Paisajes del pintor Eduardo Salavera

Exposición titulada La resina de las acacias, que se inauguró en la galería Pepe Rebollo el 27 de enero. Paisajes hechos mediante acuarela, una técnica, como es sabido, más que compleja, pues exige que cada pincelada se añada con radical precisión ante la imposibilidad de rectificar. Aquí, sólo con la obra, Salavera se define como un maestro. Queda evidente, sin más, que este pintor ha sido, de siempre, un excepcional colorista, con una especie de facilidad natural que nace como sin esfuerzo. Acuarelas gobernando la suelta mancha, los planos delicados, esos árboles muy sugeridos y llenos de vida, los montes insinuados, difusos y etéreos, ciertas soledades flotando como si algún misterio caminara por cualquier ángulo. A sumar exquisitos colores cambiantes, con uno que puede dominar, pero siempre añadiendo un pequeño plano que contrasta sobre el resto de cada composición. Estamos ante el pujante dominio de las sensaciones instantáneas producto de la suelta técnica. Casi todo se ofrece en un primer plano, sin embargo, pese a tan aparente facilidad, hay algo que se quiebra, para exigirnos una atenta mirada que penetre con suavidad en cada paisaje.


Pilar Moré

Cuadros y esculturas de Pilar Moré en la exposición más completa si sumamos ambas disciplinas artísticas. Todo muy pensado y con gran variedad de propuestas formales y colorísticas. Se inauguró, el 11 de marzo, en la galería Pilar Ginés. Los cuadros obedecen a abstracciones geométricas señaladas en el campo pictórico para enfatizar, sobre todo, en cuadrados y rectángulos que habitan alterados por líneas, anchas pinceladas y leves trazos. A partir del planteamiento geométrico, el color adquiere máxima entidad con sus especiales y cambiantes azules, negros y rojizos, entre otros, que en un mismo cuadro tienen mayor o menor intensidad para ofrecer lo más parecido a la disección del mismo color, sólo alterado por otras puntualizaciones cromáticas como si fueren lejanos destellos inmersos en el dominante monocolor. Las obras, para entonces, se cubren de vaporosos espacios como ventanas abandonadas en dispares ámbitos. El fondo, lo dominante que vibra tenue y salta hacia cualquier mirada, respira empapado de impresiones enigmáticas, profundas, como si anunciaran la existencia de seres imperceptibles. En estas sutiles vibraciones generalizadas, que se desprenden en cada obra, está la clave de unos cuadros que parecen anunciar una especie de sensación mística, como ocurre, por ejemplo, en la serie sobre las Cajas metafísicas, del escultor Jorge de Oteiza, o en las misteriosas vibraciones que emergen de los cuadros del pintor Mark Rothko.
Las esculturas, salvo el énfasis geométrico, viven muy lejanas de los cuadros. Estamos ante dos enfoques realizados hace años, como la combinación de objetos con muy dispar procedencia, un auténtico collage escultórico, que desgaja de su origen para combinarlos y acoplarlos con rara perfección. Otras están trabajadas en el estudio. Puede afirmarse que cuando mayor es el número de elementos combinados menor es el nivel artístico. Basta ver la obra con dos cucharillas como remate del conjunto. Incluso una escultura excepcional la estropea por añadir un elemento gratuito, innecesario, como en la escultura rematada por una especie de perla rodeada de un aro, a la manera de un anillo, o la esfera metálica de cuya parte superior se desprende una piedra sujetada por alambre. Estas puntualizaciones ni de lejos alteran el conjunto escultórico, pues a partir de aquí puede asegurarse que estamos ante otras obras excepcionales singularizadas por su aparente sencillez. En esta línea tenemos el rectángulo vertical alterado, de total refinamiento, y las formas filiformes pero poderosas con adherencias de etéreas curvas, sin olvidar la escultura mediante tablas rotas elevándose para evocar, si se quiere, a rascacielos acariciando hipotéticas nubes.
 


De las hormigas a las cucarachas

 

En tan heroico matriarcado, cada cual cumple con su deber en beneficio de todos, como si todos fuesen el mismo. El centro de gravedad de la conciencia y de la felicidad no es el mismo que entre nosotros. No está en el individuo, sino en cualquier parte donde se mueva una célula, del todo el cual es parte el individuo. De esto resulta un gobierno superior a cuantos puedan realizar los hombres.

Maurice Maeterlinck, La vida de las hormigas, 1930

 

El filósofo ya no es el ser de las cavernas, ni el alma o el pájaro de Platón, sino el animal plano de las superficies, la garrapata, el piojo.

 Gilles Deleuze, Lógica del sentido, 1969

 

         Hoy celebramos los ochenta años del estreno de la película dirigida por Luis Buñuel Un chien andalou. Para ello diversas identidades públicas han colaborado en una exposición homenaje que hasta el día 11 de abril puede ser visitada en La Lonja de Zaragoza. También debemos destacar que dicha exposición conmemorativa ha sido comisariada por la profesora de Historia del Cine de la Universidad de Zaragoza Amparo Martínez Herranz, quien ha reunido para la ocasión una extraordinaria colección de documentos que, imbuido todo por un espíritu didáctico, desvelan muchos de los misterios de las extrañas escenas del film, a pesar de que gran parte de ellas formen ya parte de nuestro imaginario colectivo. A raíz de este homenaje quisiéramos verter algunas consideraciones que participen, en la medida de lo posible y según la naturaleza de este medio, en toda su magnitud.  

 

Queda claro que Un chien andalou, dirigida por Luis Buñuel en 1929, es la película surrealista por excelencia. Así lo dictaminó André Breton. Aún hoy, nadie se atreve a discutirlo. O es la única película surrealista, o tras ella todo el cine es surrealista. Ahora bien, una lectura meramente surrealista del film está abocada a una reducción iconográfica que en cierta manera sesga la unidad de sus intenciones. Si aplicásemos la indisociabilidad de los medios expresivos y del contenido reclamada para la vanguardia histórica por Philip Sers, por ejemplo, nos daríamos cuenta que Un chien andalou responde a unos intereses gestados en la península cuando tanto Luis Buñuel como Salvador Dalí se nutrían de las noticias proporcionadas por fuentes parisinas como la revista racionalista y purista L’Esprit Nouveau dirigida por Paul Dermée, diferentes y hasta contrarias al surrealismo bretoniano, al que conocían bien aunque en principio no le prestasen la misma atención. También podremos suponer con facilidad cómo cayó esta película para un Breton que por entonces era el líder de un grupo en crisis y dividido, y cuyas manifestaciones artísticas y literarias aún eran puestas en duda. Posiblemente, el hecho de tratarse del trabajo de dos jóvenes españoles alejados de las rivalidades culturales parisinas, ayudó en parte a este reconocimiento del surrealismo oficial, aunque tres años después Buñuel se alejase del grupo para centrarse en el cine, quizás siguiendo a los miembros surrealistas que desde 1932 fueron abandonándolo para comprometerse con más ímpetu con la causa del Partido Comunista. En cambio, Dalí intensificó su trabajo pictórico y fue expulsado del grupo  ante todo por su profesionalidad lucrativa.

 

Lo primero a tener en cuenta es que esta película fue realizada cuando sus dos autores todavía no formaban parte del surrealismo oficial. Pudieron ostentar incentivos próximos a ellos, pero nunca éstos fueron los mismos, ni siquiera tenían la intención de formar parte de un movimiento que ya conocían a través de sus principales publicaciones. Constituyendo todo un manifiesto y una declaración de intenciones antes que una historia filmada, a diferencia de la literatura y la poesía surrealistas, Un chien andalou nos habla de su propio registro expresivo, esto es, del cine mismo y de su naturaleza sustentada en el concepto de découpage teorizado por Luis Buñuel un año antes del estreno en el número 43 de La Gaceta Literaria. Por su parte, Salvador Dalí ya antepuso el cine a la pintura y al arte en sus manifiestos anti-artísticos de 1928 en compañía de Sebastiá Gasch y Lluis Montayá, eso sí, tratándose siempre de un cine libre de las intromisiones artísticas, como ellos creían haber encontrado en el cine cómico norteamericano.

Para Luis Buñuel el cine poseía su propia estructura, obedecía a su propia naturaleza. Sus mecanismos eran la photogénie (Luis Buñuel, “Del plano fotogénico”, La Gaceta Literaria nº 7, 1927) que pudo aprehender de la mano de su máximo teórico Jean Epstein cuando trabajó para él en 1926 en el rodaje de su película Mauprat, y su teoría del découpage en tanto que plan previo del film y que él mismo teorizó en 1928. Estas dos dimensiones del cine le permitían otorgar a la imagen la naturaleza necesaria para que, una vez muerta y confiscada por la cámara, fuese revivificada, sólo que bajo un orden nuevo que sólo atendiese a él mismo para ser desvelado como fin último de todo progreso social: la poesía, tal y como desvelaría Tristan Tzara en relación a los papiers-collés (“Le papier collé ou le proverbe en peinture”, Cahiers d’Art nº 2, 1931) Ambos procedimientos recortan la realidad para devolverla a su auténtico orden, dado que una vez más debemos advertir de que si Breton y sus amigos se aproximaron desde la época de las primeras publicaciones de la revista Minotaure, al mundo de los sueños y a los procedimientos automáticos de expresión, es decir, al surrealismo, es porque éstos comparten el orden poético, tal y como ocurre con el cine según Buñuel: “El cine es un arma maravillosa y peligrosa si la maneja un espíritu libre. Es el mejor instrumento para expresar el mundo de los sueños, de las emociones (…) El cine parece haberse inventado para expresar la vida subconsciente, que tan profundamente penetra por sus raíces, la poesía; sin embargo, casi nunca se emplea para estos fines” (Luis Buñuel, “El cine, instrumento de poesía”, conferencia de 1958). El mismo Jean Epstein ratifica en relación a la fotogenia el estrecho compromiso del cine con la poesía, recurriendo para ello a los verdaderos orígenes del surrealismo, tal y como hiciera Ivan Goll para el único número de su revista Surréalisme en 1924, quien también apreciaba el cine y la fotografía como medios de superar la realidad misma: “El cine es el medio más poderoso de poesía. El medio más real de lo irreal, de lo surreal tal y como hubiera dicho Apollinaire. Es por eso que nosotros somos algunos de los que han puesto en él nuestras más grandes esperanzas” (traducimos de Jean Epstein, “L’élement photogénique”, conferencia de 1924 recogida en Jean Epstein, Écrits sur le cinéma, Serghes, Paris, 1974, pp. 141-142).

