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Sorrolla. La alberca. Alcazar de Sevilla
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Sorrolla. La alberca. Alcazar de Sevilla
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Muchacha con abanico. (1879). Colec. Sterling and Francine Clarck Art Institute
Desde el pasado 5 de octubre se puede visitar en el Museo Camón Aznar la exposición que reúne a los artistas seleccionados del Premio IberCaja Pintura Joven en su tercera edición nacional.
Se trata sin duda de una muestra muy variada donde la calidad es el denominador común de las pinturas exhibidas. El alto nivel artístico de las obras seleccionadas hacen merecedor al premiado, Javier Joven Araús, del honor de estar entre los mejores. Sin duda hay competitividad en esta convocatoria donde la destreza del dibujo en algunas de las obras deja perplejos a los espectadores, cabría mencionar a los zaragozanos Alejandro Monge Torres, con su retrato hiperrealista de percepción prácticamente fotográfica, y a Luis Javier Loras Salas con su obra “En la escalera” donde la figura humana cobra un protagonismo cercano al simbolismo, más allá de lo formal; del mismo modo destaca la creación de Marina Puche Fabuel, próxima a la obra de Lucian Freud; son destacables a su vez las vistas urbanas de Albert Sesma López, y Cristina Megía Fernández. Es admirable el valor expresivo de alguna de las creaciones expuestas, así como la evidencia del dominio de la técnica, como es el caso del impactante “Summer” de Felipe Fuentes Alférez o las coloristas imágenes de Francisco Javier Riaño y las de Juan Zurita Benedicto, siendo ésta última un reflejo innegable de la influencia de la fotografía y su transformación digital.
Se podría afirmar que existe una preeminencia del arte figurativo dentro de la muestra, una tendencia que supera lo formal, sin duda se trata de un arte que atiende a valores intelectuales y conceptuales, así como expresivos. Valdría la pena remarcar el carácter postmoderno de gran parte de las obras, en un afán de comunicar, de transmitir un concepto, una idea, o una sensación. En esta exposición se reúnen una serie de artistas que demuestran un trabajo de gran virtuosismo técnico, de la imitación, la recreación o la expresión, que formulan un arte diverso, variado pero abierto a nuevas formulaciones, dejando entrever a su vez el pluralismo estético característico del arte de nuestros días.
Sin embargo en la muestra se puede observar también un gran número de artistas plásticos que dan relevancia al principio del “arte por el arte”, donde éste tiene su propia razón de ser, más allá de la representación. Me produce cierto desconcierto la cantidad de obras seleccionadas que se podrían clasificar dentro de la abstracción geométrica donde las franjas de color se alternan de manera horizontal o vertical, siendo ésta una tendencia ya bastante trasnochada en el mundo del arte actual pero que parece seguir siendo una de las elecciones estéticas predominantes del momento.
La genialidad del premiado Javier Joven radica en ir más allá de la plasmación de un arte que tiene entidad en sus valores plásticos, superando la mera representatividad, consiguiendo alcanzar un metalenguaje que dialoga perfectamente entre la destreza técnica y el simbolismo de un mensaje conceptual que refleja su alto grado de erudición. Asistimos a una era donde el artista actúa como filósofo, sociólogo, o crítico de la realidad. Su obra “el artista seducido” capta un instante pero también refleja una sociedad, una actitud, un modo de ver el mundo, un autoretrato sin rostro que denota un mensaje subyacente.
Técnicamente, su aspecto sería semejante a una fotografía sobreexpuesta donde los contornos denotan unos niveles de contraste de color propios del flash de una máquina fotográfica, de un negativo quemado. Reúne en una misma obra el control de la técnica y del color, con un dibujo realmente conseguido, entremezclado con una visión estética del retrato donde el rostro es borrado a modo de guiño intelectual con el espectador, donde el mensaje de la obra va más allá de la representación, encuadrándose en el postmodernismo de su época, se trataría de un metalenguaje artístico, que alcanza cotas de intelectualidad superiores a las planteadas por el resto de los artistas, que unido a su talento creativo, le han hecho merecedor del galardón.
