un espacio (de)limitado (un ángulo de noventa grados). Aunque tenga una base científica, es una metáfora. Estas «efímeras tensiones revueltas» determinan, junto con los «puntos de vista, direcciones que estiran cuerpos», el «cuerpo ardiente que es un cuerpo articulado» y la «corporalidad desgarrada de alguien que molestaba» (Corcuera, 2017).

Cuando acaba de emitirse el texto, comienza a sonar una música. La imagen de la performer atada a las cintas elásticas representa las tensiones revueltas de las líneas diagonales. Se convierte en la corporeización de una tensión. Se agita y baila con la tirantez y la opresión de las cintas. Se arroja al suelo y se levanta; prueba a realizar movimientos extremos; se enrosca aún más las cintas a su cuerpo; se detiene acurrucada y recibe el agua de la manguera. Engancha un espejo a una de las cintas y se acerca de nuevo al público colocando este objeto frente a él, con el fin de que se vea reflejado. Seguidamente, se pone a bailar y a darle vueltas en el aire. A continuación, se da latigazos en la espalda con ello. Después, se desabrocha los pantalones y se coloca el espejo en los genitales, con el cristal mirando hacia fuera. Se coloca bocabajo sobre el espejo y lo golpea repetitivamente con su sexo, simulando un acto sexual violento. Se incorpora, se abrocha los pantalones, coge el espejo —ahora roto, rajado—, lo mira y lo tira al suelo. Se vuelve a bajar los pantalones para colocarse una de las cintas —de las que se había soltado previamente— entre los genitales. Se sube los pantalones y camina hacia las escaleras de la fachada del edificio, bailando al ritmo de la música. La performance termina cuando Laura Corcuera entra en el palacio del Conde Duque, tras haber interaccionado con sus puertas de entrada y haber lanzado un escupitajo al suelo. Antes de irse, se queda un rato mirando fijamente al público. Inmediatamente después, este aplaude. La manguera que sostenía su asistenta en la acción se mueve sola por el suelo y sigue echando agua. Ahora Laura Corcuera es la encarnación de ese «peixet que vas trencar la peixera» (Corcuera, 2017) —‘pececito que rompiste la pecera’—, es decir, de alguien que se hace grande —que se expande con alivio— al liberarse de una opresión y de una humillación. Es la liberación —y la revolución—sexual y corporal.

Laura Corcuera durante su performance Tensiones en ángulo de 90º intentando desplazarse con unas cintas elásticas atadas a las extremidades que están sujetas a las columnas y a las barandillas de las rampas de la entrada del palacio Conde Duque de Madrid. (foto de Cecilia Barriga, 2017)
Laura Corcuera durante su performance Tensiones en ángulo de 90o con unas cuerdas elásticas atadas a las extremidades, siendo regada por una manguera que sostiene su asistenta de la acción. (foto de Cecilia Barriga, 2017)

A través de su acción, Laura Corcuera representa la enajenación y la manipulación del cuerpo, de la integridad física, de la libertad y del pensamiento, tal y como describe el texto. Construye una relación metafórica entre el lenguaje de la geometría y el de los derechos humanos, las tensiones, las direcciones, las directrices y las fuerzas motrices. Clama a la libertad de expresión y denuncia su vulneración por parte de las autoridades y de aquellas personas y entidades que se aprovechan de su potestad para ejercer la tiranía. Expresa el sentimiento de obstáculo y amenaza mediante la acción real de atarse a las extremidades unas cintas elásticas que se encuentran sujetas a las columnas de las escaleras de un edificio: «Mi cuerpo se convirtió en amenaza. Un obstáculo para el médico, para el cura. Me ataron, me encerraron, me humillaron» (Corcuera, 2017). Como ya se ha mencionado, Laura Corcuera trata de corporeizar conflictos. En este caso, está corporeizando el conflicto y la historia de Rosa Luxemburgo, a quien cita al final del texto: «Sonriente, valiente pese a todo. Rosa de Luxemburgo nos besa, nos bendice en Madrid. Allí, el cuartel del Conde Duque». También hace referencia al plan revolucionario de la lucha de clases y a la «dialéctica de la espontaneidad y la organización» como bases teóricas del pensamiento de la activista: «La disposición revolucionaria para la gran tarea. La gran tarea de reconocernos ante el cielo y la tierra» (Corcuera, 2017). A su vez, alude a la sororidad y a la visibilización de la mujer y del colectivo LGTBIQ: «Corazón de guerreras, un panóptico de tormentas. Nos amamos, nos queremos, nos sostenemos. Esto es un proceso. Presente continuo» (Corcuera, 2017).

En esta pieza el plano sonoro cobra mayor carga semiótica en la acción, al igual que el agua, que constituye un elemento muy significativo y metafórico. El tipo de música es similar al que emplea Lara Brown en Ser Devenir. Se complementa sinérgicamente con la acción que realiza Laura Corcuera; la ensalza y la potencia. Hay momentos en los que incluso parece que se mueve al ritmo de la música para fortalecer esa relación violenta entre el timbre y la intensidad, tanto acústica como de la temática del texto, del intertexto y de la acción.

