Cuando la jardinería se convirtió en arte

En la actualidad, el jardín puede parecer como un oasis de naturaleza o de asfalto complementariamente el uno al otro, puede ser refugio de la intimidad, pero también escenario de la intensa vida social. En el siglo XIX, el jardín se convirtió en una fuente de inspiración para el arte. En 1851, llegará al poder de Francia Napoleón III, quien pondría en marcha un ambicioso plan de renovación de Paris, que incluía la mejora de la higiene, los transportes y la propia imagen pública de la belleza. El diseño de su calles, plazas y jardines, donde ofrecían toda variedad de flores, senderos para montar a caballo, jardines de flores, la creación del parque de Buttes-Chaumont, un autentico escaparate hortícola no muy desconocido para otras muchas ciudades de Europa y Estados Unidos, que también estaban reorganizando su urbanismo. Como no podía ser de otra manera, los pintores hallaron una rica fuente de inspiración en este nuevo culto a las flores, dada la categoría humilde que el bodegón tenia asignada dentro de la jerarquía pictórica, hubo de darle un mayor relieve combinándolo con elementos narrativos y de retrato, confirmando un nuevo “lenguaje de las flores”. A finales del siglo XIX, el impresionismo se fue afianzando a través de las exposiciones de Monet, Renoir, Pissarro, y otros artistas, permitiendo que los artistas extranjeros, venidos al Paris de esta nueva revolución cultural, se vieran influenciados no solo por su arte, sino por sus parques y jardines. Con el tiempo, este nuevo arte seria exportado. En 1883, la galería Gurlitt de Berlín, organizaría una pionera exposición de arte impresionista francés. Alfred Lichtwark, director de esta galería, animaría a los jóvenes artistas locales a que “adoptaran los planteamientos impresionistas franceses, como parte de un deseo de que se dejara de percibir su país como inculto y militarizado”. Un ejemplo de esta fusión será la del artista alemán Adolf Menzel, con su obra Una tarde en los jardines de las Tulleirías, obra inspirada en el cuadro de Manet titulado Música en el jardín de las Tullerías. Esta nueva identidad artística identificada con el sobre nombre de “jardines del artista” se vera reflejada en artistas en todas las partes del mundo, algunos ejemplos, como la del escandinavo Peter Severin Kroyer, con su ¡Hip, Hip, Hurra! , que representa la fiesta de unos pintores en un jardín de la colina del artista de Skagen en Dinamarca, por su parte Van Gogh, también se vería influenciado por esta orientación simbolista, ejecuto cuatro cuadros en el jardín del manicomio de Saint-Remy, aunque pintados al natural, son profundamente subjetivos, pues los rayos de centelleante luz solar que se filtra entre los árboles cubiertos de hiedra y la representación de una zona iluminada por la luz del sol, simbolizan sus crecientes esperanzas de hallar el amor y ser curado, en las cartas a su hermano, Theo, cuenta sus sin sabores “teniendo en cuenta que la vida (en el manicomio) transcurre en el jardín, tampoco es tan triste”.
   

Sorrolla. La alberca. Alcazar de Sevilla

 
  La España modernista de finales del XIX y comienzos del XX, también se beneficiaria de estos “jardines del artista”, pintores como Cecilio Pla, Darío De Regoyos, Anglada Camarrasa o el mismísimo Sorolla, este último, cultivó cuidadosamente su jardín de Madrid desde 1910, como un lugar de recreo y de retiro a medida que se iba haciendo mayor. Los tiestos de flores frescas, decorados con azulejos valencianos, muretes bajos y estatuillas, aparecen  en la obra Jardín de la casa de Sorolla, una de las ultimas obras del artista, donde aparece en primer plano la silla en la que solía sentarse, entre unas sombras de sutiles tonalidades verdes y violetas, un lugar para protegerse, paradójicamente, de la cegadora luz del sol, que tantos triunfos le ocasionó  a lo largo de su dilatada trayectoria. Jardines como el de Monet en Argenteuil, el de Renoir en la rue Cortot o el de Caillebotte en Petit-Gennevilliers, son manifestaciones directas y sutiles del deleite de la escuela de Barbizon por la naturaleza local. El “jardín del artista”, era un lugar ideal para experimentar los efectos de la luz, y la atmosfera sobre las figuras, las flores, las plantas. A su vez estos jardines, facilitaban la observación de un modelo individual, caso del cuadro que realiza Morisot de su hija Julie jugando con su caballo de madera y su cochecito entre las malvarrosas del jardín de su residencia veraniega en Bougival. La naturaleza de los “jardines del artista” fue  diseñada a imagen y semejanza del artista, constituyendo el ideal de “un rincón de la creación visto a través del temperamento de un hombre”, que ya proclamaría en 1868, el crítico y escritor, Emilio Zola, como objetivo del arte moderno.
 