Estas últimas palabras citadas nos dejan ver cómo las bases para Un perro andaluz estaban bien instauradas antes del primer contacto personal de Luis Buñuel con el grupo de André Breton en 1929 por mediación de Louis Aragon. De haberlas conocido hubieran obligado al líder surrealista, como poco, a morderse los labios. De hecho, Buñuel no dudó en atribuir el misterio de la fotogenia más allá de los límites del cine, a la literatura objetual de su primera influencia: Ramón Gómez de la Serna. También este concepto crucial nos desvela los dos grandes misterios posteriores de Buñuel: su distanciamiento a partir de 1932 del grupo surrealista, y cómo mantuvo en cambio el talante surrealista a lo largo de toda su carrera cinematográfica. La propia naturaleza del cine es revolucionaria y supera la realidad, y eso es lo que Buñuel deseó hacer público con su primera película, aun sin haberla realizado en el seno del grupo del surrealismo “oficial”, dado que, en el fondo, los cometidos fueron diferentes, a pesar de que la historia posterior haya enterrado esta evidencia en una inmediata identificación de Un chien andalou con surrealismo. Precisamente Louis Aragon abandonó el grupo con el fin de entregarse con más ímpetu al cine y no dedicarse a discusiones bizantinas acerca de lo correcto y lo incorrecto. El lujo de la nueva publicación surrealista Minotaure disgustó a Buñuel, y aún más el hecho de que su segunda película L’âge d’Or fuese censurada. Tal y como recientemente han demostrado Paul Hammond y Román Gubern, Buñuel aumentó su compromiso político tras abandonar el grupo. Realizó una película de denuncia y en colaboración con el pedagogo libertario Ramón Acín, Tierra sin pan (1933), y  en esta necesidad de pragmatismo comprometido siguió en su decisión a Louis Aragon, Maxime Alexandre, André Thirion, su amigo Georges Sadoul, etc. El cine llegaba a toda la sociedad, el surrealismo sin él no.

   El fin pedagógico de su cine, como Acín con su arte, consistía en despojar a los objetos de los añadidos de significación, desde los lógicos hasta los tradicionales, para liberar la realidad de todo intermediario ideológico y así reconciliarla con el espectador. Para ello debía presentar el objeto y el hecho sin más, sin apenas una manipulación, tal y como reclama el “ojo salvaje” que da comienzo a Le Surréalisme et la peinture de Breton. Buñuel alcanza la fotogenia recortando, y a su vez el découpage yuxtaponiendo los objetos y las escenas, es decir, la realidad objetiva y la intervención del extrañamiento que amplía ésta a la surrealidad y que obliga a poner en funcionamiento los mecanismos inconscientes de percepción, por lo que la presentación cinematográfica, libre de contenidos, está destinada con Buñuel a la poesía. La dimensión política de su cine, a pesar de entregarse poéticamente, inunda toda su amplitud, y requiere como fundamento primero una absoluta entrega y respeto a la objetividad de la realidad exterior. Una vez que éste entra en contacto con el grupo surrealista en 1929, su interés por Marx se acrecienta. El padre del comunismo científico teorizó una realidad encubierta por el valor de cambio del mercado y que Buñuel, al exponerla desnuda, destruye tal valor donde se concentran y se encubren en el marco de la sociedad burguesa los anteriores contenidos añadidos, desde los lazos cartesianos hasta los ideológicos y morales herederos del maniqueísmo cristiano (la destrucción del principio de identidad por el collage y la fotografía que diría Breton). El desvelamiento del valor real de los objetos es logrado por la descontextualización que lleva a cabo el montaje cinematográfico, -materialización del découpage-, y es así que el cine, gracias a su objetividad, supera la mimesis de la pintura anterior, es capaz de mostrar la realidad desnuda de cualquier añadido sospechoso y engañoso: Fotogenia – objetivo + découpage + fotografía + plano. El objetivo -“ese ojo sin traición, sin moral, sin prejuicios, capaz, sin embargo, de interpretar por sí mismo”- ve el mundo. El cineasta, después, lo ordena. Máquina y hombre. Expresión purísima de nuestra época, arte nuestro, el auténtico arte nuestro de todos los días (Luis Buñuel, “Découpage o segmentación cinegráfica”, La Gaceta Literaria nº 43 1928).

Esta supremacía de la objetividad cinematográfica frente a la retórica estética, queda reflejada al comienzo de Un chien andalou en la famosa escena del ojo rasgado, dado que la navaja que corta el ojo en Un perro andaluz alude, tal y como advierte Agustín Sánchez Vidal, al propio montaje cinematográfico. En esta escena una mujer mira a través de una ventana dotada de persiana y, al paso de una nube sobre el objeto de contemplación, -la luna (modelo femenino pictórico y tradicional)-, el mismo Buñuel rasga uno de sus ojos. A partir de este momento -el único “realista” de la película-, da inicio a la naturaleza interior, onírica y mental del cine, anteponiéndose a una posible manifestación surrealista otra pro-fílmica frente a la pintura, dado que son evidentes las alusiones a la ventana albertiniana y la unidad que proporciona la perspectiva a partir de la modulación, ahora sustituida por la acción del montaje llevada a cabo por la navaja: el cine es mejor instrumento surrealista que la pintura. Lo observado sobre la pantalla nunca obedece a la realidad visual, sino a otra interior, pensada, masticada, asimilada por los mecanismos de la subconciencia y de la conciencia.

Esta declaración cinematográfica de principios, donde tal y como apunta Philip Sers acerca de la vanguardia la forma constituye con el contenido una unidad indisociable, responden a unos principios éticos que afectan a la totalidad de las imágenes. No se tratan de metáforas, metonimias ni comparaciones, ni tan siquiera de figuraciones. Las hormigas que emergen de una mano en Un chien andalou no son una plasmación del deseo, sino que ellas mismas sólo funcionan y se jerarquizan a partir del deseo que sienten cada una de ellas por la hembra y sus hormonas. Se trata de un orden superior donde las distancias entre el deseo, la muerte, lo individual y lo social son superadas, dado que, tal y como apunta Antonio Monegal, el motivo de las hormigas quizás apareciese muy tempranamente cuando, como el mismo Buñuel afirma en su autobiografía Mi último suspiro, de joven sintió simpatías por el heroísmo anarquista. Además de Jean-Henri Fabre conocía la obra de Pedro Kropotkin y su teoría sobre el “apoyo mutuo”, fundamentada en una naturaleza social que emerge de la atención que este pensador anarquista prestó a insectos como las abejas y las hormigas, prologada por los estudios del poeta y dramaturgo anarquista Maurice Maeterlinck: sólo con la poesía y el deseo como fin último podemos alcanzar un orden superior que nos libere de las aparentes limitaciones naturales y sociales. Se trata de una toma de conciencia (como la anhelada por el cientifismo de Marx) para la cual el cine se muestra como un instrumento revelador. 

El problema resulta cuando, décadas más tarde, de un piano policial emergen cantidades ingentes de cucarachas alemanas al torturar a un joven idealista en El discreto encanto de la burguesía (1972). Estos temibles animales no responden a jerarquía alguna, sólo se reúnen para la defecación. Desprenden y abandonan sus liendres por su simple peso, no producen la dulce miel de las abejas, parecen prescindir de cualquier forma de deseo, etc., y en cambio viven en sociedad. ¿Qué ha sucedido desde 1929 para haber alcanzado semejante inversión? El objetivo del aparato cinematográfico despierta a las hormigas, mientras la música que emite el instrumento burgués por excelencia, apela a un nuevo orden automático y productivo una vez que ella misma ha enfrentado a la humanidad contra las posibilidades que la máquina le brindó. De todas formas, tanto las hormigas y las abejas como las cucarachas no son más que modelos sociales cuyo único valor tan sólo reside en la historia y en la paleontología: las cucarachas provienen de Carbonífero, son anteriores a la aparición de las primeras flores. Las abejas y luego las hormigas -avispas sin vuelo- no. La historia del sigo XX parece resumir inversamente el transcurso de la historia natural, aquella que recorre desde el neo-positivismo de Deleuze hasta el comunismo de Kropotkin.


El cuadro mudable. Paisajes de Ignacio Fortún en el Palacio de Villahermosa, Huesca

En el Centro cultural Ibercaja Huesca, expone Ignacio Fortún del 29 de marzo al 7 de mayo. Se trata de una estupenda muestra que aúna distintos aspectos: una línea de actuación  cuidada y técnicamente muy bien ejecutada, una comunicación, un acercamiento del artista al espectador a través de la expresividad quieta de sus obras, y un montaje muy trabajado y minucioso.
 
La sala está compartida en tres espacios, en una parte, paisajes de Huesca y de Zaragoza, Gigantes, visión panorámica de los Mallos de Riglos, donde a diferencia del resto de las obras, no encontramos ninguna referencia arquitectónica, salvo la presencia contundente de estas formaciones rocosas, La ciudad y la montaña, vista de Huesca en el valle, con los Pirineos como telón de fondo, otras que muestran zonas semiurbanas Guardianes de Huesca, o el barrio de Torrero de Zaragoza, Días de abandono, La ciudad del canal, que igualmente podemos relacionarlos con el canal de Huesca o de Zaragoza.
  
La ciudad y la montaña 2010 mixta/aluminio 45×150 cm
El segundo espacio está relacionado con el agua, el mar, es un paréntesis, un momento en que necesitas respirar, en otoño o en primavera, unos días, te acercas al mar, es una necesidad de escapar del interior hacia el exterior. Se trata de un tema menos frecuente, más limitado dentro de la obra del pintor, Octubre, Bajo la lona, zonas de apartamentos que en otro momento están llenas de bullicio, ahora nos envuelven de melancolía, no es una visión idílica del mar, son momentos otoñales, crepusculares, vacíos, que nos transmiten abandono, soledad. 
 
La tercera parte es una reflexión sobre el mundo rural, los cambios producidos en su medio, naves, cobertizos, puertas, postes de alumbrado, cables que cruzan el cielo, arquitecturas que pertenecen a pueblos de Zaragoza, pero que podrían ser de cualquier parte, paisajes vistos, recordados, que no tienen porqué ser de ningún sitio. La última cabina, nos muestra un vestigio de algo que prácticamente ya no existe, y que ni siquiera en su momento tenía congruencia en ese lugar, una cabina en una zona de las afueras de un pueblo que parece abandonado, nos resultan espacios casi metafísicos, no aparece el ser humano. Vemos corderos, ahora no son víctimas, como en otro tiempo, de la intervención del hombre en el campo contaminándolo, envenenándolo, es una escena casi romántica, el cordero como auténtico protagonista del paisaje rústico.  El huerto y la laguna, sin elemento humano, lo intuimos por la presencia del cultivo en el que está la huella del hombre, un huerto protegido con valla frente a la laguna, como lugar de cobijo, donde se siente seguro, en su ámbito, frente a Paisaje inundado, en el que el agua forma parte accidental del mismo.   
 