Aquí, como ya se ha comentado, Laura Corcuera también presenta parte de su cuerpo desnudo. En parte, porque sabía que se iba a mojar, y quizás también porque quiere hacer partícipe y consciente al público de cómo es su cuerpo desnudo, ya que este es un aspecto relevante en la acción y en el discurso. Nos convertimos en cuerpos mediante los «parámetros socializadores» (Torras, 2007: 21). Existe una jerarquización de los cuerpos que interviene en la percepción corporal, siendo estos una materialización y una construcción social-político-cultural. El acto de ser apuntada, regada y mojada por la manguera tiene que ver con la vulnerabilidad de ese «animal tembloroso y mojado», «cuerpo que se convirtió en amenaza y obstáculo» (Corcuera, 2017), víctima enajenada, manipulada, violada, encerrada, coartada, atacada, asesinada.

 

6.     Ana Matey. La Dimansión del tiempo.

A Ana Matey (1978) le interesa el arte y, sobre todo, el arte de acción, por su poder de transformación: «primero en el individuo, es decir, en mí misma, y luego en la sociedad. El arte como medio de crecimiento individual y por tanto social, una vía de toma de conciencia. El arte como una manera de vivir y cuestionar la manera en que vivimos» (Matey, Ana Matey). Experimenta desde lo vivencial, se detiene en la observación de los procesos, le da mucha importancia a la dimensión temporal y a la relación con la naturaleza. Trabaja con diferentes medios y disciplinas artísticas (está especializada en fotografía) porque considera que cada cual le aporta y le afecta de distinta manera, conduciéndole a nuevas reflexiones. Asimismo, explora el devenir de la repetición: «Realizo experimentos a través de acciones repetitivas y prolongadas en las que ejercito la observación, la transformación, la paciencia y todo ello me lleva a reflexionar sobre cómo nos afectan el tiempo y el espacio en la manera de relacionarnos» (Matey, Ana Matey). Una herramienta clave en su proceso creativo —simultáneamente proceso investigador— es el acto de caminar, ya que considera que es un modo de olvidarse de sí misma, de los demás y del ritmo cotidiano.

 

7.1 Sobre la Espera

Sobre la espera (19 de enero de 2019) es una performance de Ana Matey que tuvo lugar en la sala de exposiciones CentroCentro de Madrid. Forma parte del ciclo Performar lo indecible II, organizado por el programa Una ciudad muchos mundos. El texto que presenta la obra dice así:

Pensar en la espera… espera – expectativa, espera – dilación, espera – permanencia, espera – estancia, espera – demora, espera – retraso, espera – aplazamiento, espera – parada, espera – prórroga, espera – expectación, espera – esperanza, espera – perspectiva, espera – futuro, espera – posibilidad, espera – salida, espera – esperar, espera – aguardar, espera – permanecer, espera – quedarse, espera – aguantar, espera – perseverar, espera – resistir… en lugares de espera… de expectativa, de dilación, de permanencia, de estancia, de demora, de retraso, de aplazamiento, de parada, de prórroga, de expectación, de esperanza, de perspectiva, de futuro, de posibilidad, de salida, de esperar, de aguardar, de permanecer, de quedarse, de aguantar, de perseverar, de resistir… ¿Cuál es la espera más larga que has tenido en tu vida? ¿Qué brota dentro de ti al hacerte esta pregunta? (Matey, 2019).

 

En el centro de la sala hay setenta sillas dispuestas en círculo, formando una espiral con una tendente línea de fuga hacia lo infinito. La mayoría son negras y el resto, las de la periferia de la figura, blancas. En el centro hay colocada una planta de tabaco seca. Ana Matey lleva puestos unos cascos conectados a una petaca. Se levanta y toma la primera silla de la espiral. La arrastra despacio por el espacio. Algunas personas del público cogen una silla, la separan de su lugar de origen, se sientan y se colocan los cascos. En cada silla hay unos cascos. Estos constituyen una parte del relato sonoro de la performance. Emiten los testimonios de setenta personas a las que se les han formulado dos preguntas: «¿Cuál es la espera más larga que has tenido en tu vida?» y «¿Qué brota de ti al hacerte esta pregunta?» (Matey, 2019). Mientras, Ana Matey también va sacando sillas del círculo y las va colocando en fila. Finalmente, el círculo de sillas se convierte en rectángulo. La fila puede ser una cola de espera y/o una sala de espera. Hay quienes permanecen hasta que concluye la acción y quienes, tras permanecer un rato, deciden marcharse. Quizás se les haga demasiado largo y aburrido. La espera requiere paciencia. La acción termina cuando Matey se sienta en una de las sillas, toma la planta seca de tabaco, la desmigaja y la coloca sobre su cabeza en equilibrio. Puede que la planta de tabaco haga referencia al acto de fumar mientras se espera. Durante la obra también se escucha una voz en off que, con una entonación lenta, solemne y aletargada, enuncia:

La espera más larga de mi vida. La espera más larga de mí. Esperar a ser. Esperar al ser. Ahora es un círculo que conecta hoy con mañana. [Esta última frase se repite en voz susurrante.] Esperar a ser. Esperar al ser. Que el cuerpo señale la dirección correcta. (Matey, 2019).