 
Jardines impresionistas
Museo Thyssen-Bornemisza
Fundación Caja Madrid
16/11/10-13/02/11      


Renoir, el pintor de la alegría

No es casualidad que hoy en día los mejores  museos de todo el mundo se enorgullezcan de poseer entre sus colecciones  obras preciadas, ni que al público no le importe hacer largas colas para poder apreciar sus retrospectivas. Renoir es, como decía Michel Hoog, “uno de los pocos pintores que el gran publico conoce, reconoce y del que disfruta”. Desde el desastre del Sedan, pasando por el tratado de Versalles, hasta llegar a la Primera Guerra Mundial, Renoir retrata en la memoria solo la parte que mas le gustaba la felicidad de los hombres, los niños, las mujeres, a las que elevo al Olimpo de una nueva feminidad, los paisajes endémicos iluminados con una técnica afortunada, figuras graciosas, niños jugando, flores y frutos, personas paseando por jardines primaverales. Renoir acentúo llevando mas allá los limites del impresionismo con los artistas clásicos, añadiendo unas ganas de vivir, en cada uno de sus cuadros, que no se encuentran ni en Rubens, Tiziano o Delacroix, modelos preferidos a los que llego a igualar.
     Ahora, tenemos la oportunidad, por segunda vez, de volver a ver la obra de Renoir en España, recuérdese que la primera fue a comienzos del 2010 cuya exposición se titulaba Impresionismo. Un nuevo Renacimiento, donde pudimos ver obras imprescindibles del maestro provenientes del Museo parisino D´Orsay. Para esta ocasión, podremos ver la colección privada de Robert Sterling Clark (1877-1956), nieto de uno de los fundadores de la mítica marca de coser Singer, que conquistaría los hogares de la floreciente clase media americana gracias a su eficacia y a la venta a plazos, quien se dedicaría junto a su esposa Francine,  a satisfacer una pasión desmedida por el arte, que le llevaría a poseer una de las colecciones de arte decorativo y pintura de todos los tiempos, que incluía obras desde Piero, pasando por Chinlandaio, Goya, Turner o los treinta y dos renoirs que se exhiben en el Museo del Prado.
      Con el paso del tiempo, y la vivencia por parte de   Sterling Clark de las dos guerras mundiales, y el temor a que una tercera acabase sustrayendo una colección como la suya, inauguró en mayo de 1955  el Sterling and Francine Clark Art Institute, en la pequeña ciudad de Williamstown, Massachusetts, algo mas que un museo que alberga la colección privada de pintura americana y europea así como estampas, dibujos, plata inglesa y porcelana, es un centro de investigación artística que por sus notables exposiciones, su gran biblioteca y su comunidad académica hacen del lugar, un referente para el mundo del arte. Las obras que veremos en la pinacoteca madrileña, pertenecen a las décadas de 1870 y principios de 1880, y está formada por retratos, bodegones y paisajes. Entre los bodegones, destacaremos Peonías, se trata de una de las composiciones más esplendorosas de Renoir. El ramo ocupa prácticamente la totalidad del lienzo, ejemplo vivido del modo en que gustaba al artista llenar los lienzos hasta los márgenes y evitar todo espacio abierto o vacío. Las flores están cortadas de izquierda a derecha, los profundos tonos azules del fondo, empujan el ramo hacia delante, mientras que las intensas sombras azuladas que cruzan el mantel, creando una luminosa base fría, que contrasta con los rojos y verdes. Frutero con frutas contrasta claramente con Cebollas, óleo pintado en Italia.
   