Conceptualmente hablaríamos de una obra que tiene un lenguaje crítico subyacente, basándose en “Retrato del artista adolescente” de J. Joyce[1] como fuente inspiradora de esta obra podemos ver cómo el artista realiza una crítica social de cierto cinismo que no nos deja indiferentes. La seducción de los flashes y cómo ciegan a la razón, podría ser un pseudo título de la obra, que realiza una reflexión autocrítica sobre la identidad del artista y todo lo que le envuelve, exhibiéndose irremediablemente en el escaparate contemporáneo del arte.
Tal vez su juventud no sólo haga honor a su apellido, sino a la creatividad desenfadada que inunda sus lienzos y a la frescura con la que nos hace ver, observar y reflexionar. Tal y como sostiene Adorno “Ante todo el arte nos tiene que hacer pensar”.
“Retrato del artista seducido”, premio nacional de IberCaja, constituye la distinción a una carrera profesional que se afianza año tras año, con sucesivas becas, certámenes y premios, sin duda el reconocimiento a una evolución artística y a un trabajo creativo constante.
El arquitecto Fernando Bayo y el pintor y escultor Miguel Ángel Arrudi son los autores del hermoso monumento en el Cementerio de Torrero a las víctimas de tanta represión originada por los sublevados contra la democracia, que sumaron, en Zaragoza, 3.096 durante la Guerra Civil, 1936 a 1939, y 447 durante la posguerra, hasta el 20 de agosto de 1946, unos meses después de acabar la Segunda Guerra Mundial, con el dictador español sin la protección de los dictadores de Alemania e Italia. Víctimas fusiladas, sin entrar en otros métodos como la canallesca ley de fuga. Monumento que es de justicia y que simboliza un verdadero punto y adiós, pues cualquier mirada debe ir hacia adelante y cuando retrocede es para analizar los temas graves con absoluta frialdad.
Antes del comentario sobre dicho monumento parece oportuno, incluso obligatorio, ofrecer breves datos sobre Miguel Ángel Arrudi y Fernando Bayo. Miguel Ángel Arrudi, Zaragoza, 1950, tiene su primera exposición individual en 1966, con 16 años. A partir de aquí pintura y escultura, su especialidad relevante, transcurren a la par, de modo que la escultura abstracta emerge en 1969 y se consolida desde 1984, para continuar en una constante evolución hasta el presente dentro de muy variados materiales. Como artista figura en diferentes publicaciones y enciclopedias. Fernando Bayo, Calatayud (Zaragoza), 1962, estudia en la Escuela de Arquitectura de Valladolid y se colegia en Aragón el año 1992. Ha proyectado numerosas viviendas de muy diversa índole. En 2007, por una obra proyectada en 2006, es finalista de la XXII Edición Premio de Arquitectura “Fernando García Mercadal”. Figura en la Gran Enciclopedia Aragonesa, Apéndice V, página 57.
Miguel Ángel Arrudi y Fernando Bayo han trabajado juntos en el año 2005, proyecto para la Rivera del Ebro U-6 a su paso por Zaragoza junto con AIT, y en 2008, para la Expo 2008, pues ambos diseñaron la famosa rana y la remodelación del trazado del parque de Ranillas, mientras que Arrudi como escultor realiza dos obras que evocan una puerta que da entrada al nuevo parque.
Pero ahora estamos con el monumento inaugurado en el Cementerio de Torrero el 27 de octubre de 2010. En el muy emotivo acto de inauguración, repleto de público, tomaron la palabra autoridades y otras personas por el siguiente orden: Juan Alberto Belloch, alcalde de Zaragoza, Julián Casanova, historiador, Manuel Pérez-Lizano Forns, sobrino de dos fusilados y en representación del pueblo, Javier Lambán, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, Marcelino Iglesias, presidente de la Diputación General de Aragón, y Joan Manuel Serrat, muy vinculado con Aragón dado que su familia es natural de Belchite (Zaragoza). Conviene aclarar, por otra parte, que el recuento de las 3.543 víctimas ha sido posible, tal como se indica en el libro El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón (1936-1939), gracias a la investigación realizada por los historiadores Julián Casanova, Ángela Cenarro, Julita Cifuentes, María Pilar Maluenda y María Pilar Salomón.