Ana Matey durante su performance Sobre la espera sentada en una de las setenta sillas dispuestas en espiral que forman parte de la acción. (foto de Jose S. Gutiérrez, 2019) 

 

Ana Matey durante su performance Sobre la espera sosteniendo una planta de tabaco seca sobre su cabeza. (foto de Jose S. Gutiérrez, 2019) 

 

Entretanto, se escucha el sonido de una campana que indica que algo ya está listo, que es el turno de alguien, que el ascensor ha llegado a su planta…

Esperar es siempre todavía. Un compromiso. Quietud, pausa, contemplación, paciencia, esperanza, aburrimiento, desesperación, plazo, impaciencia… La espera todo lo detiene; «aunque la vida sigue acelerándose, nuestras lentitudes se infiltran por los lados. […] Cuando hacemos esperar, solo cuenta el instante presente» (Köhler, 2018: 107, 74). El tiempo se expande y se dilata. «La espera es un tiempo subjetivo. […] En el mejor de los casos, la espera será tiempo regalado, aunque la mayoría de las veces sea simplemente tiempo perdido; sin embargo, en la espera el tiempo se convierte siempre en algo palpable» (Köhler, 2018: 58). Es decir, la materialidad del tiempo se hace tangible durante la espera. La espera existe como unidad de medida del tiempo.

Con esta acción, Ana Matey explora la percepción tiempo-espacio. Como ya se ha explicado al comienzo, el tiempo y el espacio son dos de las tres coordenadas clave en la práctica de la performance. Utiliza el tiempo como materia y material. El público vive la espera como huella e impronta del tiempo. «Las personas que presencian una de sus performances “entran” en determinadas situaciones porque emocionalmente se provoca un vínculo. La cotidianeidad desata lugares comunes, provoca emociones convergentes y evoca recuerdos individuales (e incluso colectivos)» (Cabaleiro, 2019). De esta manera, se genera una empatía bidireccional entre ambos actantes, público y performer. Mediante su obra, Ana Matey nos hace tocar el tiempo; nos detiene, se deforma y nos atrapa.

La temporalidad de una acción, que dura y recorre un tiempo. La capacidad de congelar ese tiempo, o la impotencia de ver cómo ese tiempo escurridizo se desvanece. […] Dibuja [Matey] líneas temporales que se solapan, se suceden o se atropellan. También líneas periódicas que marcan una metodología de creación, un proceso, una cartografía. Una cadencia. Una recurrencia (Cabaleiro, 2019).

 

De nuevo, el arte de acción se experimenta como proceso y presente, y no tanto como resultado final ni premeditado, donde intervienen los agentes transformadores y discursivos: cuerpo y espacio, cuerpo y materia, cuerpo y materiales, objetos y elementos, cuerpo y contexto y cuerpo y tiempo. El cuerpo, ligado a la presencia, actúa como interferencia y generador de discurso desde el ser-sujeto y el ser-objeto. En este caso, el texto de Ana Matey dice: «que el cuerpo señale la dirección correcta»; es decir, que el cuerpo sea devenir, como explica Lara Brown. Que sea este agente quien conduzca la espera, de modo que el ser-sujeto se desprenda de la mente y se deje llevar por el ser-objeto, materia y organismo.

En resumen, Ana Matey explora e investiga la(s) manera(s) de ser y estar-en-el-mundo, así como nuestra relación y posible (nueva) simbiosis con la naturaleza. «Desde un relato abstracto sobre las distintas relaciones sobre el mundo que nos rodea, nos evoca lo concreto, lo social, lo colectivo y lo universal. ¿Cómo? — A través de la esencia de la performance: hacer(nos) sentir» (Cabaleiro, 2019).

 

Conclusiones.

Dejando al margen la recurrente polémica sobre su categorización, la performance o el arte de acción se caracteriza por ser una práctica interdisciplinar que traduce las ideas en acciones y gestos artísticos. Se define por el momento de su realización, de modo que nadie sabe el resultado. Es tránsito, edición y proceso. La performance sucede. El/la artista o performer interviene como ser-sujeto y como ser-objeto llevando a cabo acciones que exploran tres coordenadas y dimensiones esenciales: tiempo, espacio y presencia. En el arte de acción el público se convierte en co-sujeto y unidad de interferencia, es decir, en un elemento activo. Se trabaja con la repetición como herramienta para consolidar ideas, gestos y acciones y para generar material inédito. El cuerpo es discurso; interviene como agente enunciador y conjunto de estrategias y estructuras comunicativas. Como se ha visto, las performers Lara Brown, Laura Corcuera y Ana Matey tratan de habitar el cuerpo y sus territorios en transformación constante. Exploran la semioticidad y la polisemia del cuerpo a través del devenir y la deriva, hasta alcanzar la liberación y la desidentificación de las conductas impuestas. Transitan y reinterpretan toda realidad posible, dejándose llevar por la oscilación, la agitación y las sacudidas de un cuerpo orgánico, matérico, múltiple y hecho carne. Brown y Corcuera conciben la anatomía como un lugar que, al ser manipulado, experimenta una metamorfosis. Su evolución dinámica las conduce a un clímax donde corporalidad, espacialidad y sonoridad confluyen. Por su parte, Matey plantea una mutación colectiva donde los cuerpos del público son los agentes que, al vivirla personal y públicamente, conforman la espera y la componen espacialmente al ocupar las sillas vacías que se redistribuyen, dando lugar a una nueva gramática del espacio. En las tres obras el cuerpo se verbaliza en forma de presencia y movimiento, generando un antes, un durante y un después; material fundamental en el arte de acción. A su vez, la performance se entiende como maneras y actitudes de ser y estar-en-el-mundo aquí y ahora. Por eso el tiempo es un factor clave. Las tres artistas lo detienen y lo dilatan con sus prácticas: Brown lo mastica con la minuciosidad de sus movimientos, Corcuera lo sacude derramándose por el espacio y Matey lo arrulla, lo rumia y lo mide mediante la espera. Como se ha podido comprobar, el arte de acción parte de la exploración, de la interpelación y de la interacción con el entorno. Somos cuerpos que, con nuestra presencia y agencia, afectamos y transformamos la materia, los tiempos y los espacios. Y viceversa.