Muchacha con abanico. (1879). Colec. Sterling and Francine Clarck Art Institute

 
  A diferencia de la animada e informal composición de las cebollas, las manzanas se muestran al visitante sobre una mesa frontal, donde la mayor parte de la fruta, apilada en un gran frutero azul, recuerda claramente a los bodegones de Cezanne como Frutero, manzanas y pan. Renoir tuvo la oportunidad de ver este y otros bodegones de su amigo Cezanne en su estudio durante el periodo de 1882. En lo que respecta a paisajes, destacaremos dos grandes óleos realizados con motivo de su viaje a Italia, durante 1881-82, para estudiar la obra de los viejos maestros, y en particular la obra de Rafael (1438-1520). Bahía de Nápoles, atardecer tiene una pincelada menos espesa, mas regular y menos enérgica. Fue pintado a finales de noviembre de 1881, alrededor de un mes después de Venecia, Palacio Ducal, es uno de los lienzos mas acabados, la pincelada es animada y colorista, los edificios aparecen sugeridos con manchas coloreadas. El azul del cielo es el color predominante, en contraste con los tonos crema, amarillo y el delicado naranja, que definen las iluminadas fachadas. Renoir es, como se ve en esta exposición, un excelente paisajista y bodegonista, pero es en la piel de sus retratos donde despliega con mayor sutileza una paleta de colores en inédita armonía. De entre los retratos destacamos Muchacha con abanico, sin duda una de las pinturas más atractivas y extrañas, la retratada, Jeanne Samaray (1857-1890), conocida actriz de la comedia francesa, especializada en papeles de sirvienta y criada coqueta, aparece colocada muy por debajo en el lienzo, destacando el ramo de crisantemos así como el rostro de la muchacha. El abanico japonés que lleva la figura, alude directamente al interés por  las artes decorativas japonesas que habían experimentado los artistas durante la Exposición Universal de Paris de 1878, aunque Renoir afirmaría posteriormente que el arte japonés le desagradaba, mucho mas relevante seria este periodo en la obra de amigos como Degas y sobre todo en Monet. Palco en el teatro revela una historia aparentemente sencilla, oculta,  que a través del análisis con infrarrojos y rayos X han dado resultado. El lienzo era originariamente era  un retrato de las hijas de Edmond Turquet, por entonces subsecretario de Estado de Bellas Artes, pero Turquet no le gusto y lo rechazó. Parece probable que tras en rechazo de Turquet, Renoir lo retocara y lo vendiese como una pintura de genero, así lo demuestran los rayos X, revelando que en su estado original, la pintura representase un interior domestico, y no un teatro, también desapareció un retrato masculino, posiblemente Turquet, donde ahora hay un pilar y una cortina, así mismo el pintor añadió un segundo rostro mas sobrio y convencional. En la pintura actualmente, aparecen dos figuras bien diferenciadas tanto en indumentaria como en lenguaje corporal, de tal forma que no hay comunicación entre estas dos figuras, que parecen estar en mundos diferentes. La figura de mas edad, luce un traje de noche, largo y mira confiadamente al espectador, mientras sujeta una partitura con la mano derecha enguantada, mientras que la joven a su izquierda, aparece de perfil, vistiendo un sencillo traje blanco, mirando hacia abajo con timidez o modestia. No podemos dejar pasar la oportunidad de destacar sus dos únicos autorretratos que figuran en la muestra, uno, de menos tamaño, fechado en 1875, el otro, realizado veinticuatro años mas tarde, donde las arrugas del rostro están suavizadas. El lienzo esta dominado por marrones y grises en ocasiones más calidos y modelados. Al igual que en el primer autorretrato citado, el artista aparece representado como un burgués respetable, sin indicación ninguna sobre su profesión. La diferencia mas visible sea en la expresión del rostro mas tranquila, pensativa, como cansado ya de representar esa vida alegre que antaño le consagró, quizá haciendo alusión a la fragilidad humana, a su propia fragilidad que inmediatamente después de concluir este lienzo, sufriría a través de un agudo ataque de reuma, preludio de la artritis que lo iba a dejar invalido en los últimos años de su vida.
 
Pasión por Renoir. La colección del Sterling and Francine Clark Art Institute
Museo Nacional del Prado, Madrid
19 de octubre 2010 – 6 de febrero de 2011
 
 


Los secretos de las obras de arte al descubierto

Un paisaje, un hermoso bodegón, o un sugerente retrato, todos ellos explican una historia que al leerla nos transporta a otro tiempo. La historia de las obras de los grandes maestros, están repleta de simbolismos, desde el más evidente al más sutil, representan profundidad, sentido vida y tema tratado. En el libro Los secretos de las obras de arte se muestran un total de cien obras, divididos en dos tomos que van desde un fragmento de autor anónimo de un mural de la tumba de Nebamun, en Tebas, antes de 1350 a.C. Acabando, curiosamente con otro mural, el que realizo Diego Rivera para la Ciudad de México, en 1948 titulado Cuatrocientos años de un golpe de vista Estas obras han sido seleccionadas por su gran carga de simbolismo que el lector deberá descifrar.
    Pero centrémoslos en el segundo tomo, el que se acerca mas al arte contemporáneo, pues al fin y al cabo, de eso trata esta revista. La primera pregunta que nos viene a la mente después de haber valorado la publicación, es sobre los pocos autores españoles que aparecen en la selección, junto a los grandes maestros del arte universal. Tan solo tres, si contamos a El Greco como propiamente español. Los otros dos Velázquez con Las Meninas,   y nuestro artista más universal, Goya. Curiosamente, nuestro aragonés errante  mas universal confeso siempre, que sus tres maestros mas importantes habían sido “la naturaleza, Velázquez y Rembrandt”. Los tres están representados en estos volúmenes. De las más de 1.800 pinturas, grabados y bocetos que Goya realizó, se ha seleccionado para la ocasión la obra La pradera de San Isidro, boceto para tapiz, que nunca llego a realizarse por la excesiva complicación que suponía la reproducción de detalles, destinado al dormitorio de dos infantas, por lo que no podía contener insinuaciones eróticas. Más bien al contrario, se trataba de un guiño a la moda, pero también era una declaración de apego a España y a todo lo español, rechazando por ello, todo lo francés. 30 años después, Goya volvería a pintar la Pradera de San Isidro, en esta ocasión, no nos encontramos con una escena de infancia o un boceto para tapiz, sino un fresco para una de las paredes de su propia casa, en treinta años Goya ha vivido revoluciones, el ascenso y caída de Napoleón, la cruel guerra de la independencia, la vuelta al trono de otro Borbón, y con ello la vuelta de la Inquisición y la frustración de todos los esfuerzos y progresos posibles en un país como España completamente destrozado. Por ello, en esa segunda vista de esa “fiesta”, Goya no vera mas que monstruos nocturnos. Ambos cuadros, en especial el boceto para tapiz, hacen de él un genio que por derecho propio debe estar en este o en cualquier libro sobre arte universal
 Dos estupendos libros, aptos tanto para los profesionales entendidos, como para los curiosos, donde se mezcla historia, análisis del arte detectivesco y el más puro y recatado estudio científico.
PARA SABER MÁS:
Rose Marie & Rainer Hagen
Los Secretos de las obras de arte 2 tomos
Taschen 2010


