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Los dos polos estilísticos de Gabarrón, en pinturas y esculturas recientes.
Constituye una gran novedad que la Fundación Gabarrón de Valladolid haya dedicado, por fin, una muestra al artista epónimo. Ya es sabido que éste la había construido para mostrar allí una selección de su colección de obras de otros artistas de diferentes épocas y continentes, así como exposiciones temporales de terceros; pero los vallisoletanos tenían mucha curiosidad por ver también la producción reciente de su paisano, que tiene varias esculturas monumentales en la ciudad, pero no se ha prodigado demasiado en salas de exposición o ferias en Castilla-León. Por eso, el artista ha accedido con gusto a que la petición del conservador del museo de la FCG, Julio César García Rodríguez, quien comisaría esta muestra de 19 pinturas y 10 esculturas recientes, que tras darse a conocer al público en Valladolid serán llevadas a Bélgica y otros destinos, por donde está previsto que su itinerancia vaya a “circular”.
No he podido evitar el juego de palabras con el título de la exposición, que se podría prolongar con muchos otros, pues los cuadros son todos ellos de formato circular. Están pintados en técnicas mixtas sobre fibra de vidrio, lo cual les confiere un aire como de imágenes de microscopio ampliadas, sobre todo si nos fijamos en uno que evoca una mosca u otros donde se quieren reconocer otras estructuras biomórficas a tamaño mayor que el natural. Y si con el microscopio se lanza una mirada sobre una superficie horizontal, también es así como ha trabajado estos cuadros Gabarrón, quien dijo en la inauguración que quizá hubiera sido mejor exponerlos como platos sobre unas mesas, para recalcar el experimentalismo del proceso de trabajo, en el que a veces ha ido arañando capas matéricas y otras ha vertido colores. Claro que, así colgados alineadamente en la pared tienen la ventaja de que evocan los ojos de buey de los barcos, que es una manera de expresar que los visitantes nos estamos asomando por estas redondas ventanas al microcosmos del artista: no en vano hay en los títulos nombres como Bueu, o Lapamán, que corresponden a lugares de Galicia donde veranea o pasa temporadas de retiro el resto del año, y desde luego abundan las alusiones al sexo masculino u otros fantasmas íntimos. Pero quiero destacar sobre todo el modo cómo el formato circular ha afectado a la composición, pues hay una prevalente distribución centrípeta del trabajo pictórico y aunque hay algunas figuras descentradas suelen tener una cierta axialidad en su distribución por masas, incluso en el único caso donde queda la parte central vacía (que precisamente ha sido el elegido por el comisario para el folleto que publicita la muestra).
Como complemento a estos grandes cuadros que se han distribuido buscando armonías cromáticas en los grises muros de cemento de esta gran sala de exposiciones del sótano, se han instalado en el centro dos conjuntos de esculturas sobre sendas repisas cuadrangulares (para romper un poco con tanta circularidad). Son estructuras verticales de hierro tratado al ácido, coronadas por masas que se extienden perpendicularmente en múltiples formas, produciendo a menudo una sensación de inestabilidad por su peso visual, pero sobre todo de contraste por el brillo: en unos casos debido a la pulimentación del metal, en otros porque están recubiertas de un trencadís de espejuelos reflectantes. Es el único homenaje detectable aquí a las cerámicas de colores típicas de Cataluña y el Levante, que tanto gustan al colorista Gabarrón, pues en estas esculturas se muestra más bien contenido y ascético, como si para la ocasión hubiera prevalecido en ellas el tópico de los enjutos cuerpos castellanos.
De esta forma, la exposición parece hacerse eco de la dualidad personal del propio artista, nacido en Mula (Murcia) en 1945, pero criado desde los seis años en Valladolid. Un poco de cada sitio hay en su idiosincrasia artística, como él mismo reconoce. Hay una sede de la Fundación Gabarrón en su ciudad natal dedicada a las producciones del propio artista, pero es evidente que la sede de Valladolid también tiene que hacerles hueco, al menos de vez en cuando, como en esta ocasión memorable.
Una exposición que no pasa desapercibida.
La profesora de la Universidad de Málaga Maite Méndez Baiges, autora de un libro sobre camuflaje y arte del siglo XX publicado en la conocida Biblioteca Azul (serie mínima) de Editorial Siruela, ha sabido dar un nuevo giro de tuerca al tema con esta exposición sobre camuflajes en el arte actual, comisariada por ella y Pedro Pizarro, con la colaboración de Carla Subrizi para la selección de vídeos. ¿Una exposición de tesis? No estoy seguro de que esta haya sido la pretensión. Más que intentar convencernos de algo tratan de hacernos conscientes de hasta qué punto el tema sigue de actualidad en el arte, sobre todo en la fotografía y la videocreación, que son los medios que casi exclusivamente se presentan en esta muestra. A Zaragoza nos ha llegado una selección más restrictiva de obras y artistas que la presentada originalmente en La Casa Encendida de Madrid, o la que a continuación se va a llevar a las salas de exposiciones del MUPAM de Málaga, aunque luego la continuación de la itinerancia en Barcelona u otros destinos volverá a presentar este interesante muestrario internacional adaptado en cada sitio al espacio disponible.