 



[1] Se entiende por afectación la relación dialéctica (tesis, antítesis, síntesis) que se establece entre la percepción del mundo real tal y como es y tal y como lo percibimos como sujetos desde la perspectiva de la subjetividad; cómo intervenimos en el mundo, transformándolo y, cómo, a su vez, el mundo interviene en las personas, transformándolas. Si, por ejemplo, colocamos la mano sobre una pared, estamos afectando esa pared como espacio y objeto, y ella nos afecta como sujetos, porque se ha producido un cambio en nuestra actitud corporal. De este modo, nuestra relación con los espacios y los objetos puede interpretarse en términos de agencialidad; es decir, que dicha experiencia puede ser narrada desde un punto de vista antropocéntrico —siendo el sujeto el ser afectado— o desde una perspectiva de la agencialidad de los objetos —estos tienen la “potestad” de afectar a los sujetos—. Si se desplaza la agencia del humano al objeto, cambia completamente el relato. El enfoque indica quién es el agente y quién el paciente; si objeto o sujeto. Esto explica la interacción que existe o no con los objetos y si estos objetos actúan sobre el cuerpo sin que la persona busque deliberadamente ese efecto o si, por el contrario, actúa con el propósito de afectar los objetos y, por extensión, los espacios, las dimensiones, las manifestaciones, las expresiones y los materiales tangibles o intangibles. (La música es una expresión intangible. La naturaleza es tangible.)

[2] Como dice el artista y diseñador italiano Bruno Munari, «cuando alguien dice “esto lo sé hacer yo también”, quiere decir que lo sabe rehacer o, de lo contrario, ya lo habría hecho».

[3] John L. Austin, filósofo del lenguaje, acuñó el término “performativo”, que deriva del verbo en inglés to perform ‘realizar; hacer acciones’. Austin diferencia entre enunciados “constatativos” y enunciados “performativos”. Mientras que los constatativos tienen un carácter descriptivo y son susceptibles de ser verdaderos o falsos, los performativos expresan acciones y sus expresiones se miden en términos de afortunadas o desafortunadas (Te perdono; queda condenado a tres años de prisión; yo te bautizo…).

[4] El happening ‘acontecimiento creativo’ viene a ser una intervención participativo-colaborativo-provocativa efímera y multidisciplinar.

[5] Como dice John Berger, «No estoy desnuda tal y como soy, sino que estoy desnuda tal y como tú me ves».

[6] Ante la proliferación de acciones artísticas de categorías indefinidas, difíciles de clasificar por su contenido no convencional y, sobre todo, por su condición interdisciplinar, se optó por acuñar el término «artes vivas», que procede de la expresión inglesa live art. Esta etiqueta abarca, sin exclusión, todo tipo de prácticas y expresiones artísticas. Las artes vivas englobarían la performance, el teatro danza, el teatro físico, el teatro relacional, el body art, el happening… «Por su mayoritaria exclusión de los teatros tradicionales, a menudo estas prácticas han encontrado refugio en museos y galerías; de ahí en parte su catalogación como “arte vivo”, frente al estatismo de cuadros y esculturas» (Vidales, 2017). Si algo caracteriza a las artes vivas es su intención de provocar y espolear al público; intervenir y afectar su rol paradigmático. «No se le ofrece (solo) entretenimiento, se le invita a replantearse su propio papel y a mirar de otra manera. […] Que sean difíciles de etiquetar no significa que las artes vivas sean difíciles de comprender o disfrutar» (Vidales, 2017).

[7] Las condiciones materiales e inmateriales tienen que ver con el término filosófico «materialismo histórico». Las condiciones materiales hacen referencia a las circunstancias (tiempo y lugar) donde ha nacido y ha crecido una persona; cuál es su patrimonio (si tiene una casa donde vivir, si paga o no alquiler por ella…) y su capacidad económica. Las condiciones inmateriales representan la calidad y la riqueza emocionales, espirituales y creativas. A pesar de que ambas condiciones son distintas, se retroalimentan. Ambas tienen que ver con la interdependencia, con la vulnerabilidad y con el hecho de formar parte de comunidades. Estas condiciones están determinadas por los privilegios y las opresiones de clase, género, raza y edad, los cuales provocan una brecha de injusticias y desigualdades y una percepción errónea del mundo (prejuicios y perjuicios).