El cazador de sueños

   José Antonio Duce, es un observador, un cazador incesante de luces y sombras, ya sea con su cámara cinematográfica, ahí quedan los documentales y películas como Culpable para un delito, que rodaría junto con otros profesionales en la productora “Moncayo Films”. Pero pronto se pasara a la fotografía, donde ha hecho de todo, fotografía documental, reportajes, retratos, desnudos…etc.… En los últimos años ha hecho especial incidencia en fotografiar Zaragoza, no dejando nada a merced del cierzo, recorriendo con su objetivo sus calles, sus gentes, sus edificios y sus mas preciados monumentos. Ahí quedan las grandes monografías dedicadas al Pilar y a la Seo, y que ahora se completan con la recientemente publicada dedicada al Palacio de la Aljafería.
     Junto a su inseparable José Luis Cintora, Duce no ha cambiado el tono a la hora de plasmar las mezclas de estilos y de épocas en el libro, si en cambio ha aprovechando los cambios lumínicos de primavera y otoño; captados en el amanecer y la puesta de sol, ese flujo interior de pasillos y corredores, las alcobas de la Torre del Homenaje, de legendario origen romano, en el que han dejado su impronta tanto musulmanes como mudéjares, o el recuerdo del drama medieval de El Trovador, que Verdi convirtió en su famosa opera, ahí quedan capillas como la de San Martín, o salas como la de Pedro IV con sus alfarjes, o el gran salón de los Reyes Católicos, abierto al espacio, a la luz, y al poder, con su impacto visual, de cierto aire teatral, en el que importa más la apariencia, que su propia realidad.
     Duce y Cintora han desvestido el palacio para este libro, la hojarasca, la atmósfera,  el adoquinado, el colorido, jardines, puentes, fosos, rampas, almenas o el inagotable poder del mudéjar.  Todo esta detenido en el tiempo, como esperando a que el fotógrafo lo mire, interprete lo visto y nos lo devuelva desde un presente total.
     La Aljafería es un espacio que nos resume como identidad, contiene nuestra historia, el que fuera originalmente el palacio de la alegría, de los reyes de la taifa de Zaragoza, posteriormente de los reyes aragoneses, para finalizar como sede con los Reyes Católicos es el edificio islámico más septentrional del mundo y constituye, junto a la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba, la gran tríada de la arquitectura hispano-musulmana. La Aljafería contiene lo que somos, y lo que soñamos ser, ahí también se instalaron las Cortes de la Democracia, ausentes ya de decoración, pura eficacia contemporánea, tanbien contiene nuestro llanto y cariño para recordar a otro juglar, Labordeta.
 
La Aljafería
José Antonio Duce
José Luis Cintora
Tercal. 396 Págs. Zaragoza 2010
 
 
 
 
 


Premio Ibercaja de Pintura Joven 2010, Museo Camón Aznar, Zaragoza

Desde el pasado 5 de octubre se puede visitar en el Museo Camón Aznar la exposición que reúne a los artistas seleccionados del Premio IberCaja Pintura Joven en su tercera edición nacional.

Se trata sin duda de una muestra muy variada donde la calidad es el denominador común de las pinturas exhibidas. El alto nivel artístico de las obras seleccionadas hacen merecedor al premiado, Javier Joven Araús, del honor de estar entre los mejores. Sin duda hay competitividad en esta convocatoria donde la destreza del dibujo en algunas de las obras deja perplejos a los espectadores, cabría mencionar a los zaragozanos Alejandro Monge Torres, con su retrato hiperrealista de percepción prácticamente fotográfica, y a Luis Javier Loras Salas con su obra “En la escalera” donde la figura humana cobra un protagonismo cercano al simbolismo, más allá de lo formal; del mismo modo destaca la creación de Marina Puche Fabuel, próxima a la obra de Lucian Freud; son destacables a su vez las vistas urbanas de Albert Sesma López, y Cristina Megía Fernández. Es admirable el valor expresivo de alguna de las creaciones expuestas, así como la evidencia del dominio de la técnica, como es el caso del impactante “Summer” de Felipe Fuentes Alférez o las  coloristas imágenes de Francisco Javier Riaño y las de Juan Zurita Benedicto, siendo ésta última un reflejo innegable de la influencia de la fotografía y su transformación digital.