En Paisaje que mira, tenemos unas casas y unos árboles que parecen mirar hacia un horizonte que no se define, los árboles son los espectadores del paisaje. El artista dota a cada elemento inanimado de una personalidad propia, otorgándole una vida y unas cualidades sensitivas propias de seres humanos, y que además tienen capacidad de comunicación, transmitiéndonos ese sentir a quienes los observamos.
 
Paisaje que mira 2009 mixta/aluminio 45×150 cm
El soporte que utiliza para sus obras es plancha de zinc o de aluminio, empleando últimamente más este último, las somete a la acción de ácidos, con los que consigue distintos resultados en el metal, así sobre el zinc actúa dejando unas corrosiones oscuras a diferencia de las manchas blanquecinas que aparecen cuando el ácido actúa sobre el aluminio. La pintura empleada es mínima, la indispensable, consiguiendo el resto de los efectos con la iluminación y el ambiente que crea a su alrededor.   También presenta obra gráfica sobre aluminio.                     
 
Realiza un montaje escenográfico de la obra, casi cinematográfico. En otras exposiciones del artista, nos hemos encontrado con cuadros, en los que alternativamente iban incidiendo luces de varias tonalidades, con lo cual una misma obra se convertía a la vez en múltiple, nos hablaba de un paisaje en las diferentes horas del día, del amanecer al ocaso. En está muestra las luces son fijas, no cambian, es la persona que contempla desde distintos puntos, el que da vida al cuadro con su movimiento, pudiendo ver, dando unos pasos, diversas obras en una misma.
 
  
Esto se lleva a cabo gracias a un elaborado montaje, y a la técnica y materiales empleados. Así las planchas metálicas sobre las que están realizadas las imágenes, recogen y reflejan las luces, a modo de espejos. Las paredes han sido tintadas de diferentes tonalidades para que las transmitan a los cuadros, éstos, son iluminados por focos que pueden ser de colores ámbar, azul o rosa. La luz focal que recibe una obra la refleja a las que tiene enfrente, y a la vez éstas reflejan las luces recibidas a sus compañeras frontales. El movimiento se consigue con el contraste, la alternancia de focos de tonos fríos y calientes. Se trata de un complicado juego de luces, que aporta aspectos muy distintos a las composiciones según el ángulo que elijamos para mirarlas. Otras paredes teñidas de un color oscuro potencian la expresividad de las obras, que reciben una iluminación baja, realzando sus calidades metálicas.
 
El espectador es una parte activa, hace que el cuadro no sea una imagen estática, dependiendo de la capacidad que tenga de descubrir este juego, de introducirse en la obra, de pasearla, podrá disfrutar mucho más de esta exposición.


Pedagogía y positivismo

El más minúsculo pedazo auténtico de la vida cotidiana  dice más que la pintura

Walter Benjamín, El autor como productor, manuscrito inédito

 

 

            A lo largo de su carrera, el pedagogo y artista libertario Ramón Acín (1888-1936) prestó gran atención a los diferentes registros expresivos, especialmente a aquellos cuya modernidad radicaba en la reproducción múltiple, es decir, en la democratización tanto de la apreciación estética de los contenidos de la expresión como del proceso creativo. Por esta razón pronto tuvo que tropezar con otro oscense inquieto pero entregado a su profesión farmacéutica y a la fotografía: Ricardo Compairé (1883-1965), así como el interés que dedicó al cine, especialmente a los dibujos animados, le acercó aún más a la figura de Luis Buñuel. También entendemos desde aquí su entrega a la prensa y a la publicación periódica como articulista, cronista y caricaturista. De hecho, este empeño por aproximar la información, los valores poéticos y la creación a todos los estratos de la sociedad, especialmente a aquellos más alejados y más desfavorecidos, le animó a sumarse al grupo de pedagogos que, a partir del I Congreso de la Técnica de la Imprenta en España acontecido en Huesca en el verano de 1932 y en el marco del Congreso de Maestros, expandieron por diferentes escuelas rurales del país las nuevas imprentas del pedagogo francés Célestin Freinet, quien las diseñó lo más simplificadas posible con el fin de que los alumnos reprodujesen sus dibujos hasta confeccionar sus propias publicaciones (R. Acín, 1935. F. Carrasquer, en Ramón Acín. 1888-1936: 1988). Ésta es la razón principal por la que viajó hasta tierras hurdanas en la primavera de 1933 acompañando al equipo de rodaje de la película Tierra Sin Pan, dirigida por su amigo Luis Buñuel y que en buena parte él mismo financió con un premio de lotería (M. Ibarz, 1999: 92-93, y M. Ibraz en VVAA, Tierra sin pan…: 42-43). Allí trabajó con este nuevo medio en los colegios de las Hurdes Bajas junto con el profesor Herminio Almendros. Este esfuerzo pedagógico, relacionado con su dedicación profesional en las artes plásticas, se englobaba en un proyecto aun mayor y más ambicioso: el rencuentro de la máquina y del progreso con el pueblo que la concibe. De este modo surge en su ideario la noción del juguete (M. Abril, 1931) como modalidad plástica y mayor afrenta contra la sacralización del arte y su separación social, dentro de la función de la formación libertaria del alumno en concordancia con su medio ambiente, tanto natural como artificial (A. Tiana Ferrer, 1987: 120-122). Y en este trascendental asunto coincide con las propuestas vanguardistas de, por ejemplo, Giacomo Balla, Fortunato Depero, Joaquín Torres-García o Ángel Ferrant, sólo que a partir del mismo anarquismo que instigó los medios de difusión del futurismo y de los posteriores movimientos de la “vanguardia histórica”.

            Esta educación programada en cierta manera para fortalecer los cambios necesarios en el conjunto social, aquella que en España bajo el liderato en la materia Francisco Ferrer Guardia, se entendió como “escuela racionalista”, en ocasiones como “enseñanza integral”, no puede evitar ser emparentada con las ideas regeneracionistas de finales del siglo XIX y principios del siguiente, ni con los principios krausistas que animaron la Institución de Libre Enseñanza, como una superación de la enseñanza en manos del clero, exclusivista, segregadora, parcial y abstracta, oponiendo a todo ello los métodos racionalistas. Por esta razón no nos pueden extrañar las similitudes, sobre todo en materia educativa, entre el positivismo decimonónico y el anarquismo en tanto que primeros intentos coherentes de adaptación a la nueva realidad industrial, así como la influencia de la ciencia positiva en Bakunin (Tina Tomassi, 1988: 118-118 y 160) y que Auguste Comte provenga de la doctrina proto-socialista y libertaria de Saint-Simon (Ghita Ionescu, 2005: 27-30). De hecho, entre estos dos polos aparentemente opuestos, libertad y racionalismo, se ubica la pedagogía, el arte y el interés por el cine, la prensa, la caricatura y la fotografía de Ramón Acín, así como la colaboración con su amigo el fotógrafo oscense Ricardo Compairé.

            En su recientemente celebrada exposición antológica en la sala de exposiciones de la Diputación de Huesca y en el Centro de Cultura de Ibercaja de Huesca (entre el 18 de diciembre de 2009 y el 31 de enero de 2010),  dividida temáticamente por su comisario Enrique Carbó, entre sus “frisos decorativos” (tal y como le gustaba adjetivarlos al mismo Compairé, E. Carbó, 2009: 149) y bodegones, encontramos morillos o asadores similares a équidos, parentesco logrado una vez extraídos del contexto del hogar, como mejor muestran algunas de las fotografías de Compairé descubiertas entre la documentación de Ramón Acín, datadas por Emilio Casanova y Jesús Lou entre 1927 y 1929, y donde estos animales parecen jugar al aire libre. De hecho, estos “frisos decorativos” se diferencian del resto por estar fuera de contexto y así acentuar sus aspectos animalísticos. Nos referimos al contexto semántico que prevalece en los demás frisos y bodegones (relicarios, verduras, caza, Cosas del tiempo, etc.) que, más allá del bodegón cristológico y barroco de un Sánchez Cotán, se aproxima a la alegoría positivista de los quodlibets decimonónicos o los viejos recuerdos de William F. Harnett, los cuales en cierta manera prefiguran los proto-collages de finales del siglo XIX del alemán Carl Spitzweg, quien como Compairé fue farmacéutico en Munich, hasta el puno de realizar estos collages a modo de poemas-recordatorios de diversas recetas culinarias (Eddie Wolfram, 1975: 12). Conocemos por Rosalind Krauss las interacciones existentes entre collage y fotografía al consistir el encuadre de esta última en un recorte de la realidad (R. Krauss, 2002: 166-167), aunque además debamos aludir a la necesaria fe en la objetividad de su sistema de impresión de la imagen, emparentada con el automatismo del encuentro de los fragmentos reales (no figurados) que van a conformar un próximo collage. El mundo del recorte y del encolado gira en torno a los impulsos taxonómicos del hombre, enardecidos en nuestra era industrial y necesitado de los medios apropiados. De hecho, las actitudes farmacéuticas tanto de Spitzweg como de Compairé se adelantan al espíritu ornitológico que ordena en cuadrícula los ensamblajes de frascos y dependencias del estadounidense Joseph Cornell, quien ayudó y asistió a Marcel Duchamp en la elaboración de sus boîtes-en-valises (Dore Asthon, 1974: 75-76).

 

            Sin saber exactamente cuándo se conocieron Ramón Acín y Ricardo Compairé, ambos coincidieron y llegaron a ser muy amigos, a pesar de sus divergencias ideológicas (Ricardo era católico convencido), a raíz de las excursiones al Pirineo iniciadas en 1917 en compañía de Ricardo del Arco, Luis López Allué y los anarquistas Felipe Alaiz y Sánchez Ventura (quien descubrió las iglesias románicas del Serrablo en 1922), en parte como una actividad para la reactivación del interés por lo etnográfico y rural aragonés, empeño que sostuvo sobre todo la sociedad Turismo del Alto Aragón creada en 1912 y presidida por Compairé entre 1934 y 1935.

            Tal y como nos cuenta Enrique Carbó, Ricardo Compairé pronto admiró los trajes tradicionales que todavía vestían a los hogareños de los valles del Pirineo Aragonés, mucho de ellos heredados de sus padres y abuelos, y de cómo éstos, junto con sus mobiliarios y sus costumbres, pronto desaparecerían con la vertiginosa e inminente intromisión de la modernidad. De ahí surgió una fotografía que, en principio, le impulsaba el positivismo taxonómico que desea registrar lo más posible en aras de la desaparición de sus modelos, gracias al automatismo de la máquina, de lo que se desprende las siguientes apreciaciones.

