El modernismo del Greco

Cuando el Greco murió, un 7 de abril de 1614,  dejó una herencia griega y su reforma italiana, de artista total, no a su hijo, ni siquiera a Toledo, la ciudad que le dio la oportunidad que nunca tuvo en Madrid, o en su tierra natal. Dejo una única herencia a la humanidad, su pintura. No sólo fue  un mero modo de comunicación, era un placer visual, vetado solo a los más entendidos. Sus obras tradujeron el  milagroso concepto de belleza estética La transcendencia artística que ha dejado El Greco, hoy en día, cuatro siglos después de su desaparición física, refleja el deseo, que tuvo, de romper con los moldes establecidos.

En el cambio de la centuria, del siglo XIX al XX,  muchos de los pintores de esta época, mostraron una influyente fascinación hacia la figura de El Greco. Si en el siglo XVIII, se asumía con predilección a Velázquez, el XIX, sería el siglo de El Greco, que debería compartir “honores”, con el propio Goya. Hacia la década de 1860, la pintura de historia y los cuadros pequeñas dimensiones, eran los preferidos, por los artistas españoles. De entre los artistas extranjeros que viajaron a Madrid, se encuentra Manet, muy significativo, el interés que siempre tuvo por los tres artistas, antes citados: Velázquez, El Greco y Goya. Pero sería Cézanne, con su copia de la Dama del armiño,  el artista que sin duda alguna,  más se asoció con la pintura del cretense, a pesar de no haber viajo nunca  a España.  En la misma línea, podemos ver la obra del malagueño, Pablo Picasso, con  dibujos y óleos como Yo, el Greco, Personajes estilizados al estilo del Greco y Retrato de un desconocido al estilo del Greco. Personaje, al que volvería  otra vez, en sus últimos años de vida, al recordar aquella España vetada, con aguafuertes como El entierro del Señor de Orgaz, o El caballero de la mano en le pecho. Por su parte Zuloaga, y sus campañas de promoción y recuperación, de  la pintura del Siglo de Oro, Goya, o el propio Greco, artista al que no sólo coleccionó, sino que imitó en sus paisajes, como este Paisaje de Toledo, desde la Virgen del Valle, o su dibujo inacabado, titulado Mis amigos, en el que aparecen los más importantes autores de la Generación del 98, y alguno del 14, con simpatía hacia El Greco. Años más tarde, los últimos representantes de la llamada Escuela de Vallecas: Dalí, Maruja Mallo, Ángeles Santos, Alberto Sánchez, Benjamín Palencia…etc… tuvieron al Greco, como una referencia explícita. El final del conflicto bélico, en España, la emigración de todo aquel artista de vanguardia, a otro país, la propaganda  del régimen, reivindicando la gran escuela pictórica del Siglo de Oro, hizo del Greco, uno de los bastiones de un glorioso pasado español.  De entre los artistas de postguerra, debemos citar: a los aragoneses Antonio Saura, y su Homenaje al Greco y Manuel Viola, Tapies, José Caballero, Gregorio Prieto, Pere Pruna, Eduardo Vicente, Carlos Sánez de Tejada,  Enrique Ochoa, Joaquín Baquero Palacios, Juan Antonio Morales o Pedro Mozos.

En el ámbito internacional, los artistas centroeuropeos tuvieron ocasión de ver la versión del Expolio del Greco que había adquirido Hugo von Tschudi en 1909 para la Pinakothek, de Múnich, así como el Laocoonte. Entre 1910 y 1912, estas versiones del Greco,  pudieron verse expuestas en ciudades como Budapest y Düsseldorf, estas obras, estimularon a artistas de vanguardia como Cossío,  August L. Mayer y Der Blaue Reiter. Mientras que, la imprescindible figura del italiano Modigliani, amigo de Picasso y de Cézanne, se verá sumamente influenciable por el artista cretense, no sólo por la estilización de sus figuras,  sino que adoptó iconos, como el conocido Caballero de la mano en el pecho, que podemos asumir en este caso, al retrato de su amigo y mecenas, Paul Alexandre.

El Museo del Prado, en colaboración con Acción Cultural y la Fundación  BBVA,  ofrecen una oportunidad única, con motivo del IV Centenario de la muerte del Greco, de poder contemplar, a través de la exposición El Greco y la pintura moderna, la modernidad del Greco. Veintiséis obras del cretense, procedentes en su mayoría de pinacotecas nacionales como el Thyssen Bornemisza, Monasterio del Escorial, MNAC de Barcelona,  el propio Museo del Prado, pero también de procedencia extranjera:  Metropolitan Museum de Nueva York, National Gallery de Washington, Fine Arts Museum de San Francisco, o el Museum of Fine Arts de Boston, “enfrentándose” en contraposición, a ochenta piezas, de autores de los siglos XIX- XX. Ocho ámbitos expositivos, revelan la complejidad, riqueza y fascinación, que por el maestro cretense, manifestaron desde los artistas franceses más renovadores, pasando por los destacados pintores españoles decimonónicos, para acabar ejerciendo su “influjo” en los creadores más destacados, que revolucionaron, como hiciera  el pintor, cuatro siglos atrás, las artes plásticas del siglo XX.