[8] Entiéndase por sociedad utópica una sociedad justa, igualitaria, pacífica, solidaria…

[9] Texto de la performance Tensiones en ángulo de 90º (Laura Corcuera, 2017)

Un Porvenir marcado por Millones de Perversas

Puntos de vista direcciones que estiran cuerpos

El cuerpo ardiente que es un cuerpo articulado

 

Articulaciones distintas activadas en movimiento

 

La corporalidad desgarrada de alguien que molestaba

Me ataron, me callaron, me humillaron

Menos mal que ellas me amaban

Un animal acurrucado de miedo

Un animal tembloroso y mojado

A punto de saltar sobre su depredador

Peixet que vas trencar la peixera

El sol era testigo de todo en el patio carcelario

La disposición revolucionaria para la gran tarea

La gran tarea de reconocernos ante el cielo y la tierra

Os amo os quiero os sostengo

Y voy a la ruina escurridiza

Nos amamos nos queremos nos sostenemos

Y vamos a la ruina escurridizas

 

Sonrientes valientes pese a todo

Rosa de Luxemburgo nos besa nos bendice

 

 


Grabadores extranjeros en los libros del Siglo de Oro

El Arte Gráfico, a pesar de ser una disciplina fundamental para entender el devenir y el desarrollo de las formas artísticas y los modelos iconográficos, gracias a su condición de obras de arte múltiple, ha sido generalmente relegado en los estudios historiográficos. Más aún si nos planteamos el papel los libros ilustrados, a pesar de su importancia como principales medios transmisores de la imagen, fundamentalmente entre los siglos XVI y XVIII.

Pero ahora, el Área de Patrimonio y Cultura de la Universidad de Zaragoza trata de remediar esta situación, a través de la exposición Grabadores extranjeros en los libros del Siglo de Oro. Esta muestra bibliográfica, comisariada por Paz Miranda, se desarrolla en la Sala Jorge Coci de la Biblioteca General, en el edificio Paraninfo, hasta el 1 de febrero de 2021.

A través de los fondos de la Biblioteca de la Universidad de Zaragoza, la exposición aglutina hasta once grabadores diferentes que trabajaron en España durante la primera mitad del siglo XVII. Entre estos artistas podemos destacar a Pedro Perret, encargado de grabar los diseños de Herrera de El Escorial; Jean de Courbes, grabador flamenco muy prolífico en nuestro país y de una notable calidad técnica; Juan de Noort, un destacado ilustrador de libros y grabador de retratos de la Corte; o Maria Eugenia de Beer, una grabadora magnífica que constituye un caso excepcional en este periodo por su condición de mujer.

En esta muestra podemos apreciar, entre otras cuestiones, la relación de los libros con la estampa y las características estéticas generales de las obras grabadas en este periodo; o el desarrollo del grabado calcográfico (grabado en hueco sobre planchas metálicas) que desde finales del siglo XVI iba ganando importancia sobre otras técnicas como la xilografía, gracias a su mayor definición de imagen y a la posibilidad de obtener más copias de una misma plancha, una auténtica innovación en el campo de la comunicación visual.

Además de muy atractiva visualmente, la exposición trata de difundir un episodio artístico poco conocido de nuestra historia. Gracias a ella se hace notar la importante presencia de grabadores extranjeros, fundamentalmente flamencos, que trabajaban con editores españoles durante el Siglo de Oro, introduciendo nuevos modelos artísticos, nuevas técnicas y difundiéndolos gracias a la estampa en el libro impreso.


El cierre de la trilogía egoísta. Antonio Altarriba

Antonio Altarriba es uno de los teóricos y guionistas de cómic más importantes del país, Catedrático de Filología Francesa en la Universidad del País Vasco y Premio Nacional de Cómic junto a Kim por El arte de volar. Acaba de publicar con Keko Yo, Mentiroso (Norma Editorial), libro que supone el cierre de la trilogía egoísta y en el que explora el juego político de la España reciente. 

 

¿Qué tal sienta cerrar una trilogía de tanto éxito? ¿Os planteáis convertirla en una saga? 

 

Todavía es pronto para saber cómo ve el público el conjunto de la trilogía. Aunque cada libro es autónomo, este último cierra algunos flecos sueltos de los anteriores y da las claves de una visión global de ciertos aspectos oscuros de nuestra contemporaneidad. Las primeras reacciones que nos llegan parecen buenas.

 

Desde el punto de vista personal, Keko, el dibujante, y yo hemos quedado satisfechos. Todas las tramas encajan y se iluminan (o se ennegrecen) las unas a las otras. Es la alegría de cerrar dignamente un ciclo que nos ha llevado ocho años recorrer.

 

Y no se convertirá en saga. Nunca me ha gustado esa idea de serie que surge de la voluntad de aprovechar algo que da beneficios estirándolo, a veces, hasta lo inverosímil. Nuestros personajes y las situaciones que viven han llegado a su punto final.

 

 

Dar el protagonismo del libro a un trasunto de Iván Redondo, actual Jefe de Gabinete de Pedro Sánchez, supone sacar a la luz los hilos que mueven verdaderamente la política, ¿la ficción va muy lejos o tenemos una realidad que la podría superar? 

 

Iván Redondo se ha convertido en una figura de referencia a la hora de hablar de las personas que asesoran a nuestros dirigentes políticos. Podría ser cualquier otro de los ahora llamados “spin doctors”, asesores, consejeros, coachers… Una numerosa cohorte de personajes cercanos al poder y que, desde las sombras, más que iluminarlo o apuntalarlo, lo construyen.