La fotografía, como él mismo afirmaba, era ante todo “la única manera de detener el tiempo” (E. Carbó, 2009: 44), lo que le permitía conservarlo. Este hecho acarrea cuestiones sustanciales en el valor de la fotografía en sí: evidencia la capacidad de la imagen reproducida objetivamente, para suplantar la susceptibilidad de un hecho para ser recordado, o el aura de un suceso según Walter Benjamín (W. Benjamín, 1998: 163). Sin embargo, por ejemplo Ricardo del Arco califica algunas de sus fotografías como tableaux vivants, es decir, atribuye a sus fotografías un poder revivificador. Resulta paradójico que la fotografía, mientras que debería caracterizarse por todo lo contrario, por ser un alma mortuoria lo que la inspira si en verdad es un medio de detener el tiempo, en cambio parece que el valor de sus fotografías resida en lado opuesto. Una vez apresado el devenir inasible por acción de la máquina, ésta comienza a disponer de sus pedazos apresados hasta confeccionar una sucesión que quiere ser continua por su propia naturaleza mecánica y eléctrica o, lo que es lo mismo aunque en otra dimensión, orgánica.

Los que nos dedicamos a las letras bien sabemos -o más bien deberíamos saber- que cualquier intento de representación mimética o explicativa, denotativa o connotativa, desemboca en un tercero. Compairé conocía de primeras este hecho, y así lo da a conocer cuando afirma que sus fotografías etnológicas se inspiran en los relatos que fue recogiendo de los mismos habitantes retratados, los cuales intentan recrear antes que la realidad filmada. Son ellos los que las legitiman. La fotografía artística, entendido el arte tradicionalmente y la fotografía como esos intentos de autor del siglo XX que, a veces impulsados por los propios principios de la vanguardia histórica, han intentado otorgarle un nuevo aura artístico y único, no ocupa un lugar marginal en su producción aunque se preste a la temática etnológica que Compairé tanto gustó cultivar. Sus fotografías adoptan los principios miméticos tradicionales de la pintura, sus capacidades literarias de apresar en un instante una historia mediante la selección de los elementos que permitan su lectura. Prepara a sus personajes, los dispone, los viste, los instruye hasta conseguir el efecto deseado, aquel que debe quedar en la memoria de los futuros turistas que traigan al Alto Aragón la modernidad que acabe con esos mismos modelos. Museízar lo encontrado, congelar el momento, etc. Su actitud guarda el cinismo de la dialéctica, la misma que oculta la cámara fotográfica en sus entrañas. Con la historia de Alberti, los pórticos de Masaccio y Mantegna, los abismales paisajes de C. D. Friedrich, las sombras faciales de los sombreros de Rembrandt, las luces interiores de Vermeer, etc., el relato fotográfico de Compairé adoptó, tal y como fue habitual en la fotografía del siglo XIX, la faceta más tradicional de la máscara artística por excelencia: la pintura y, así, la fotografía adquirió el poder monumentalizador que permitía a Compairé mostrarla no a otros fotógrafos que valorasen profesionalmente su producción, sino a potenciales turistas. Prima el documento frente a la fotografía en sí y, en cambio, eso no impide que el arte de sus fotografías, exaltado como tal por sus amigos, quede al servicio de la documentación y del registro de tipos en aras de su desaparición.

De hecho, Ramón Acín buscó esta función monumentalizadora en el ejercicio de las artes plásticas. Con obras como la Fuente de las Pajaritas del Parque de Huesca, así como las figuras realizadas con chapas recortadas a modo de Gargallo y, más aún, de los Hermanos Martel, a diferencia de estos modelos previos redujo la acción del artista a la simple elección y a la trasposición material que eleva un motivo de la realidad inmediata, cotidiana y cercana, mismo infantil, hasta la dignidad de la obra de arte. En cambio, muchas otras obras suyas realizadas en cartón y así expuestas, sólo se han conservado por haber sido fotografiadas por Compairé. El mismo Acín pensó en la fotografía como un medio de registrar aquellas obras suyas destinadas a desaparecer a causa de su naturaleza material deleznable. Él mismo aprendió la fotografía al magnesio con Compairé, y en este sentido existe un claro punto en común entre ambos, acrecentado por el hecho de que éste último en su juventud se iniciase en la pintura y tuviese que sustituirla por la fotografía por falta de tiempo e infraestructuras, ya que ambas disciplinas compartían la primacía de la luz (E. Carbó, 2009: 27-28). Y sin perder el paralelismo establecido desde el comienzo por este artículo entre las diferentes relaciones de los registros expresivos y las funciones otorgadas, -la documentación etnológica en Compairé y la docencia que empaña toda la producción de Acín-, recordaremos que ambos acudieron a las excursiones organizadas por la sociedad de Turismo del Alto Aragón, siendo éstas una de las prácticas más recurridas por la educación libertaria con el fin de reconciliar al niño con su medio ambiente (A. Tiana Ferrer, 1987: 134). El arte, o la fotografía en el caso de Compairé, al margen de su posible aislamiento formalista se presta primero a la investigación y luego a la docencia. Quizás la multitud de escuelas y vertientes de interpretación del arte desde la filosofía, la estética, la historia, la psicología, etc., a veces contrarias y opuestas entre sí, tengan en común tan sólo el haber presentado al arte ante todo como un medio de conocimiento o aproximación a la realidad circundante. No obstante, Hebert Read fue, como Acín, un simpatizante con el pensamiento libertario (Donald Drew Egbert, 1981: 512; Hebert Read, 1964: 30) que en el siglo XX defendió con gran ímpetu el rol del arte en la educación (Hebert Read, 1966: 193-194; H. Read, 1977: 151-152. En Hebert Read, 1949: 20, denomina a la estética “ciencia de la percepción” tras reclamar una separación entre Arte y Belleza a la manera de Worringer), encaminada a salvar al individuo de la alineación presente (H. Read, 2000: 62).

Pero existen diferencias importantes entre Compairé y Acín a la hora de establecer relaciones entre el arte y la fotografía. En 1930 escribía Arturo Martínez Velilla que Compairé tiene el don y el poder de hacer cuadros en vez de fotografías, y que “su talento es más sensible que la placa fotográfica”, mientras que acerca de su obra, un año antes Ricardo del Arco afirmaba que “la Fotografía es un Arte” (E. Carbó, 2009: 51-54). Compairé no necesita denostar ni el arte ni la pintura para elevar su disciplina a este rango, mientras que en el juego dialéctico de Acín, consistente en la monumentalización de materiales y motivos perecederos, cotidianos y pobres, sí se produce de forma derivada un cuestionamiento del estatus artístico, al menos de su aislamiento del conjunto de la sociedad tal y como ya lo planteó León Tolstoi en 1880 (L. Tolstoi, 1999: 5-11; D. Maroger, 1974: 136-138). Su acercamiento constituiría para Acín el fin mismo de la educación, dado que el arte es inconcebible al margen del conocimiento sin caer en la abstracción. Acín no dudó en sacrificar su producción artística por otras labores que él creyó más importantes para el conjunto de la sociedad como la enseñanza, la creación de un pionero museo etnográfico, la militancia política, etc., e incluso pareció excusarse en el díptico de su exposición de 1931 en el Ateneo de Madrid con motivo del congreso de la C.N.T. de ese mismo año: “No he venido a Madrid para exponer: no merecería la molestia ni los cuartos que ello supone. Como delegado del Congreso de la Conferencia Nacional del Trabajo, junto al pijama y el cepillo de dientes, he facturado estas cosas de arte semiburgués…”. Incluso posiblemente haya compartido las ideas anti-artísticas de su amigo libertario Felipe Alaiz en relación a los museos: “ El museo es un panteón y el Observatorio un estimulante. No niego que el Museo tenga interés, pero no más que un cuerpo vivo. Si los artistas quieren hacer de cada museo un templo, es, como los clérigos, para vivir del altar” (F. Alaiz, 1930: 3).

El museo que Acín tenía en mente integraba, a diferencia de algunos de sus colegas, una escuela de libre enseñanza. No se trataba sólo de rescatar casi para la curiosidad del urbanitas los vestigios vivos de la prehistoria en la Provincia de Huesca (F. Alaiz, 1937: 27), sino de acercar el museo a las gentes y monumentalizar los utensilios con los que trabajaban. La disparidad entre la modernidad de la cámara de Compairé con las gentes que retrata quiere se salvada por Acín, además de considerar el Alto Aragón un ejemplo extremo de lo que acontece en el conjunto de la modernidad, por ejemplo en relación con el ferrocarril a su paso por Canfranc, mientras que en las fotografías de Compairé, tal y como ocurre cuando con su equipo se arrima a sus modelos potenciales, los campesinos sirven a la imponente aventadora Buil de su reportaje La trilla moderna, así como los diminutos marineros del puerto de Barcelona corren entre las enormes y opresoras embarcaciones modernas, tal y como ocurre con los vertiginosos paisajes pirenaicos en relación con quienes lo contemplan: la realidad natural es sustituida progresivamente por la artificial. En cambio, el medio de la reconciliación de estos dos ámbitos, recurrido por Acín con el fin de salvar la alineación, es la síntesis que permita al individuo reconocer como suya la máquina, así como aquellos morillos, los únicos en romper los rígidos campos semánticos de los bodegones y frisos de Compairé, adoptan el movimiento de unos animales gracias a un gesto tergiversador, posiblemente de Acín, tal y como muestran las fotografías realizadas por Compairé entre 1927 y 1929 en su casa, donde los encontramos posando sobre unas estanterías.