Vayamos con el monumento, sencillo en apariencia, modelo de imaginación e incorporado en un espacio muy bien integrado con el entorno, que tiene la siguiente ficha técnica de una obra promovida por el departamento de Urbanismo del Ayuntamiento de Zaragoza. Documentación histórica: Julián Casanova. Autores: Fernando Bayo, arquitecto director, Miguel Ángel Arrudi, escultor, y Chiqui Castejón, arquitecto técnico. Infraestructuras: Coebro y Acciona. Escultura: talleres Tanasa y Oxiebro. Los seis gorriones de bronce que figuran en la escultura: Hermanos Torres de Zaragoza. Conviene aclarar que para la escultura colaboró Víctor M. Jiménez, que hizo los 3D, y Mónica Naudín, la herrera que dio forma a la chapa cortada por la empresa Oxiebro.
Afirmábamos que el monumento es sencillo en apariencia, desde luego una vez visto, porque antes, partiendo de nada, hace falta pensar y trabajar mucho. Sencillo porque uno de sus grandes logros es la articulación del espacio mediante dos cuerpos-ejes articulados de manera más que intachable. Ni un resquicio de fallo. Estamos, sin duda, ante una obra de arte que tiene la obligación, además, de mostrar un apabullante drama individual transformado en colectivo por el número de asesinados, que arrastra el dolor de tantos familiares vivos.
Veamos ambos cuerpos-ejes articulados. El punto de partida, por ser eje irradiante y desde un ángulo formal, es el Pabellón a los Anónimos. Escultura que, en principio y tal como indica Miguel Ángel Arrudi, surgió de un concurso restringido, organizado para otro emplazamiento pero para fines paralelos y afines en el sentido definitorio de la expresión tanto semántica como estética. Sólo cambió la ubicación en una distancia de unos 500 metros, más o menos la misma que separaba la cárcel de Torrero y las tapias en las que serían fusilados los condenados a muerte. Pabellón de los Anónimos basado en una escultura abstracta geométrica en forma de cubo, que está pintada en rojo como toque exclamativo sin estridencias. Escultura abierta a través de múltiples ventanas para romper cualquier hipotética rigidez, pero que posee una impecable serenidad externa a través del uso, en apariencia oculto, de múltiples rectángulos interrelacionados que obedecen a la sección aurea. Ventanas y sección aurea, dentro de una escultura abstracta geométrica, que posibilitan esa impresión de obra abierta, nunca rígida, con matices etéreos cuando se observa, desde luego, en conjunto. A sumar los seis gorriones como símbolo de auténtica delicadeza poética servida por un ave humilde común en campos, ciudades y pueblos. El interior también queda abierto por las ventanas, pero con la peculiaridad de un dominante espacio que invita al recogimiento, al silencio que transmite lo exterior sobre el interior y viceversa. Basta colocarse en el centro y captar sus casi imperceptibles vibraciones.
Del Pabellón de los Anónimos, dicha abstracción geométrica, nace la espiral, como forma ancestral emergente del interior, la escultura, hacia el exterior, el libre espacio abierto, con un simbolismo muy complejo según las civilizaciones, pero que como norma muestra la evolución del universo. Espiral, con pasillo para el público y otro para la vegetación, trazada mediante múltiples bandas rectangulares naciendo del suelo, rematadas con placas inclinadas en donde figuran los datos de los asesinados por orden cronológico. Todo de acero galvanizado. Pasear por la espiral, partiendo del Pabellón de los Anónimos, es una sensación estremecedora, por lo que representa y por el obligado silencio.