 

En política siempre se ha hablado de “eminencias grises”, personajes que, desde las sombras, influyen o directamente dictan las decisiones de los gobernantes. Ellos son los que elaboran discursos, argumentarios, estrategias y hasta el aspecto físico de quienes en apariencia mandan. Hemos querido poner el foco en ellos, porque ellos son los que diseñan la imagen y fabrican el discurso del líder. Ahí está la fábrica de la mentira, de la manipulación o, como dirían ellos, del “diseño persuasivo”. En cierta manera ellos escriben el guion que los políticos se limitan a interpretar. 

En el ámbito de la novela gráfica no es tan común que se hagan obras con el trasfondo del juego político, ¿por qué piensas que es así?   

 

Pues resulta bastante extraño porque el juego político es una reserva inagotable de intrigas y de acciones muy “novelescas”. En España hemos tenido partidos calificados judicialmente como “organización criminal”, con una caja B depositada en Suiza y otros paraísos fiscales. Ministros del Interior que condecoraban a vírgenes y que tenían pinchado el despacho con escuchas ilegales y que, además, se dedicaban a conspirar contra partidos rivales. Reyes a la fuga, destrucción de discos duros reclamados por la justicia, exportación a paraísos fiscales de bolsas de basura llenas de billetes de quinientos euros… La lista sería interminable, cerca de mil cargos públicos encausados y entre ochenta y noventa mil millones que se van anualmente por las alcantarillas de la corrupción. 

 

¿Por qué cine, literatura y cómic no toman estas conspiraciones como base narrativa? Seguramente porque la historia de este país nos ha acostumbrado a soportar la corrupción sin rechistar. Creo que en los últimos tiempos se empieza a abrir esa brecha y que no tardará en haber testimonios críticos sobre ella, películas, novelas, series, cómics… Desde luego la materia prima es abundantísima y un mínimo sentido de la justicia obliga a denunciarla, al menos a contarla.

 

Tampoco es habitual la presencia de novelas gráficas que se ambienten en la universidad o que exploren las corporaciones farmacéuticas. Son contextos que aportan a vuestra trilogía muchos elementos propios del género negro. Te vuelvo a hacer la misma pregunta: ¿la realidad podría superar también a la ficción en ambos casos? 

 

No sé si superarla, pero sí igualarla y, desde luego suministrar materia narrativa del mayor interés. No es nada nuevo, la realidad ha inspirado algunas de las ficciones más importantes de nuestra cultura. Creo que en los últimos años la ficción se está distanciando de esta fuente de inspiración. No sólo es desaprovechar un rico filón de historias sino desentenderse de los problemas que afectan a muchas personas en un período determinado. Y, aunque pueda parecer anticuado, siempre he pensado que el compromiso en el arte es importante. Y que retratar o denunciar los hechos que nos dañan o limitan nuestra libertad constituye un deber ciudadano y, en mi opinión, también creativo. La impostura intelectual y artística, dentro y fuera de la Universidad, el papel que desempeñan en nuestras vidas las decisiones tomadas por las grandes corporaciones, con un poder creciente, o cómo nos construyen el relato político constituyen algunos de los brochazos más importantes y vergonzosos que pintan nuestra contemporaneidad.

 

Yo, Asesino y Yo, Mentiroso están protagonizados por verdaderos sociópatas que ocupan buenas posiciones a nivel social y que ejercen el poder. Resulta inevitable pensar: ¿la clave del éxito en la vida es el egoísmo?  

 

Desgraciadamente, sí. Se les llama “psicócratas” en la jerga psicológica. Un directivo, un cargo político o el jefe de una gran multinacional, dirimen constantemente entre el bien común y el privado de su empresa o de su partido político. En ese dilema entran en juego, compiten, la empatía y la ambición. Pensando en el beneficio de los demás, uno no se hace rico. El ejercicio del poder político, social y económico exige muy a menudo supeditar los medios al fin. No se trata de una situación irremediable. Es la consecuencia de un sistema basado en la competitividad y el crecimiento constante y a toda costa (o a cualquier coste) de los beneficios. Sin ánimo de generalizar, el sistema actual recompensa al “psicócrata”.

 

Yo, Loco muestra el control que se puede ejercer en la población a través de la medicación. En pleno contexto de emergencia de las vacunas contra la COVID-19, ¿sería necesario que las empresas farmacéuticas estuvieran más reguladas a nivel público? ¿El negocio tendría que transformarse en parte del estado del bienestar? 

 

Sí. La industria farmacéutica gestiona nuestro bien más preciado, la salud. Y lo hace de manera crecientemente opaca y apoyándose en uno de los lobbies más poderosos en el ámbito internacional. Los presidentes de algunas farmacéuticas han reconocido que se guían por los criterios del marketing y no por las prioridades investigadoras o sanitarias. El negocio no está en sanarnos para que dejemos de tomar medicamentos sino en cronificarnos para que no podamos prescindir de ellos. Constituye una gran vileza, pero a la hora de elegir entre las ganancias y la salud pública, los ejecutivos parecen tenerlo claro: las ganancias. Y esto, que no puede generalizarse a todas las empresas ni a todos los ámbitos de la farmacología, se practica con especial irresponsabilidad en los psicofármacos. 

 

El arte contemporáneo es uno de los muchos elementos de conexión entre los tres libros, ¿se está llevando demasiado lejos la idea del artista estrella y la cotización de ciertas obras? ¿Hasta qué punto vivimos en la “sociedad del espectáculo”, citando a Guy Debord? 