Con estos morillos ocurre algo único en sus fotografías, un medio alternativo de revivificación de la realidad en forma de juguete y que entronca con uno de sus recursos técnicos: la fotografía estereoscópica. Los distintos morillos, al ser dispuestos en fila parecen constituir diferentes momentos de un mismo juguete, un efecto estereoscópico (tal y como lo define Arnheim en relación a las categorías perceptivas de la imagen) que ahora suplanta la lógica semántica de los otros frisos. Ante esta fotografía el niño queda maravillado, mientras que el poder constructivo de este registro mecánico es desvelado, como si de una sucesión de fotogramas se tratase. Enrique Carbó (E. Carbó, 2009: 74) subraya el carácter cinematográfico de la producción de Compairé, aunque quizás pensando en otros aspectos. Nosotros creemos en la capacidad fotográfica para revivir las imágenes, y no nos referimos simplemente al movimiento. Cuando hacia finales de 1926 Acín regresó a Huesca de su primer viaje a París, llevó consigo sus ganas de comentar y expresar lo mucho que aprendió, sobre todo en compañía entre otros de Luis Buñuel, quien por entonces entró a trabajar con quien mejor desarrolló la idea de “fotogenia” propuesta por el poeta Blaise Cendrars como una cualidad intrínseca del cine y que todo director debía saber explotar para sus propios fines. Nos referimos a Jean Epstein, cineasta próximo a los círculos racionalistas y puristas de L’Esprit Nouveau de Paul Dermée e Ivan Goll, cuyo peculiar surrealismo (sin nada que ver con el de André Breton) valoraba la fotografía y el cine por su capacidad de superar la realidad misma: “un aspecto es fotogénico si se desplaza y varía simultáneamente en el espacio y en el tiempo” (J. Epstein, fragmento de una conferencia de 1923, en J. Epstein, 1975: Tome II, p. 120).

Esta serie de fotografías de morillos descontextualizados sintetiza así el gesto que la constituye con la imagen resultante, tal y como ocurre con las obras de Acín que intentan reflejar el sentido lúdico que las ha animado, o el gesto constructivo, bien visible en sus modelos papirofléxicos. Este es el sentido que él quiere difundir en los receptores, niños físicos o de espíritu, sin necesidad de coacción alguna, ni estética ni policial. Sin importar la autoría de la idea de esta fotografía (el disparo pertenece claramente a Compairé), esta serie de morillos contiene en sí todas las premisas pedagógicas libertarias en su concepción más pura y menos contaminada, las mismas que poco después reflejaron las pajaritas de metal papirofléxico que presiden el Parque de Huesca y hoy, aún hoy, siguen recordándonos de cuán importante son los medios automáticos de creación en la formación de los niños, oportunidades de plasmar sus ideas de manera casi simultánea, antes que separarlos del medio técnico que habitan inculcando un grave y perverso temor.  La simultaneidad de estos medios mecánicos fue y es el mejor instrumento de integración de la teoría y la práctica, de la observación y la acción, tal y como deseaban para la “educación integral” los principales teóricos del anarquismo.


Mundos transparentes: la metáfora del cristal en las artes y en la arquitectura

 
Simón Marchán, catedrático de Estética de la UNED, ha desarrollado aquí un breve pero intenso trabajo sobre una preocupación que, como él mismo afirma en el prólogo, ya estaba latente en su libro Contaminaciones figurativas (1986), donde concedía gran importancia a la aportación de la vanguardia en la construcción de la imagen (no sólo física) de la arquitectura moderna. Una de las acepciones de cristal que recoge el Diccionario de la RAE es la de “sólido cuyos átomos y moléculas están regular y repetidamente distribuidos en el espacio”, mientras que el vidrio sería un “sólido duro, frágil y transparente o translúcido, sin estructura cristalina”. La premisa de esta aparente identidad de ambos elementos le sirve a Simón Marchán como punto de partida para ofrecer una nueva aportación a la historiografía española; esta vez ha tratado de indagar en la cuestión del origen de la metáfora del cristal en las artes y la arquitectura, lo que hace de su trabajo una herramienta de agudo filo para comprender algunos problemas estéticos existentes hasta la actualidad.
La antes citada confrontación morfológica vidrio vs. cristal puede hacer pensar al lector, en un primer momento, solamente en las producciones de vidrio; pero Marchán va más allá al sugerir que ese proceso de transformación simbólica —en la expresión plástica— se realiza a través de la analogía con la distribución de los cristales minerales. El autor se refiere de este modo a la organización y a la apariencia que las redes cristalinas otorgan a las edificaciones; es decir, la imagen arquitectónica de estructuras reticulares que recuerdan, por ejemplo, a las formaciones de cuarzo. De ahí que no es únicamente el aspecto más superficial del uso del vidrio, sino también la utilización de esas otras características en la disposición interna del edificio.
Simón Marchán recorre el arco cronológico que va desde los albores de la modernidad hasta los límites del siglo XX, buscando indicios de esa explotación metafórica. Una hipótesis favorable para dicho uso sería la de una mixtura entre el ideal romántico decimonónico y el expresionismo anterior a la Primera Guerra Mundial, ambos de raigambre germana. Tradicionalmente, el cristal se ha identificado con unos valores, en alto grado simbólicos, de lo bello: la transparencia y el brillo se equiparan con los de las joyas, pero también con la belleza sublime de las formas geométricas puras, ideales y abstractas, como son el cubo, el prisma o la pirámide. Marchán ejecuta el difícil ejercicio de organizar y crear categorías en una extensa región con distintas mutaciones temáticas. Para esta tarea no sólo dispone de sus vastos conocimientos en teoría estética e historia del arte y de la arquitectura, sino que también pone al servicio del razonamiento una variada interrelación de textos provenientes de la literatura universal. Así Kant, Schiller, Schlegel o Benjamin se entremezclan con los hermanos Taut, Klee o Kandinsky, y con las narraciones fantásticas de Wilhelm Scheerbart, Italo Calvino o Marc Petit.
El autor, pues, compone su discurso desde distintos frentes que quedan hilvanados unos a otros. De este modo, la organización del libro queda fijada en nueve divisiones, relativamente independientes entre sí, cuyo hilo conductor es la imagen de la cristalización de los constructos plásticos. Sin embargo, estos capítulos se podrían agrupar someramente en tres grandes bloques: los dos primeros, los más filosóficos; una segunda parte, que llevaría desde el tercero al séptimo; y la sección final que comprende el noveno y el décimo.
 Así, los dos primeros capítulos son los que sientan las premisas estéticas y las vías para el trayecto historiográfico: uno, dedicado a la transformación de la idea cristalina en metáfora artística y, el siguiente, a la geometría entendida en tanto que valor simbólico. Quizá sean estas las partes del libro que quedan algo lastradas por la dificultad de algunos planteamientos de raigambre kantiana. No obstante, a medida que avanza la narración, adquiere ligereza y la disposición, como si fuera acorde con el objeto de estudio, alcanza unas mayores cotas de transparencia en su parte final. A continuación, Marchán introduce otros asuntos o problemas también provenientes de la historia del arte, pero vistos desde ese nuevo prisma, así, en el capítulo tercero habla de las propiedades, otra vez cristalinas, de lo que denomina cubo-expresionismo.
Mención aparte merece el muy documentado capítulo cuarto, “La casa de cristal sólo quiere ser bella”, dado que constituye un formidable análisis de las condiciones de emergencia, marco histórico y proceso de producción de la Casa de cristal, de Bruno Taut, construida en 1914, paradigma y cénit de la cristalización arquitectónica. Todo un ejemplo de arquitectura utópica y desmaterializada, muy acorde con la magnificencia y esplendor de los programas de “arquitectura alpina” que desarrollaría a comienzos de los años veinte. La sublimidad del conjunto debía ser tal que, según Marchán: “Inmerso en su atmósfera, el espectador podía sentir la disolución de la concepción espacial de la arquitectura en beneficio de una construcción estructuralmente ligera, liberada de la pesantez, casi flotante”.
Otros de los problemas que examina el catedrático son la interesante síntesis entre lo orgánico y lo inorgánico, fruto del goticismo expresionista alemán de los años veinte, denominada la “floración de la arquitectura cristalina”. La sempiterna figura del arquitecto Bruno Taut discurre como hilo de urdimbre en el entramado contextual del libro, pues vuelve a aparecer como pilar teórico de los proyectos de “arquitectura alpina” que semejan grandes escenografías y que constituyen un intento de arquitectura utópica acorde con el entorno natural, una especie de primitiva ecoarquitectura. También tienen cabida la importancia de los proyectos arquitectónicos y el entramado urbano de entreguerras. Durante la década de los años veinte Berlín y Nueva York parecían competir por convertirse en el prototipo de Grosstadt (gran ciudad), de ahí la importancia del cristal en los proyectos de rascacielos de Mies van der Rohe que tanto influirán en la creación de una tipología tan evidente como son los edificios de las grandes corporaciones que minarán las grandes urbes norteamericanas en los años setenta y ochenta.
Finaliza Simón Marchán con un capítulo que tiene el muy acertado título de “Fenomenología de las transparencias y los reflejos cristalinos” donde da cuenta de algunas muestras artísticas contemporáneas relacionadas con la alquimia cristalina: Dan Graham y Mario Merz son algunos ejemplos ­—aunque se echa de menos al danés Olafur Eliasson— citados por el catedrático. En cuanto a la parte dedicada a la arquitectura con piel de vidrio y formas cristalográficas, Marchán aboceta algunos retratos, quizá un tanto apresurados, y cita múltiples ejemplos: la pirámide de Pei, la fuerte influencia de la arquitectura parlante de Las Vegas, la Chrystal Cathedral de Philip Johnson, los trabajos de Skidmore, Owings y Merryl, o los proyectos de un cada vez más megalómano Norman Foster.


El artista de lo superlativo

Todo en Damien Hirst es superlativo. El artista contemporáneo más rico. El más influyente. El más joven en ser incluido en elitistas repertorios de creadores. El más cotizado en las subastas. De tal manera que cabe preguntarse si hay algo más allá de su empeño constante en convertir el arte en mercadotecnia. Francisco López Ruiz, arquitecto mexicano con una exquisita formación posterior en crítica, teoría e historia de la Literatura y de las Artes (Universidad Católica de Milán) y actual Director del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, considera que sí, y lo demuestra con rigor, exactitud y coherencia a lo largo de las 300 páginas que constituyen una notable aportación desde el ámbito latinoamericano a la historiografía del arte contemporáneo, y en particular a la ya por sí nutrida bibliografía del artista inglés.

 

Parto de la base de que a mí, sinceramente, Damien Hirst como artista no me emociona. Es más me produce cierto rechazo el circo mediático levantado en torno a él. Expectación en muchos casos propiciada por el propio artista y por su particular empresa (Science) que actúa por emulación de la famosa Factory de Warhol, ayudando en la producción de las obras del artista, pero también en su extraordinaria difusión (algo similar, por otro lado, a lo que hacen otros famosos artistas actuales como Harukami Murakami o Jeff Koons). Sin embargo, el libro Artefactos de muerte no simulada de Francisco López Ruiz me ha fascinado y me ha servido para colocar al artista en otra dimensión, haciéndome pensar sobre aspectos evidentes (y otros no tanto) en su obra. Sólo por eso, merece la pena su lectura. Este texto, además, reúne otras virtudes. Empezando por la propia actitud del autor (en la que me siento en parte reflejada como investigadora), que reconoce haberse acercado al estudio de Hirst como producto de una fascinación inicial por el artista, por lo que entendía y, no menos importante, por lo que no comprendía, asumiendo con total sinceridad el riesgo que corría al abordar un tema sobre-saturado (si puede decirse así) de información.