Se podría afirmar que existe una preeminencia del arte figurativo dentro de la muestra, una tendencia que supera lo formal, sin duda se trata de un arte que atiende a valores intelectuales y conceptuales, así como expresivos. Valdría la pena remarcar el carácter postmoderno de gran parte de las obras, en un afán de comunicar, de transmitir un concepto, una idea, o una sensación. En esta exposición se reúnen una serie de artistas que demuestran un trabajo de gran virtuosismo técnico, de la imitación, la recreación o la expresión, que formulan un arte diverso, variado pero abierto a nuevas formulaciones, dejando entrever a su vez el pluralismo estético característico del arte de nuestros días.

Sin embargo en la muestra se puede observar también un gran número de artistas plásticos que dan relevancia al principio del “arte por el arte”, donde éste tiene su propia razón de ser, más allá de la representación. Me produce cierto desconcierto la cantidad de obras seleccionadas que se podrían clasificar dentro de la abstracción geométrica donde las franjas de color se alternan de manera horizontal o vertical, siendo ésta una tendencia ya bastante trasnochada en el mundo del arte actual pero que parece seguir siendo una de las elecciones estéticas predominantes del momento.

La genialidad del premiado Javier Joven radica en ir más allá de la plasmación de un arte que tiene entidad en sus valores plásticos, superando la mera representatividad, consiguiendo alcanzar un metalenguaje que dialoga perfectamente entre la destreza técnica y el simbolismo de un mensaje conceptual que refleja su alto grado de erudición. Asistimos a una era donde el artista actúa como filósofo, sociólogo, o crítico de la realidad. Su obra “el artista seducido” capta un instante pero también refleja una sociedad, una actitud, un modo de ver el mundo, un autoretrato sin rostro que denota un mensaje subyacente.

Técnicamente, su aspecto sería semejante a una fotografía sobreexpuesta donde los contornos denotan unos niveles de contraste de color propios del flash de una máquina fotográfica, de un negativo quemado. Reúne en una misma obra el control de la técnica y del color, con un dibujo realmente conseguido, entremezclado con una visión estética del retrato donde el rostro es borrado a modo de guiño intelectual con el espectador, donde el mensaje de la obra va más allá de la representación, encuadrándose en el postmodernismo de su época, se trataría de un metalenguaje artístico, que alcanza cotas de intelectualidad superiores a las planteadas por el resto de los artistas, que unido a su talento creativo, le han hecho merecedor del galardón.

Conceptualmente hablaríamos de una obra que tiene un lenguaje crítico subyacente, basándose en “Retrato del artista adolescente” de J. Joyce[1] como fuente inspiradora de esta obra podemos ver cómo el artista realiza una crítica social de cierto cinismo que no nos deja indiferentes. La seducción de los flashes y cómo ciegan a la razón, podría ser un pseudo título de la obra, que realiza una reflexión autocrítica sobre la identidad del artista y todo lo que le envuelve, exhibiéndose irremediablemente en el escaparate contemporáneo del arte.

Tal vez su juventud no sólo haga honor a su apellido, sino a la creatividad desenfadada que inunda sus lienzos y a la frescura con la que nos hace ver, observar y reflexionar. Tal y como sostiene Adorno “Ante todo el arte nos tiene que hacer pensar”.

“Retrato del artista seducido”, premio nacional de IberCaja, constituye la distinción a una carrera profesional que se afianza año tras año, con sucesivas becas, certámenes y premios, sin duda el reconocimiento a una evolución artística y a un trabajo creativo constante.

 


[1]JOYCE, J. (1916). Retrato del artista adolescente. Madrid: Alianza, 2008.

 


Memorial a las Víctimas de la Violencia Franquista en el Cementerio de Torrero, Zaragoza

El arquitecto Fernando Bayo y el pintor y escultor Miguel Ángel Arrudi son los autores del hermoso monumento en el Cementerio de Torrero a las víctimas de tanta represión originada por los sublevados contra la democracia, que sumaron, en Zaragoza, 3.096 durante la Guerra Civil, 1936 a 1939, y 447 durante la posguerra, hasta el 20 de agosto de 1946, unos meses después de acabar la Segunda Guerra Mundial, con el dictador español sin la protección de los dictadores de Alemania e Italia. Víctimas fusiladas, sin entrar en otros métodos como la canallesca ley de fuga. Monumento que es de justicia y que simboliza un verdadero punto y adiós, pues cualquier mirada debe ir hacia adelante y cuando retrocede es para analizar los temas graves con absoluta frialdad.