 

Decimos a menudo que la ciudadanía se ha distanciado, incluso ha desconectado, de sus políticos. Algo parecido ha ocurrido con el arte contemporáneo. ¿Quién construye la obra de arte? ¿El artista, el comisario, el crítico, el galerista, el director del museo…? Todo ello sin mencionar los movimientos especulativos que hacen que suban o bajen las cotizaciones de ciertos artistas. Cada vez son más numerosos los teóricos que critican el rumbo tomado por ciertas corrientes artísticas desde mediados del siglo pasado. La abstracción, el creciente papel de la conceptualización, la performance establecida unilateralmente por el artista han quebrado ese vínculo directo e íntimo que la obra debe establecer con el público. Demasiada y muy sospechosa mediatización.

 

¿En qué guion estás trabajando estos días? ¿Se trata también de un thriller

 

No. Dejo el thriller después de esta trilogía. Vuelvo a la Odisea, al viaje sembrado de peligros y que exige decisión y coraje al viajero. Hoy asistimos a una odisea incesante y que procuramos ocultar o permitimos que nos oculten. Es la odisea de migrantes y refugiados en busca de una Ítaca ensoñada. Pasan meses, a veces años recorriendo largas distancias con los mínimos recursos, sufren todo tipo de humillaciones, explotaciones y violaciones. Muchos mueren en el camino. Y los que llegan no encuentran el paraíso soñado. Ese es el tema de fondo del cómic que ya he empezado a guionizar y que dibujará Sergio García, el dibujante que mejor puede hacerlo, en mi modesta opinión. 

 

 


Una coral pero muy intimista celebración del Estudio Cañada y de su fundador

Con motivo del 75 aniversario de la fundación del Estudio Cañada –la academia privada de formación artística más conocida en Zaragoza y la más longeva, pues todavía sigue activa hoy– se inauguró el pasado 3 de noviembre la exposición “Estudio Cañada. Cuna de artistas desde 1945”, que es un homenaje a su fundador, don Alejandro Cañada, pero también una celebración de su perenne influencia en nuestro ecosistema artístico, pues también se exponen muchas obras de sus discípulos y, por supuesto, de sus descendientes, que siguen hoy día impartiendo clases particulares de dibujo al natural, de retrato con modelo, y preparando para las pruebas de ingreso en Facultades de Bellas Artes o Escuelas de Arquitectura. La familia Cañada se ha involucrado de lleno, desde el préstamo de obras a la reconstrucción del espacio del estudio e incluso en las tareas curatoriales, pues ha actuado como comisario adjunto Carlos Carnicer, nieto del maestro de Oliete. Imagino que también habrán ayudado mucho aportando contactos con artistas, pues la comisaria, Ana Revilla, ha planteado como una obra coral tanto la exposición temporal como los dos productos que la sobrevivirán: un documental con testimonios personales de un buen elenco de entrevistados –Natalio Bayo, Mariángeles Cañada, Carlos Carnicer, Antón Castro, Julia Dorado, Jorge Gay, Arturo Gómez y Juan Tudela– y un catálogo profusamente ilustrado, que lleva breves textos de la propia Ana Revilla y de otros admiradores –Antón Castro, Fernando Sinaga, Julio Pablo, Jesús Sus, y Carlos Carnicer–. Sin duda el carácter de conmemoración colectiva de tan influyente centro de aprendizaje y socialización artística en nuestra ciudad es lo que justifica la ubicación de la exposición en la primera planta del Centro de Historias, pues ya hay otros muchos espacios expositivos en Zaragoza para retrospectivas monográficamente protagonizadas por algún creador individual; pero el intimismo de la esfera privada es, por otra parte, lo que da un toque especial que es otra clave del éxito de esta muestra. Es muy posible que cuando se cierre, el 10 de enero de 2021, haya batido un record de asistencia, porque son muchísimos los alumnos que han pasado por el Estudio Cañada o los admiradores de sus obras y las de tantos artistas como hay representados con pinturas, esculturas y dibujos; pero lo más fascinante es que los visitantes encuentran dentro una experiencia de privacidad, como si entrasen a fisgonear en casa de un ilustre anfitrión…