 

Francisco López Ruiz se plantea como autor, de manera honesta, si será capaz de aportar algo nuevo a la comprensión de este artista. Y lo cierto es que lo logra porque su trabajo parte de una perspectiva inédita hasta el momento: el análisis de la obra de Damien Hirst a partir de las muestras realizadas por el artista inglés en México (La muerte de Dios y Visitaciones), eventos importantes para el país ya que situaban a este país, en opinión de periodistas, críticos y curadores, en el panorama internacional. La primera se presentó en la Galería Hilario Galguera entre febrero y agosto de 2006, con una duración inusitada para una exposición temporal y con un éxito de público considerable puesto que alrededor de 38.000 personas visitaron la muestra. Por su parte, Visitaciones fue una exposición organizada por el Museo Nacional de San Carlos y la Galería Hilario Galguera entre octubre y noviembre de 2006, concebida como un diálogo entre Hirst y la historia del arte occidental, una tendencia (la de mezclar artistas actuales con los maestros del pasado) que se repite por todo el planeta…

 

A partir de este presupuesto inicial, López Ruiz realiza un meticuloso desmenuzamiento (casi a la manera taxonómica que tanto practica Hirst en algunas de sus obras), de toda la producción artística precedente de Hirst, para analizar la trascendencia de las muestras mexicanas en el artista inglés, a la vez que reconstruye fielmente la repercusión mediática del mismo en la prensa y el público mexicano, un aspecto que le resulta especialmente interesante dado que considera que la obra de Hirst admite una doble codificación, como obra de arte culta comprensible para un público reducido, y como obra popular, para el espectador no especializado que reacciona y la percibe sin prejuicios.

 

Sólo por esto, por ofrecernos una perspectiva complementaria desde el otro lado del mar, acerca de la recepción de Hirst en un medio tan diferente al europeo o al norteamericano, el libro ya merecería la pena, pero es que más allá de esta cuestión, para López Ruiz el contacto con México sin duda ha cambiado la obra de Hirst, acentuando algunos de sus recursos expresivos (como una mayor efectividad en la comunicación a través de la síntesis de narraciones complejas como la planteada en la obra Adán y Eva), a la vez que ha llevado al artista a introducir novedades como la presencia de una iconografía católica ausente hasta entonces o la utilización de objetos cortantes como sables, agujas, cuchillas, que no habían aparecido hasta el momento.

 

El autor no se limita a esto, sino que además profundiza en otros aspectos claves para la compresión del artista inglés. El primero (y más obvio), la relación de Hirst con otros artistas actuales (Joseph Beuys, Arman, Andrés Serrano, Julian Schnabel o Louise Bourgeois) o históricos (Rembrandt, Bacon, Caravaggio), con los que Hirst sin duda comparte el interés por temas ya clásicos en el arte como la vanitas o la muerte. El segundo (en mi opinión absolutamente fascinante), la función del título (y ¿por qué no? de la literatura, teniendo en cuenta el carácter profundamente poético, evocador y metafórico de los títulos usados por Hirst) como intermediario de la comunicación entre espectador y obra plástica. Haciendo honor a su formación crítica y literaria y al gusto por los análisis semánticos que Francisco López Ruiz ha desarrollado en trabajos precedentes, el estudio de los títulos usados por Hirst, que para López Ruiz funcionan como elementos que potencian la expresividad de las piezas, es una de las aportaciones más singulares y atractivas del libro, desarrollada exhaustivamente en un capítulo (cap. 3), en el que se repasan y desgranan títulos que parecen -como algún crítico ha subrayado- haikus.

 

Curiosamente Francisco López Ruiz, en una especie de `síndrome de Estocolmo’ respecto al objeto de estudio, acaba contagiado de ese fervor literario por títulos ingeniosos, atractivos y sugerentes, y despliega un repertorio de los mismos lleno de humor e ironía por todo su libro, tomando además préstamos evidentes de la cultura popular contemporánea desde Tom Wolfe (¿Quién teme a Charles Saatchi?, p. 31 que recuerda al famoso título del escritor norteamericano ¿Quién teme al Bauhaus feroz?), al cine (Un tiburón llamado deseo, p. 92; Leones por corderos, p. 246), a la música (Demasiado corazón, p. 107), y a la literatura (Crónica de una muerte anunciada, p. 110). Un atractivo más de un libro de lectura amena, que esconde en una clara y ordenada redacción, un ímprobo trabajo de recopilación y análisis de fuentes, acompañado de un riguroso proceso de reflexión y relación de las obras y del artista estudiado.

 

El libro se acompaña de excelentes fotografías de las dos exposiciones mexicanas realizadas por el fotógrafo mexicano Andrés Olmos Rodríguez.

 

 

(¡Eureka! He conseguido terminar esta reseña sin mencionar lo que todos esperan: el omnipresente tiburón…Si conocen a Damien Hirst, ya saben a qué me refiero y si no, deberían absolutamente leer este libro.)


Una deuda saldada, que deja ganas de más.

Aunque parezca mentira, ésta es la primera vez que el Centro de Arte y Naturaleza de la Fundación Beulas le dedica una exposición monográfica al propio Beulas. Le han homenajeado mucho como coleccionista, y es muy loable la práctica habitual de invitar a artistas, escritores u otros expertos a presentarnos su selección personal de ese legado. Pero no podemos pasar por alto que esas obras de otros artistas están muy interrelacionadas con su propia carrera pictórica, puesto que algunas le llegaron por intercambios con artistas amigos y otras porque sintió la necesidad de comprar piezas que por alguna razón le resultaban atractivas. Lo explica muy bien Imma Prieto, autora del texto del catálogo, donde destaca cómo en algunos casos la interrelación se creó a partir del mutuo interés por el color azul, tan típico de Beulas y, por ejemplo, de dos espléndidas obras de Victor Mira y Roberto Matta en su colección. Por eso resultó doblemente positivo que esta exposición en Huesca coincidiera con otra en Zaragoza montada por la Galería A. del Arte, en la que junto a obras del propio Beulas, se expusieron los trabajos en azul de una selección de alumnos de nuestras Escuelas de Arte y de la Facultad de Bellas Artes. Esta buena predisposición hacia otros artistas más jóvenes confirma una de las cualidades de Beulas, que apropiadamente figuraba en el título de la muestra del CDAN: “abrir horizontes”. De hecho, una de las cosas más llamativas de esta exposición eran los bien escogidos títulos con que se rotuló cada una de sus secciones, empezando por la inicial, titulada “Líneas de formación”, donde en efecto había algunos dibujos muy lineales, propios de una buena formación académica, a la final “Horizontes de conocimiento”, que alude a los paisajes casi abstractos de amplios horizontes y a la permanente actitud de aprendizaje que sigue manteniendo el artista, pasando por otras como la dedicada a los años sesenta, titulada “Siete frigoríficos” porque en ese momento su frenética actividad le llevó a mantener siete casas. Algunos de sus óleos de aquella década triunfal, donde se convirtió en uno de los pintores emblemáticos de un paisajismo moderno camino de la abstracción, ya pudimos verlos en compañía de los de otras figuras de referencia de entonces, como Benjamín Palencia, Ortega Muñoz o Díaz Caneja, en la exposición de 2006 titulada Paisajes esenciales. Pero para mí ha sido un descubrimiento su estilo de los años cincuenta, con vistas de ciudades y monumentos muy cercanas al existencialismo pictórico de Vaquero Palacios. Y otra novedad han sido las muchas fotografías de paisajes realizadas por Beulas, tanto como souvenir personal como con finalidad artística en sí mismas, aunque quizá también en ciertos casos como recurso iconográfico para su inspiración pictórica, pues según se nos dice en el catálogo él no practica el plein air. El catálogo, como la exposición, me ha dejado sabor a poco, con ganas de más. La publicación recoge no sólo la reproducción de las obras presentes en la exposición, traídas de colecciones muy dispares, sino también mucha documentación gráfica complementaria. Prima el cariz didáctico, tanto en el ya aludido ensayo de Imma Prieto, como en la amplia antología de escritos sobre Beulas firmados por diferentes críticos e historiadores del arte que se recogen en el apéndice de textos que, seguido de una abundante lista de bibliografía, pone punto final al libro. Espero poder leer pronto la tesis de Juan Benosa, El minimalismo mágico de José Beulas, pintor abstracto del paisaje aragonés. Será una nueva ocasión para poder disfrutar de más amplios comentarios sobre la evolución pictórica de Beulas. Pero sobre todo me gustaría ver en el CDAN una exposición sobre el paisaje aragonés en la pintura del siglo XX, desde Sorolla y Zuloaga a tantos artistas actuales que lo cultivan, pues sería otra deuda saldada con el trabajo de Beulas como pintor.


Entrevista con Javier Codesal, Gran Premio AACA 2009

Javier Codesal, nacido en Sabiñánigo en 1958 es un artista polifacético, pionero en España del videoarte, pero que también despliega su creatividad en otras disciplinas como la radio, la televisión, el video mencionado, el cine, las acciones, las instalaciones, la fotografía, los medios interactivos y la poesía escrita. En cualquier disciplina el autor elabora un discurso poético a la vez que profundo y trascendente. Son muchas las exposiciones que ha realizado, pero la de la primavera de 2009 en el Palau de la Virreina de Barcelona “Dentro y fuera de nosotros” venía a ser un compendio y la más exhaustiva de lo realizado hasta aquel momento, por la que recibió críticas muy valorativas y por la que la Asociación Aragonesa de Críticos de Arte le concedió el premio de mejor exposición realizada en 2009 por un artista actual aragonés. Coincidiendo aproximadamente con la entrega de premios AACA el día 30 de marzo de 2010 en Zaragoza se produjo esta entrevista con Javier Codesal.
 
 
Ricardo García Prats (RGP).- Buenos días y enhorabuena por este premio y por las continuas distinciones que has recibido por tu obra. En primer lugar quería preguntarte ¿qué queda de aquel muchacho que nació en Sabiñánigo?
 
Javier Codesal (JC).- Creo que en todos nosotros continúa actuando el niño o niña que fuimos, y con él los paisajes de la infancia, tanto visuales como sonoros, además de los sueños que tuvimos, la memoria más o menos fiel, etc. En cierto modo, uno no deja nunca de pelearse con aquel niño impertinente que juega a su manera durante toda la vida, a costa muchas veces de lo que desearíamos ser.
 