Nos queda felicitar a las autoridades y a las personas involucradas en tan hermoso proyecto. Este monumento, tal como sugeríamos, es un auténtico punto y adiós, siempre con el obligatorio conocimiento de lo acaecido, pero igual que otros sucesos siglos atrás tan registrados, perfil notario, por ese viejo, vivido, complejo y fascinante país llamado España.
El siete de septiembre se inauguró la exposición David Israel. Así pasa cuando sucede, justo en el espacio de la Obra Social Caja Madrid de Zaragoza, que comprende 59 fotografías, tres esculturas y tres instalaciones.
Nos centramos en las fotografías y obviamos las tres esculturas y las tres instalaciones. Las fotografías son imágenes de las calles de México D.F., que corresponden a la serie Arte público desarrollada entre 2007 y 2010. Siempre color e impresión digital sobre papel fotográfico. La norma, salvo alguna excepción que no altera su concepto, es que una parte del tema, como por ejemplo una banda de la pared fotografiada, sea paralela a cualquiera de los lados del soporte, con lo cual centra la composición general. Por citar dos ejemplos en Zaragoza: lo mismo que el fotógrafo Andrés Ferrer y lo contrario que el fotógrafo Enrique Carbó, con la diferencia de que ambos son artistas fotógrafos, fotógrafos, fotógrafos, fotógrafos. Estamos ante temas, muy fotografiados como tales por otros fotógrafos hace muchos años, demasiados, tipo primeros planos de paredes desconchadas, elementos familiares como sillas y maceta con planta, interiores de almacenes, primeros planos de la puerta de un garaje, las texturas del asfalto, puertas de metal que dan acceso a una vivienda, sábanas colgando, la humildad de un almacén en pleno campo o viejas puertas de madera que acusan el paso del tiempo. Fotografías que como punto de partida son elementales y que nada aportan en cuanto a un espíritu nuevo, a un enfoque singular. Nuestra absoluta decepción si recordamos al excepcional David Israel pintor. No es el primer pintor que, de pronto, coge una cámara fotográfica y, venga, a darle al botoncito, como si fotografiar consistiera en enfocar lo que sea, siempre amparado por prodigiosas facilidades técnicas tipo ordenador y cámaras que sólo les falta dedicarse a la masturbación intensiva. En la última Feria de Arco, acompañado por el profesor de Historia del Arte Jesús Pedro Lorente, ya vimos fotografías perfectas de gran formato realizadas con métodos técnicos inigualables, pero el problema era el resultado: simple derroche técnico sin ideas, sin corazón. Para eso me quedo con un lápiz, una espátula, un pincel, una augusta brocha o el maravilloso utillaje empleado por los escultores.
El Patio de la Infanta, sala de exposiciones de Ibercaja, acogió los cuadros de Ferran Gisbert Carbonell en la exhibición inaugurada el cuatro de noviembre. Su título, Encuentro con el cuadrado, define con exactitud el formato de toda la obra.
El conjunto de las obras abstractas abarcan, salvo error, entre 2007 y 2010, que si opinamos por el campo formal es un recorrido sobre su evolución pictórica en escaso tiempo. El punto de arranque se ofrece en el cuadro Descomposición de una cruz, de 2007, basado en una cruz griega que se altera para convertirse en cuatro cuadrados y dos rectángulos. La limpia textura, con mínima capa matérica para todos los cuadros, posibilita el énfasis en un tono ambiguo misterioso. Cuadrados y bandas que figuran en otros cuadros desde visiones ocultas sobre fondos ambiguos casi monocromáticos, mediante una especie de proceso lleno de lógica que culmina en Pentámero, de 2008, cuadro rojo monocolor. Tanto énfasis por lo monocolor podía caer en un rincón sin salida plástica, de ahí posteriores cuadros como Homenaje a los doce apóstoles de El Greco, dos obras de 2008 con el mismo título, basadas en etéreas bandas verticales a la base que obedecen, sin duda, a la geometría euclidiana. Bellos cuadros, por color al servicio de enigmas, que nos trasladan al ámbito de lo indescifrable. Ambos cuadros citados adquieren su punto álgido con la obra 21/01, de 2010, pues estamos ante las mismas bandas verticales a la base pero vistas con absoluta claridad, también dentro de la más pura geometría euclidiana. Obra que, quizá, anuncia un nuevo proceso con la geometría sentida desde ángulos diferentes. Afirmábamos sentida, palabra clave que define la actitud, el sentimiento, de un pintor que con su sensibilidad artística solidifica zonas profundas del pensamiento humano.