De alguna manera así es, ya que el corazón de la muestra es una muy evocadora reconstrucción escenográfica del Estudio Cañada, donde hay algunos cuadros colgados en la pared y presentados sobre caballetes, esculturas o fotografías en muebles, pero también mil objetos personales –desde un crucifijo a conchas, piedras encontradas, u objetos coleccionados– incluidas algunas batas manchadas de pintura, paletas, pinceles, espátulas, botes de vidrio, e intenso olor a trementina y aceite de linaza, así que la experiencia sensorial es también olfativa. También las otras dos secciones de la exposición tienen no pocos íntimos repliegues personales, dado que hasta la celebrativa sección final, donde se recogen las obras de discípulos y allegados, tiene mucho de regalo particular, pues a menudo no se trata de obras típicas del respectivo estilo de cada artista, sino que en la medida de lo posible se ha escogido en cada caso alguna que por su tema o factura esté relacionada con el Estudio Cañada. Y especialmente íntima resulta la primera sección, donde se ofrece un antológica selección de obras representativas de la trayectoria de Alejandro Cañada (Oliete, 1908 – Zaragoza, 1999) presentándonos algunas de sus piezas más conocidas de dominio público, como El joven del violín (Ayuntamiento de Zaragoza) o el Retrato de Juan Ramón Jiménez (Museo de Teruel), pero sobre todo hay pequeños tesoros familiares, como una escultura juvenil, dibujos rápidos que hizo en el zoo de Madrid, bocetos a carbón y a color como los de los murales de la antigua terminal del aeropuerto de Zaragoza, etc. A mí particularmente me ha impactado como un impresionante descubrimiento el autorretrato reflejado en un espejo oval, un cuadro de 1933 que por lo visto siempre estuvo en el recibidor de su casa y luego en la entrada al Estudio Cañada. Para todos los alumnos que han pasado por allí será un rostro familiar, que Fernando Sinaga describe inspiradamente en el catálogo como “una especie de Johannes Itten aragonés renacido”, aludiendo a la vez a la calvicie total y a la concentrada seriedad del gesto tras las gafas redondas, pero quizá también al magnetismo personal que inspiraba en sus alumnos, como al parecer ocurría con aquel profesor de la Bauhaus. Yo no conocía esa serena mirada que ha reflejado tantas expectativas vitales: es lo primero que uno encuentra nada más entrar a la exposición, que yo confieso haber visitado muchas veces, pero en sentido inverso –como también he redactado esta reseña– para acabar llevándome en la memoria, al igual que sus alumnos antes de salir a la calle, ese rostro icónico que mira tranquilo al futuro.


Reseña crítica a Metraje perdido. Un breviario de cine invisible, de Alberto Ávila Salazar, Archivos Vola, 2019

A la tristeza e impotencia que se despiertan en el lector cuando toma por primera vez el libro entre sus manos y hojea su contraportada se unen la curiosidad y el misterio que impregnan las palabras con las que el autor adelanta el contenido de su obra: «Es muy difícil calcular la cantidad de películas perdidas. Algunos estiman, por ejemplo, que de la época del cine mudo ya no se pueden ver cerca del 90% de las cintas producidas. Muchas se han convertido en obras de culto». Una cifra rotunda, casi inverosímil, que en esta ocasión sirve como anzuelo para captar la atención del potencial interesado en descubrir más sobre los avatares de estos trabajos, su desaparición y, muchas veces, su olvido.     

Alberto Ávila Salazar (1975) es licenciado en Derecho y escritor. Entre sus producciones se encuentran ensayos individuales –El diablo en casa. El expediente Vallecas– y colectivos –De Orfeo a David Lynch. (Mito, simbolismo y recepción), Navidades paganas-, así como poemarios (El color y la forma) y novelas (Lo que dicen los dioses, Iluminada, La mitad de un monstruo); alzándose dentro de este último género con el IX Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid por Todo lo que se ve. Editor en Materia Oscura, es a su vez asesor externo en el área de literatura del Festival Sui Generis Madrid.

La propuesta que hace en Metraje perdido. Un breviario de cine invisible va más allá del manual de cine al uso. De hecho, de manera prematura realiza en el libro una declaración de intenciones señalando todo lo contrario: el deseo de desligarse del texto académico tradicional. Un objetivo que, unido al reducido tamaño y a la cómoda extensión del manuscrito (101 páginas), se traduce en la posibilidad de llegar a un mayor número de público. El tono que impregna el texto es ligero, cualidad que no resta rigurosidad a la información aportada, perfectamente documentada y contrastada.

El tema que aborda resulta atractivo por diversas razones, una ventaja que Alberto Ávila aprovecha para diseñar de forma muy personal el recorrido de su aportación. Dividido en dieciocho capítulos, sin contar el apartado de fuentes y referencias que aparece al final, resulta evidente la importancia tan especial que adquiere el cine mudo, pero no solo se centra en éste. Los títulos, directores y circunstancias que los llevaron a formar parte de esta obra son numerosos, entre otras razones por el enfoque transfronterizo que impera a lo largo del texto. Las páginas de Metraje perdido dan cabida a los episodios más emblemáticos que ocasionaron pérdidas irreparables, como el incendio de la bóveda 7 de los estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer (1965) o el caso de la Dawson City -una localidad que, dada la renuncia de muchas distribuidoras a recuperar las bobinas que habían proporcionado, se convirtió en un auténtico cementerio de películas-; deteniéndose a su vez en algunos de los ejemplos más extraños de trabajos desaparecidos, como A Daughter of the Gods (1916, Herbert Brenon) -donde se incluía el primer desnudo integral del celuloide- o The Romance of Tarzan (1918, Wilfred Lucas).

Más allá de los datos aportados por el autor, uno de los principales valores que reside en esta publicación es el de reivindicar la necesidad de poner en valor el patrimonio cinematográfico. Incide en ello directamente cuando habla de Filmoteca Española, los desastres de la Guerra Civil y la necesidad de seguir apoyando la recuperación, restauración y difusión de muchas obras que continúan en el olvido. Una historia de luces y sombras, construida con esporádicas alegrías como el descubrimiento de El misterio de la Puerta del Sol (1929, Francisco Elías Riquelme) -primera película sonora española- pero llena también de importantes huecos, como Fermín Galán (1931, Fernando Roldán), primera película política del cine español. Visibilizar estos trabajos, ser conscientes de su valor e invertir en los medios necesarios para su recuperación y conversación son sin duda la clave para evitar seguir hablando de un “cine invisible”.