RGP.-  ¿En cuantos lugares has habitado?
 
JC.- De manera estable, durante cierto tiempo, sólo en unos pocos: Sabiñánigo, Barbastro, Zaragoza, Valladolid y Madrid.
 
RGP.- Cuándo te sentiste atraído por el arte y en concreto por el mundo de la imagen
 
JC.- Al inicio de la adolescencia, en Zaragoza, comencé a sentir atracción por la escritura y por el arte. Escribía poesía y visitaba las galerías que había en la ciudad por aquellos años.
 
RGP.- ¿Qué ha significado la realización de “Un perro andaluz” de Luis Buñuel y Salvador Dalí en 1929?
 
JC.- Los artistas, desde el comienzo del cine, sintieron deseos de hacer suyo ese medio. “Un perro andaluz”, como las películas de Man Ray, Duchamp y otros muchos iniciaron un camino que continúa hoy día, en gran medida a través del vídeo. Admiro a Buñuel, y tengo siempre pendiente una deuda con su obra, pero es otra la cinematografía que me ha afectado más directamente, al menos en cuanto a lo que acierto a reconocer. Tal vez siento miedo de aproximarme a una obra que, por varias razones, parece muy próxima a mí.
 
RGP.- ¿Y Marcel Duchamp? ¿y Man Ray?
 
JC.- La aportación de Duchamp resulta incalculable. Los efectos que ha inducido en todos nosotros son tan amplios que posiblemente no podemos darnos cuenta de hasta donde llega su sombra.
 
RGP.- Eres uno de los artistas españoles que más pronto se introdujo en el mundo de la imagen , en el videoarte. ¿Se siente uno más cómodo ahora que en los años 80?
 
JC.- El videoarte nacional de los 80 no estaba insertado en el contexto general del arte español. Aquel fenómeno, bastante amplio, dependía de las políticas que entonces se llevaban a cabo en relación a la juventud y las nuevas tecnologías. Críticos, galerías y museos estaban atentos a otras cosas y puedo decir que, en general, despreciaban el vídeo. Afortunadamente, la situación ha cambiado completamente y ahora el vídeo es una herramienta más que muchos artistas utilizan.
 
RGP.- Empleas nuevas tecnologías pero siempre o casi siempre recurres a temas tradicionales como el flamenco, la Legión, la pitonisa. ¿Es una conjunción de contrarios, un antes y un ahora?
 
JC.- Ya lo he dicho, el vídeo para mí es una herramienta, no una ideología. Y en las cosas viejas, como el cante flamenco, encuentro un modo de administrar el cuerpo y las cosas relacionadas con él que hace mella sobre las formas contemporáneas más comunes, que frecuentemente sustituyen lo corporal por su imagen. El signo del cuerpo me interesa mucho menos que sus marcas directas. Y hablando de la presencia, debo aclarar que mi actitud no es nostálgica; realmente no busco cosas del pasado, sino que a veces tomo cosas actuales que no encajan en la forma más convencional de delimitar el presente. El problema está en la escasez del estereotipo que nos viene impuesto desde el pop, la publicidad o la política. No olvidemos que la pobreza, la enfermedad y el flamenco, por no citar más cosas, son actuales porque se dan en la actualidad, por mucho que le pese a cuantos imaginan que el mundo es una revista de tendencias.
 
RGP.- Eros y thanatos, amor y muerte un tema muy manido en las artes desde siempre. ¿Es una manera nueva de tratar el tema ahora o supone una continuidad en el tratamiento, a pesar de las nuevas tecnologías?
 
JC.- Recurres a un par freudiano fundamental, pero no creo que se trate de un tema o un motivo. Eros y Tánatos son fuerzas reales que experimenta cualquier sujeto. Precisamente, la experiencia vital de cada persona se cifra en buena parte en la conjugación de esas dos fuerzas. El arte no puede evitar referirse a ello de algún modo, porque su propia existencia es resultado de la dinámica entre Eros y Tánatos.
 
RGP.- Concreta, si te parece, estas reflexiones en obras como la trilogía de “El monte perdido” o “Viaje de novios”.
 
JC.- Con el paso de los años, he ido alejándome de los guiones de rodaje, de manera que comienzo a trabajar sin saber demasiado del asunto que abordo. Es precisamente el trabajo continuado durante cierto tiempo lo que va desbrozando un sentido o una intención, que además nunca llego a dominar completamente. “El monte perdido”, como bien supe cuando quedó terminado, era un acto de duelo; un duelo de la memoria y, por tanto, un duelo de todos o para todos; pero también un duelo concreto que se formó sobre un cuerpo querido por mí. Pero inicialmente sólo tenía ese empuje para recuperar restos, que eran sobre todo imágenes, y me exigían establecer cierto orden, como cuando formulamos un problema a través de una ecuación. Mis materiales eran: paisaje, construcciones, ruinas, figuras románicas y las manos de un sastre. El sastre medía mi cuerpo y yo mismo me medía con las pequeñas tumbas de niños que se encuentran en el cementerio de Sabiñánigo. Así que había que medir, como siempre hace el arte. Y la medida (el encuadre, la duración, el ritmo) constituyó el verdadero tema del trabajo. Un vídeo se realiza por algo. Pero ese algo sólo encuentra su realidad en el vídeo. Esa es la dimensión experimental del arte.
 
“Viaje de novios” representó para mí una gran oportunidad, porque el vídeo se hizo durante un período de varios años. Muchos factores fueron introduciéndose por cuenta propia, alterando las expectativas que yo tenía, o las de las personas que colaboraban conmigo. El relato final fue producto de una gran flexibilidad, donde placer y dolor, miedo y esperanza se cruzaban continuamente.
 
RGP.- Hemos hablado hasta ahora del videoarte, háblanos del papel de la fotografía u otras disciplinas en tu creatividad.
 
JC.-  Lo más sencillo es decir que hago lo que puedo. Si dominara otras disciplinas, seguramente las usaría. Tampoco estoy obsesionado por tener muchos registros. Lo que ocurre es que, por momentos, parece que te conviene un medio u otro. A veces es cuestión de comodidad y, en el mejor de los casos, de adecuación. No me siento fotógrafo, ni escultor, ni poeta, ni nada. He nombrado la escultura porque algunas veces he producido instalaciones de objetos que podrían encuadrarse en el campo de la escultura, pero en realidad esas obras obedecen a necesidades internas de mi trabajo; parece que en esas ocasiones tocaba reunir cosas sólidas… En “El monte perdido”, como en la obra que preparo en este momento (creo que se titulará “Los pies que faltan”), mezclo fotografía y vídeo, y en todo momento he sentido el procedimiento con naturalidad. Las dos cámaras (foto y vídeo) permiten relaciones diferentes, y yo aprovecho esas cualidades para lo que de verdad me interesa: acercarme mejor a ciertas personas y situaciones.
 
RGP.- Cuando observé tu exposición en Barcelona y a continuación leí tu libro de poesía “Feliz humo” (Periférica, 2009) me di cuenta que el poema trataba el tema de la muerte de la misma manera que los videos o fotografías de la muestra. ¿Qué nos puedes decir al respecto?
 
JC.- Terminé “Feliz humo” hace muchos años, creo que 13. Entonces produje también una instalación de vídeo que se titula “Fábula a destiempo” (1996). Me gustó mucho que la publicación del libro coincidiera con la exposición de la pieza en la Virreina, porque de nuevo se encontraban esos dos trabajos que habían surgido con el mismo fin, elaborando la misma ausencia. Efectivamente, yo entiendo que mi escritura se engarza plenamente en mi trabajo visual, a pesar de que diferencio netamente ambas cosas y no suelo mezclarlas. Escribo muy despacio, y me parece que ese tiempo tan reflexivo me sirve de base para todo lo que hago. Identifico las funciones de la escritura y el dibujo; de hecho, si alguna vez me he dedicado con insistencia a dibujar no he podido escribir.
 
RGP.- Tradicionalmente el arte, al menos aparentemente, no se había preocupado de transmitir reflexiones sobre el mundo que nos rodea. Ahora da la impresión de que los artistas son también filósofos. ¿Que opinas sobre la cuestión?
 
JC.- No creo que los artistas sean filósofos, ni los filósofos artistas, pero nuestro contexto cultural nos permite manejar conceptos y lengua de forma compleja. Todos, en general, estamos capacitados para exponer y discutir ideas, y ojalá que esto mejore. Otra cosa es la filosofía o cualquier saber que requiere una especialización costosa, de muchos años, como también ocurre con el arte. Dejemos aparte la petulancia de cierta gente, porque eso interesa tan poco…
 
RGP.- ¿Eres de los que creen que la pintura ha muerto?
 
JC.- No es cuestión de fe, sino de práctica. Han muerto, porque todo muere, ciertas prácticas de la pintura; y otras muchas, como se ve claramente cada día, continúan muy vivas. En un orden más personal, te diré que la pintura me sigue emocionando, cierta pintura.
 
RGP.- Si es así, háblanos, se te parece oportuno, sobre los derroteros del arte.
 
JC.- El arte no es más ni menos que el resto de la sociedad. Los males actuales del arte son reflejo de los males de nuestra cultura, o sea, de lo que acordamos darnos entre todos. Pensando sobre las formas de los periódicos, podremos vislumbrar el futuro del arte. Me gustaría que fuéramos capaces de construir modelos nuevos de convivencia y de distribución de los bienes, entre ellos las técnicas y el saber; y que el arte ganara en libertad y precisión. Por tanto, más que un juicio, formulo un deseo.
 
RGP.- En uno de tus videos, una pitonisa dice al leer unas manos masculinas: “Tiene usted una gran inteligencia pero extraña” ¿Son tus manos las del video? Si es así, ¿te sientes identificado con la lectura?
 
JC.- Se trata efectivamente de mis manos. Pero están colocadas de tal manera que cualquier espectador pueda identificarlas como propias. El relato de la mujer que lee las manos es muy rico y escribe una novela de mi vida, o de cualquier vida que se quiera dar por leída. Lo interesante no son contenidos transmitidos, sino más bien el mero hecho de contar y por tanto construir una figura. Se trata de una voz de mujer que da forma a una vida (y esto ya suena a un asunto más general). La primera vez que expuse esta pieza, en Sevilla, había entre el público un familiar que me hizo la misma pregunta: ¿Son tus manos? Como le dije que sí, me respondió: Pues está poniéndote a caldo. 
 
RGP.- ¿Cuales son tus referentes y tus referencias?
 