Hay artistas aún poco conocidos y nombres ya consagrados, como Morimura o Joan Fontcuberta, dos de mis artistas favoritos desde hace tiempo en la especialidad de camuflarse como personajes en composiciones llenas de referencias históricas o culturales, y aunque no hayan podido traer fotos de Cindy Sherman, no falta algún ejemplo similar por su discurso feminista, como el caso de Sonia La Mur. Son muchos los retratos donde posa como protagonista el propio artista, lo cual no deja de ser representativo del vomitivo narcisismo de los creadores de hoy; aunque en este caso les redime la ironía, porque no deja de ser divertido que al menos éstos jueguen a despistarnos y pasar desapercibidos en un paisaje urbano o natural, en un interior con las paredes empapeladas con los mismos estampados que sus ropas, etc. Algunos a mí me recuerdan el precedente de los interiores postimpresionistas de Vuillard, incluso por la doble lectura a la que se prestan, pues lo mismo podrían ser considerados inofensivos ejercicios de decorativismo, que agudas reflexiones sobre las contradicciones de la ilusoria representación tridimensional en un medio de carácter bidimensional. Entre todos los que he visto en esta exposición me ha interesado especialmente el norteamericano Harvey Opgenorth, por sus fotos de la serie “Museum Camouflage” fechadas en 1998-2000, en las que posa mimetizando sus ropas con los colores de grandes pinturas famosas cuidando todos los detalles, hasta las sombras que proyecta el cuadro en cuestión en el cubo blanco del Art Institut de Chicago, del Milwaukee Art Museum, del MoMA o el Metropolitan de Nueva York. No sólo hay que reconocerle el mérito del trompe l’oeil visual, sino también la carga corrosiva de su performance y no me extraña que a pesar de su pose seria, tan concentrada, le hayan amonestado algunos vigilantes de sala, pues no sólo no está mirando al cuadro famoso, al que da la espalda, como bien señala Maite Méndez Baiges en el catálogo de esta exposición, sino que tampoco deja verlo bien a los demás, porque se coloca justo en medio y a poca distancia de la pared en la que está colgado… Por tanto, aunque parece rendir homenaje a determinada obra maestra hasta querer confundirse con ella modestamente gracias al camuflaje de sus ropas, en realidad Opgenorth le roba todo el protagonismo visual, porque su cara no está pintada y ocupa el centro de la composición. A mí me ha hecho pensar mucho no sólo sobre la vanidad de los artistas, incluso cuando hacen homenajes a sus pintores preferidos, sino también sobre cómo algunos críticos de arte en lugar de dar a ver las obras que comentan se colocan a sí mismos en el centro de mira. ¿No estaré haciendo eso yo ahora mismo?
Por si acaso, mejor cambio de párrafo y de tema, para hablar de otro de los rincones de la exposición donde también me he quedado un buen rato pensando: las imágenes de video y la gran fotografía (200 x 300 cm) de Laura Marte fechados en 2008 y 2009. Esta joven artista catalana parece haberse inspirado en la idea de algunas empresas de andamiajes que los cubren con una imagen de la fachada del edificio en restauración (mucho mejor que otras iniciativas semejantes, pero en las que se alquila ese cubrimiento a grandes anuncios publicitarios). Ella le ha dado la vuelta a la idea, y ha colocado en vallas publicitarias… imágenes del paisaje de detrás. En un vídeo nos presenta una de estas vallas publicitarias en el típico descampado anodino junto a un cruce de carreteras suburbano, pero de forma que en el gran anuncio apenas se ve un tejado, algunos matorrales y sobre todo un gran firmamento azul. No deja de ser un romántico recordatorio a la belleza natural que nos pasa inadvertida en nuestra civilización urbana, en la que todos circulamos con prisa y sin levantar nunca la mirada hacia el cielo. El recurso es idéntico en su foto-mural titulada Des-Paisajes, pues de nuevo una valla publicitaria luce un cartelón donde se reproduce lo que hay detrás; pero esta vez se trata de un solar en obras, en el que detrás de la grúa-torre vemos la caseta de los obreros, los muros medianeros que han quedado a la vista, y las fachadas de un humilde patio de vecinos. Es decir, que en lugar de ocultar pudorosamente a nuestros ojos la cruda realidad gracias al glamour de la publicidad, la artista quiere hacernos ver las tripas de la ciudad. Un hermoso ejemplo de arte de testimonio que quizá hubiera salido reforzado de haberse colocado junto al monitor con los vídeos de Rogelio López Cuenca insertos entre anuncios publicitarios de la televisión.
No quiero terminar sin alabar, esta vez sí, el clásico diseño del catálogo, pues en Caja Madrid más bien nos tienen acostumbrados a ediciones en las que el protagonismo de la tipografía, los colores chillones, los rótulos sin mayúsculas, las pixelaciones, responden a la estética juvenil de la Club Culture. Pero en este libro lo más llamativo son sus contenidos: unos textos de los responsables de la exposición y de Fernando Castro Flórez maquetados con abundantes márgenes y con excelentes fotografías encartadas. En las cubiertas, muy apropiadamente, en lugar de reproducir una obra desairando a los demás artistas, se ha optado simplemente por imitar un pattern de camuflaje, lo mismo que en el monumental tratado en 2 volúmenes de Hardy Blechman publicado en 2004 bajo el título Disruptive Pattern Material: An Encyclopedia of Camouflage in Nature, Warfare; aunque aquí los diseñadores no se han resistido a evocar pixelaciones a base de quiebros rectangulares que, hay que reconocerlo, casan muy bien con el cuadradito verde y la E del logo de la Casa Encendida.
Mujeres del siglo XX, José Luis Cano