Antes del comentario sobre dicho monumento parece oportuno, incluso obligatorio, ofrecer breves datos sobre Miguel Ángel Arrudi y Fernando Bayo. Miguel Ángel Arrudi, Zaragoza, 1950, tiene su primera exposición individual en 1966, con 16 años. A partir de aquí pintura y escultura, su especialidad relevante, transcurren a la par, de modo que la escultura abstracta emerge en 1969 y se consolida desde 1984, para continuar en una constante evolución hasta el presente dentro de muy variados materiales. Como artista figura en diferentes publicaciones y enciclopedias. Fernando Bayo, Calatayud (Zaragoza), 1962, estudia en la Escuela de Arquitectura de Valladolid y se colegia en Aragón el año 1992. Ha proyectado numerosas viviendas de muy diversa índole. En 2007, por una obra proyectada en 2006, es finalista de la XXII Edición Premio de Arquitectura “Fernando García Mercadal”. Figura en la Gran Enciclopedia Aragonesa, Apéndice V, página 57.

Miguel Ángel Arrudi y Fernando Bayo han trabajado juntos en el año 2005, proyecto para la Rivera del Ebro U-6 a su paso por Zaragoza junto con AIT, y en 2008, para la Expo 2008, pues ambos diseñaron la famosa rana y la remodelación del trazado del parque de Ranillas, mientras que Arrudi como escultor realiza dos obras que evocan una puerta que da entrada al nuevo parque.  

Pero ahora estamos con el monumento inaugurado en el Cementerio de Torrero el 27 de octubre de 2010. En el muy emotivo acto de inauguración, repleto de público, tomaron la palabra autoridades y otras personas por el siguiente orden: Juan Alberto Belloch, alcalde de Zaragoza, Julián Casanova, historiador, Manuel Pérez-Lizano Forns, sobrino de dos fusilados y en representación del pueblo, Javier Lambán, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, Marcelino Iglesias, presidente de la Diputación General de Aragón, y Joan Manuel Serrat, muy vinculado con Aragón dado que su familia es natural de Belchite (Zaragoza). Conviene aclarar, por otra parte, que el recuento de las 3.543 víctimas ha sido posible, tal como se indica en el libro El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón (1936-1939), gracias a la investigación realizada por los historiadores Julián Casanova, Ángela Cenarro, Julita Cifuentes, María Pilar Maluenda y María Pilar Salomón.

Vayamos con el monumento, sencillo en apariencia, modelo de imaginación e incorporado en un espacio muy bien integrado con el entorno, que tiene la siguiente ficha técnica de una obra promovida por el departamento de Urbanismo del Ayuntamiento de Zaragoza. Documentación histórica: Julián Casanova. Autores: Fernando Bayo, arquitecto director, Miguel Ángel Arrudi, escultor, y Chiqui Castejón, arquitecto técnico. Infraestructuras: Coebro y Acciona. Escultura: talleres Tanasa y Oxiebro. Los seis gorriones de bronce que figuran en la escultura: Hermanos Torres de Zaragoza. Conviene aclarar que para la escultura colaboró Víctor M. Jiménez, que hizo los 3D, y Mónica Naudín, la herrera que dio forma a la chapa cortada por la empresa Oxiebro.

Afirmábamos que el monumento es sencillo en apariencia, desde luego una vez visto, porque antes, partiendo de nada, hace falta pensar y trabajar mucho. Sencillo porque uno de sus grandes logros es la articulación del espacio mediante dos cuerpos-ejes articulados de manera más que intachable. Ni un resquicio de fallo. Estamos, sin duda, ante una obra de arte que tiene la obligación, además, de mostrar un apabullante drama individual transformado en colectivo por el número de asesinados, que arrastra el dolor de tantos familiares vivos.

Veamos ambos cuerpos-ejes articulados. El punto de partida, por ser eje irradiante y desde un ángulo formal, es el Pabellón a los Anónimos. Escultura que, en principio y tal como indica Miguel Ángel Arrudi, surgió de un concurso restringido, organizado para otro emplazamiento pero para fines paralelos y afines en el sentido definitorio de la expresión tanto semántica como estética. Sólo cambió la ubicación en una distancia de unos 500 metros, más o menos la misma que separaba la cárcel de Torrero y las tapias en las que serían fusilados los condenados a muerte. Pabellón de los Anónimos basado en una escultura abstracta geométrica en forma de cubo, que está pintada en rojo como toque exclamativo sin estridencias. Escultura abierta a través de múltiples ventanas para romper cualquier hipotética rigidez, pero que posee una impecable serenidad externa a través del uso, en apariencia oculto, de múltiples rectángulos interrelacionados que obedecen a la sección aurea. Ventanas y sección aurea, dentro de una escultura abstracta geométrica, que posibilitan esa impresión de obra abierta, nunca rígida, con matices etéreos cuando se observa, desde luego, en conjunto. A sumar los seis gorriones como símbolo de auténtica delicadeza poética servida por un ave humilde común en campos, ciudades y pueblos. El interior también queda abierto por las ventanas, pero con la peculiaridad de un dominante espacio que invita al recogimiento, al silencio que transmite lo exterior sobre el interior y viceversa. Basta colocarse en el centro y captar sus casi imperceptibles vibraciones.