JC.- El cine, entendido de manera radical, el arte de los setenta, especialmente la incorporación del vídeo, cierta poesía… Para mí resultó definitivo conocer la obra de Pasolini, poeta y cineasta. Luego, mis preferencias cinematográficas son muy amplias, y tal vez parezcan antagónicas: los Lumière, Ford, Dreyer, Ozu, Val del Omar, Warhol, Godard, Oliveira, Kiarostami, Sokurov, Costa… Y hay tantos poetas espléndidos, que prefiero no hacer una lista.
 
RGP.- Has estado recientemente en América. ¿En qué proyectos estas inmerso?
 
JC.- Estuve grabando en Colombia con personas que han sufrido accidentes con minas antipersonales o explosivos. Regresé hace sólo unos días y ahora voy a comenzar el montaje. Tengo un compromiso para presentar la obra el próximo mes de julio.
 
RGP.- ¿Qué conexiones te quedan, en este mundo tan globalizado, con esta tierra de Aragón donde naciste?
 
JC.- Todavía tengo familia y amigos en Zaragoza. Y, de manera más inevitable, me queda toda la traza de la primera memoria, aquella que posiblemente configura el canto y el contenido de nuestra actividad.
 
RGP.- Para terminar, es posible que no te haya preguntado alguna cosa de tu interés. Aquí tienes la palabra.
 
JC.- Sólo me queda agradecer tu interés y el de AACA hacia mi trabajo.
 
RGP.- Reitero la enhorabuena por este y por todos tus éxitos.


Las íntimas acuarelas de Santiago Lagunas Mayandía (Zaragoza, 14/IX 1912-28/V/1995)

 
Santiago Lagunas, uno de los pioneros del arte abstracto en España. Pintor, arquitecto y literato se formó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Doctor en arquitectura desde 1960. Comienza a pintar a los 14 años dentro de un estilo realista y figurativo donde predominaban los retratos y los bodegones así como los paisajes tanto rurales como urbanos. Desde muy joven alterna la profesión de arquitecto con la de pintor participando en algunas exposiciones colectivas[1] A partir de 1945 su obra entra en una nueva etapa expresionista cercana a la abstracción. Miembro fundador de grupo Pórtico[2], aparecido en la segunda mitad de los cuarenta organizado por José Alcrudo, director de la Librería Pórtico[3] de Zaragoza, que integra junto a Fermin Aguayo y Eloy Laguardia, entre otros, este grupo pictórico. Un grupo de los más avanzados y vivos en la España de la posguerra[4]que formaron un conjunto homogéneo que se caracterizó por la búsqueda de un mismo lenguaje artístico.
Entre 1947-8 la obra de Lagunas toma decididamente la vertiente abstracta[5] , pudiéndose considerar como uno de los primeros pintores abstractos de España. En 1949 participa en el VII Salón de Artistas Aragoneses, que tuvo lugar en la Lonja de Zaragoza en octubre de ese mismo año[6]. A partir de 1948 abandona definitivamente la figuración y sus lienzos se inundan de formas geométricas de gran fuerza expresiva, utilizando colores sobrios y una pincelada notoria y apasionada, arrastrando una materia densa y abundante que da a sus cuadros vibrante emoción y fuerza expresiva en la abstracción. A partir de 1953 abandona la pintura abstracta y entra en un etapa más o menos presidida por la religiosidad, que le lleva a pintar una temática de tono figurativo pero carente de interés. A partir de los años 60 retoma de nuevo la pintura de tipo abstracto. Es preciso destacar la reforma del cine Dorado de Zaragoza en 1949, que llevó a cabo junto a Aguayo y Laguardia.[7]
Lagunas demuestra , sobre todo en su primera etapa el interés por la acuarela, que le será muy útil para su posterior desarrollo pictórico, técnica muy adecuada para sus experimentaciones[8].En diciembre de 1947 presentaba en la Librería Pórtico[9] una colección de dibujos y acuarelas junto con Fermín Aguayo, ahora ya separados y únicos. Las obras de Santiago Lagunas fueron clasificadas por la crítica de la época de más realistas[10]. Santiago Lagunas realizó exquisitas obras, sobre todo algunas de sus figuras femeninas, donde el color es casi un apoyatura del dibujo, unas obras de marcado carácter expresionista tanto en el color como en el gesto de sus ágiles pinceladas, realizando una acuarelas semihúmedas sin dibujo previo. Unas obras dominadas por una visión más fantástica y mágica de la vida e impregnada un halo más misterioso que el resto de sus realizaciones al agua.
La geometría también se encuentra en cierta medida en algunos de sus trabajos a la acuarela, en donde conviven formas herederas del constructivismo con otras de tipo organicista llenas de ritmo. Estas acuarelas son comparables a sus óleos y acrílicos, tanto por su personal e inconfundible lenguaje abstracto como por su creatividad. La vibración cromática y el brillo lumínico, están presentes en estas obras abstractas. Como acuarelista fue interesante, desarrollando una acuarela avanzada para su época.

 

El tema de la figura en interiores, siguiendo el dibujo tradicional, fue un motivo que alcanzó un gran protagonismo en sus acuarelas hacia 1947, figuras siempre en habitaciones, y ante motivos familiares. El interior que refleja probablemente en el propio domicilio del artista. De esta época encontramos temas tan emotivos como: la niña jugando en una mesa camilla[11], la niña en el orinal. [12], Anita Mari recién nacida[13]. En estas obras como en otros tantos dibujos de esta época Santiago Lagunas nos ofrece escenas familiares, en donde se reflejan a muchos de los personajes de su familia.
Expresionismo, abstracción, constructivismo y herencias cubistas conforman el entramado de su pintura, una pintura que se encuentra entre los límites de la abstracción y la representación figurativa.
Santiago Lagunas: Figura.
Acuarela sobre cartón 22x 16 cm
Firmado en ángulo inf. dcho. Santiago Lagunas, 1948
Colección particular
Santiago Lagunas: Sin título.
Acuarela sobre papel 39, 50 x 30 cm
Sin firma ni fecha en el frente posiblemente este en el reverso, c 1948
Colección particular



[1] Federico Torralba Soriano nos dice que Santiago Lagunas no era un pintor desconocido antes de su aparición con en el Grupo Pórtico. En 1930 había participado en el Salón Regional de Bellas Artes de Zaragoza, exponiendo junto a los artitas más relevantes de la época (Datos extraídos de Torralba, 1991: 14)
[2] Entre los estudios sobre del grupo Pórtico de Zaragoza cabe destacar los ensayos de Federico Torralba Soriano. Asimismo es significativa la atención la grupo Pórtico de Zaragoza en numerosas publicaciones de los años setenta y ochenta .
[3] El grupo formado recibiría el nombre de la librería de Zaragoza, puesto que la titulación del a exposición era “ Pórtico presenta a nueve pintores”. Federico Torralba, en el catálogo de l a exposición de Santiago Lagunas presentada en l a Lonja de Zaragoza,, nos dice lo siguiente con respecto a l a muestra y la estupenda edición del catálogo presentado por el grupo Pórtico en 1947” El catálogo era ya bastante asombros para la época. Estaba limpiamente impreso, sobr4 muy buen papel, con un texto de presentación verdaderamente estupendo y a continuación se dedicaba una página a cada pintor, y además de los títulos de las pinturas expuestas, cada uno de esos pintores había hecho una ilustración a trazo y firmada, integrando así un verdadero álbum de dibujos a lo que era sin más un catálogo (Torralba, 1991: 14).
[4] En la entrevista realizada por Antón Castro al pintor Jorge Gay con motivo de su exposición en la Lonja, el artista afirmaba lo siguiente: “El grupo Pórtico estaba muy vivo era uno de los más avanzados de la época”. Televisión- Heraldo 7/10/2003
[5] Según Alicia Murria, Santiago Lagunas se puede considerar un pintor abstracto a partir de 1948. Con respecto a esto la autora afirma: “Hombre informado e intelectualmente inquieto abraza la abstracción hacia el años 1948, y digo abraza en un sentido cercano al de la conversión. Recogiendo palabras suyas, que explican la ruptura con l a figuración, llega a la supresión de las referencias a la realidad por un hastío respecto a la representación tradicional,- y lo que ello significa en el clima conservador y represivo de la postguerra en España- y una búsqueda de autenticidad que sólo cobrará sentido en el entronque con las vanguardias históricas”(Murría, 1991).
 
[6] Esta exhibición ha sido calificada como la primera exposición de pintura no figurativa. En ella se presentan Manuel y Santiago Lagunas; Fermín Aguayo y Eloy C Laguardia, junto con otros artitas como José Vera, Antón González y José Borobio, exponiendo 43 obras.
[7] Sobre la obra del cine Dorado ha escrito el profesor Manuel García Guatas (García Guatas, 1991 y con el mismo título y cambios en la redacción en VVAA, 1991: 13-17).
[8] En las conversaciones mantenidas con su hija Mª Pilar Lagunas Alberdi considera que su padre utilizaba está técnica como experimentación, un medio que utilizó en su primera etapa
[9] Véase catálogo de la exposición Pórtico presenta Dibujos y acuarelas de Fermín Aguayo y Santiago Lagunas .Centro Mercantil. Zaragoza diciembre 1947
[10] El Heraldo de Aragón daba cuenta de este evento. El día 29/x/1948, en la sección de Artes y Letras se decía: “Santiago Lagunas…que nos lleva en algunos retratos , el de su esposa por ejemplo, la perfección técnica..nos lleva en sus acuarelas gallardamente tratadas a consideraciones que solo inspiran las obras en las que se aspira a mucho más que describirnos simplemente el paisaje…Hay en algunas de Santiago lagunas sensaciones de luz de vida y de ambiente que no puede comprenderse con facilidad cuando se está un poco acostumbrados a ver otra clase de paisajes estáticos”.
[11] De esta obra hace referencia Federico Torralba en el catálogo. Lagunas. Abstracción .citado en el cita 98, pp 14
[12] Nos presenta a un niña de corta edad sentada sobre un orinal encima de una alfombra roja. L a figura de la niña aparece en sentad en primer plano y nos deja ver tras el espacio abierto una ventana.La protagonista de esta acuarela es su hija Pilar.
[13] Figura de una niña recién nacida en la cama con sábanas blancas. La niña es su hija Anita Mari con pocos meses de edad.
 
 
 
 
 
 
 

 

Santiago Lagunas: Anita, Acuarela sobre papel 23, 5 x 31,5 cm
Firmado en ángulo inf. dcho. Santiago Lagunas, junio 1947
Colección particular

Santiago Lagunas: Sin títuloAcuarela sobre papel 22 x 18, 2 cm. Firmado en ángulo inf. dcho. Santiago Lagunas, junio 1947. Colección particular