Aunque nacida en Barcelona (1973), reside en Zaragoza desde 1979, para impartir clases de fotografía, a partir de 2001, en la zaragozana Escuela Spectrum Sotos, en cuya galería inauguró exposición el 19 de noviembre.
Sus fotografías, todas de 2010 y siempre en blanco y negro, son la síntesis vía evocación, pues todo se cuenta y nada se define con precisión salvo lógicas excepciones, como la represión de la mujer. En dicha ausencia de clara definición reside el intachable ángulo artístico, pues posibilita cambiantes diálogos con cada obra mediante dispares interpretaciones. Basta ver los interiores, la mirada de una figura femenina vista de perfil hacia el oculto espacio detrás de una puerta, que puede interpretarse como temor o la simple llamada a otra persona oculta, o el primer plano de la camisa de cuadros alterada e invadida por cierta extraña sombra negra ¿amenazante? En tan hermoso juego de luces y sombras, siempre como matiz intrigante nunca descifrado ni definido, una de las más notables obras es la correspondiente al brazo con mano transformada en masa informe, mientras que en el centro tenemos una polvera y el rostro de la artista entre sombras.
En la galería Cristina Marín, el 7 de octubre, se inauguró la exposición Sergio Abraín. Tauromaquia, Mitologías y Quimeras, que avala la trayectoria de uno de nuestros mejores artistas, capaz de abordar un tema muy complejo, con más que notables dosis de belleza creativa y muy alta cultura como tal fiesta, pues basta ver su propio dinamismo histórico y coserlo con el seguimiento de extraordinarios intelectuales, poetas, artistas plásticos y cineastas, incluso sin olvidar su permanente influencia en la moda. El pintor interrumpió su línea artística habitual para emprender un exhaustivo trabajo hasta terminar dos maravillosos murales en material cerámico para la plaza de La Misericordia en Zaragoza. Somos testigo, tras varias visitas a su estudio, de los innumerables bocetos y esculturas con cartulina hasta perfilar el definitivo enfoque de tan complejos murales.
La presente exposición es, por tanto, una consecuencia de los citados murales, pero ahora mediante obras en diversos materiales, sobre todo papel, que registran, que recogen, como si el artista fuera un etéreo notario, el aroma más profundo de tan extraordinaria suerte, en la que vida y muerte viven fusionadas con máxima naturalidad. En algunas obras incorpora frases poéticas que apoyan y enriquecen tanto quejido artístico, tanto silencio latente, como el cuadro con ese vacío de la plaza sin público, ni toro, ni torero, siempre cual anuncio del drama insoluble. Frases como Memorias de la dehesa, Recuerdos agarrados a la arena tierra frondosa y calma, Busco mi origen en los pasajes deshabitados por el hombre, Toros de agua en el país de carambolos, Laten secretos del alma taurina o Entre blanco y blanco un cometa de cola verde definen con impecable exactitud la complejidad del tema abordado. Porque no se limita por plasmar los temas con meridiano realismo, algo muy fácil ante su dominio de la línea, para insistir en un cúmulo de síntesis temáticas, como norma a través del campo formal y de la atmósfera dominante que cambia según el asunto realizado.
Cualquier persona puede valorar tan excepcionales obras, pues basta un mínimo de sensibilidad, pero si el visitante ha visto torear y tiene cierta cultura taurina resulta evidente que captará con idónea sincronía la compleja y cambiante propuesta que nos plantea el artista, pues mucho de lo pintado es como un resumen del tema por esquemático y variado planteamiento formal, que sirve cual nutriente para deslizar todo un abanico de sensaciones aliadas con los cuadros.