Del Pabellón de los Anónimos, dicha abstracción geométrica, nace la espiral, como forma ancestral emergente del interior, la escultura, hacia el exterior, el libre espacio abierto, con un simbolismo muy complejo según las civilizaciones, pero que como norma muestra la evolución del universo. Espiral, con pasillo para el público y otro para la vegetación, trazada mediante múltiples bandas rectangulares naciendo del suelo, rematadas con placas inclinadas en donde figuran los datos de los asesinados por orden cronológico. Todo de acero galvanizado. Pasear por la espiral, partiendo del Pabellón de los Anónimos, es una sensación estremecedora, por lo que representa y por el obligado silencio.

Nos queda felicitar a las autoridades y a las personas involucradas en tan hermoso proyecto. Este monumento, tal como sugeríamos, es un auténtico punto y adiós, siempre con el obligatorio conocimiento de lo acaecido, pero igual que otros sucesos siglos atrás tan registrados, perfil notario, por ese viejo, vivido, complejo y fascinante país llamado España.


Obras de David Israel

El siete de septiembre se inauguró la exposición David Israel. Así pasa cuando sucede, justo en el espacio de la Obra Social Caja Madrid de Zaragoza, que comprende 59 fotografías, tres esculturas y tres instalaciones.

Nos centramos en las fotografías y obviamos las tres esculturas y las tres instalaciones. Las fotografías son imágenes de las calles de México D.F., que corresponden a la serie Arte público desarrollada entre 2007 y 2010. Siempre color e impresión digital sobre papel fotográfico. La norma, salvo alguna excepción que no altera su concepto, es que una parte del tema, como por ejemplo una banda de la pared fotografiada, sea paralela a cualquiera de los lados del soporte, con lo cual centra la composición general. Por citar dos ejemplos en Zaragoza: lo mismo que el fotógrafo Andrés Ferrer y lo contrario que el fotógrafo Enrique Carbó, con la diferencia de que ambos son artistas fotógrafos, fotógrafos, fotógrafos, fotógrafos. Estamos ante temas, muy fotografiados como tales por otros fotógrafos hace muchos años, demasiados, tipo primeros planos de paredes desconchadas, elementos familiares como sillas y maceta con planta, interiores de almacenes, primeros planos de la puerta de un garaje, las texturas del asfalto, puertas de metal que dan acceso a una vivienda, sábanas colgando, la humildad de un almacén en pleno campo o viejas puertas de madera que acusan el paso del tiempo. Fotografías que como punto de partida son elementales y que nada aportan en cuanto a un espíritu nuevo, a un enfoque singular. Nuestra absoluta decepción si recordamos al excepcional David Israel pintor. No es el primer pintor que, de pronto, coge una cámara fotográfica y, venga, a darle al botoncito, como si fotografiar consistiera en enfocar lo que sea, siempre amparado por prodigiosas facilidades técnicas tipo ordenador y cámaras que sólo les falta dedicarse a la masturbación intensiva. En la última Feria de Arco, acompañado por el profesor de Historia del Arte Jesús Pedro Lorente, ya vimos fotografías perfectas de gran formato realizadas con métodos técnicos inigualables, pero el problema era el resultado: simple derroche técnico sin ideas, sin corazón. Para eso me quedo con un lápiz, una espátula, un pincel, una augusta brocha o el maravilloso utillaje empleado por los escultores.


Cuadros de Ferrán Gisbert Carbonell

El Patio de la Infanta, sala de exposiciones de Ibercaja, acogió los cuadros de Ferran Gisbert Carbonell en la exhibición inaugurada el cuatro de noviembre. Su título, Encuentro con el cuadrado, define con exactitud el formato de toda la obra.

El conjunto de las obras abstractas abarcan, salvo error, entre 2007 y 2010, que si opinamos por el campo formal es un recorrido sobre su evolución pictórica en escaso tiempo. El punto de arranque se ofrece en el cuadro Descomposición de una cruz, de 2007, basado en una cruz griega que se altera para convertirse en cuatro cuadrados y dos rectángulos. La limpia textura, con mínima capa matérica para todos los cuadros, posibilita el énfasis en un tono ambiguo misterioso. Cuadrados y bandas  que figuran en otros cuadros desde visiones ocultas sobre fondos ambiguos casi monocromáticos, mediante una especie de proceso lleno de lógica que culmina en Pentámero, de 2008, cuadro rojo monocolor. Tanto énfasis por lo monocolor podía caer en un rincón sin salida plástica, de ahí posteriores cuadros como Homenaje a los doce apóstoles de El Greco, dos obras de 2008 con el mismo título, basadas en etéreas bandas verticales a la base que obedecen, sin duda, a la geometría euclidiana. Bellos cuadros, por color al servicio de enigmas, que nos trasladan al ámbito de lo indescifrable. Ambos cuadros citados adquieren su punto álgido con la obra 21/01, de 2010, pues estamos ante las mismas bandas verticales a la base pero vistas con absoluta claridad, también dentro de la más pura geometría euclidiana. Obra que, quizá, anuncia un nuevo proceso con la geometría sentida desde ángulos diferentes. Afirmábamos sentida, palabra clave que define la actitud, el sentimiento, de un pintor que con su sensibilidad artística solidifica zonas profundas del pensamiento humano.


Fotografías de Cecilia Casas Romero

Aunque nacida en Barcelona (1973), reside en Zaragoza desde 1979, para impartir clases de fotografía, a partir de 2001, en la zaragozana Escuela Spectrum Sotos, en cuya galería inauguró exposición el 19 de noviembre.

Sus fotografías, todas de 2010 y siempre en blanco y negro, son la síntesis vía evocación, pues todo se cuenta y nada se define con precisión salvo lógicas excepciones, como la represión de la mujer. En dicha ausencia de clara definición reside el intachable ángulo artístico, pues posibilita cambiantes diálogos con cada obra mediante dispares interpretaciones. Basta ver los interiores, la mirada de una figura femenina vista de perfil hacia el oculto espacio detrás de una puerta, que puede interpretarse como temor o la simple llamada a otra persona oculta, o el primer plano de la camisa de cuadros alterada e invadida por cierta extraña sombra negra ¿amenazante? En tan hermoso juego de luces y sombras, siempre como matiz intrigante nunca descifrado ni definido, una de las más notables obras es la correspondiente al brazo con mano transformada en masa informe, mientras que en el centro tenemos una polvera y el rostro de la artista entre sombras. 


Sergio Abraín y la Tauromaquia

En la galería Cristina Marín, el 7 de octubre, se inauguró la exposición Sergio Abraín. Tauromaquia, Mitologías y Quimeras, que avala la trayectoria de uno de nuestros mejores artistas, capaz de abordar un tema muy complejo, con más que notables dosis de belleza creativa y muy alta  cultura como tal fiesta, pues basta ver su propio dinamismo histórico y coserlo con el seguimiento de extraordinarios intelectuales, poetas, artistas plásticos y cineastas, incluso sin olvidar su permanente influencia en la moda. El pintor interrumpió su línea artística habitual para emprender un exhaustivo trabajo hasta terminar dos maravillosos murales en material cerámico para la plaza de  La Misericordia en Zaragoza. Somos testigo, tras varias visitas a su estudio, de los innumerables bocetos y esculturas con cartulina hasta perfilar el definitivo enfoque de tan complejos murales.

La presente exposición es, por tanto, una consecuencia de los citados murales, pero ahora mediante obras en diversos materiales, sobre todo papel, que registran, que recogen, como si el artista fuera un etéreo notario, el aroma más profundo de tan extraordinaria suerte, en la que vida y muerte viven fusionadas con máxima naturalidad. En algunas obras incorpora frases poéticas que apoyan y enriquecen tanto quejido artístico, tanto silencio latente, como el cuadro con ese vacío de la plaza sin público, ni toro, ni torero, siempre cual anuncio del drama insoluble. Frases como Memorias de la dehesa, Recuerdos agarrados a la arena tierra frondosa y calma, Busco mi origen en los pasajes deshabitados por el hombre, Toros de agua en el país de carambolos, Laten secretos del alma taurina o Entre blanco y blanco un cometa de cola verde definen con impecable exactitud la complejidad del tema abordado. Porque no se limita por plasmar los temas con meridiano realismo, algo muy fácil ante su dominio de la línea, para insistir en un cúmulo de síntesis temáticas, como norma a través del campo formal y de la atmósfera dominante que cambia según el asunto realizado.

Cualquier persona puede valorar tan excepcionales obras, pues basta un mínimo de sensibilidad, pero si el visitante ha visto torear y tiene cierta cultura taurina resulta evidente que captará con idónea sincronía la compleja y cambiante propuesta que nos plantea el artista, pues mucho de lo pintado es como un resumen del tema por esquemático y variado planteamiento formal, que sirve cual nutriente para deslizar todo un abanico de sensaciones aliadas con los cuadros.