 

El Greco y la pintura moderna

Museo del Prado

24/06-05/10/2014


Una colección, de lecturas diversas

Después de cuatro años de existencia, el Museo Carmen Thyssen, Málaga, queda completamente consolidado como un centro especializado en el arte español de entresiglos, y en las obras maestras de la pintura andaluza, en particular. No estamos aquí para volver a alabar las obras de arte que la pinacoteca posee, ya que de eso, nos ocupamos en su día en este medio. El caso que ahora nos ocupa, es la edición de un catálogo razonado de la colección que posee el museo. Siempre es un acontecimiento, y más en las circunstancias en las que nos encontramos, saber de la edición de un libro, más gozo si cabe, si se trata de arte. Este por qué no decirlo, imponente  libro de arte, de más de quinientas páginas, ha contado con la experiencia y solvencia de cincuenta prestigiosos historiadores del arte, que se han encargado de realizar las fichas correspondientes de  más de doscientas obras, que componen el núcleo central de la Colección Carmen Thyssen, Málaga, sin contar con la obra en papel.

El libro está dividido en los cuatro grandes bloques que componen la colección: Maestros antiguos, paisaje romántico y costumbrismo, preciosismo y pintura naturalista y fin de siglo. Al inicio de cada periodo, el lector recibe una completa y cumplida descripción  del periodo que  va a descubrir. No podemos olvidarnos, de las biografías, de cada uno de los artistas aquí representados, que aparecen al final de la presente publicación, realizadas por los mismos especialistas.

Museo Carmen Thyssen Málaga. Colección, es mucho más que un gran catálogo de obras de arte. Esta publicación, no sólo pone en valor una colección, en este caso de arte, es depositaria de una parte de nosotros mismos, de redescubrir y compartir un pasado reciente, que ofrece una visión  de la historia y el arte de nuestro país, y sus costumbres.

 

VV.AA

Museo Carmen Thyssen Málaga. Catálogo

Fundación Palacio de Villalón. 2014

p. 511.  50€   


Crónica de la renovación plástica del siglo XX

La Enciclopedia Ilustrada Europea Americana, del año 1958, da su versión sobre lo que es un coleccionista: “El coleccionista suele ser un aficionado a los objetos que colecciona y con frecuencia inteligente en la materia, pero corre el peligro de caer en la monomanía o extravagancia”.  Decía el coleccionista Guiseppe Panza “lo que yo amo puede ser amado por otras muchas personas”. Coleccionar, es la acumulación de materiales y objetos, en un equilibrio tradicional, entre lo bello y lo armonioso. El coleccionista, tiene la puerta abierta a miles de posibilidades. Puede especializarse en un momento histórico, en un estilo concreto, o en la más rabiosa actualidad. El coleccionismo del arte contemporáneo del siglo XX, debe mucho a la iniciativa de mujeres, que se han comportado como excelentes mecenas. En España, hay dos claros ejemplos: Uno sería la propia Pilar Citoler, y el otro, Carmen Cervera, la esposa del barón Thyssen-Bornemisza.

La exposición Pilar Citoler: Coleccionar, una pasión en el tiempo, que hasta finales del año 2014, puede verse en el IAACC Pablo Serrano, muestra una selección de 169 obras, procedentes de la Colección Circa, adquirida por el Gobierno de Aragón a finales del año 2013. Centrándonos exclusivamente en el discurso expositivo, podemos afirmar que la colección recrea el arte contemporáneo actual, de las últimas cinco décadas,  si bien no se ciñe solo a artistas españoles, sino que convergen con artistas del resto del mundo. Así mismo, de algunos artistas, la colección cuenta con varias obras de diversos momentos creativos. Conocemos mucho de lo expuesto, pues ya se pudo ver en el año 2002, en el Centro de Exposiciones y Congresos “Patio de la Infanta”, de la entidad bancaria Ibercaja.

Pintura, escultura y obra en papel, enriquecen una muestra que se complementa con nuevas expresiones artísticas de los últimos años, como la fotografía y el vídeo. En lo que a pintura se refiere, un impresionante óleo de Antonio Saura, recibe al visitante, acompañado de dos esculturas: una del “Equipo Crónica”, y otra, del propio Pablo Serrano. También destacan algunas obras del llamado “Grupo Gutai”, artistas japoneses,  cuyas obras  están muy cotizadas, en los últimos años. Probablemente, el plato fuerte, sea la obra en papel. Así, encontramos aguafuertes, aguatintas, litografías, serigrafías o xilografías, de los principales artistas: Le Corbusier, Francis Bacón, Picasso, Miró, Palazuelo, Lichtenstein, Dubuffet, Chillida o Andy Warhol. El problema, quizás estriba, en que a pesar de ser grandes nombres de la pintura, lo que se muestran son serigrafías, y no óleos, que hubieran dado un grado más de categoría a la propia colección.  La última parte de la muestra, se dedica a la fotografía: que por la internacionalidad, y su calidad, bien merecerían un capítulo aparte, del que no disponemos. Se divide en dos grandes bloques: La clásica o en blanco y negro, y la analógica o digital. Del primero destacaremos la serie de personalidades famosas de Joseph Beuys, y de la fotografía digital, destacaremos a Pierre Gonnord, con su obra Kevin (2005).

Un conjunto coherente, que constituye un buen ejemplo de lo multidisciplinar que es el arte.


Del romanticismo a la modernidad. La colección Gerstenmaier, en la pintura española decimonónica

La España del tumultuoso siglo XIX, presentó históricamente, un “ligero” retraso en relación con el resto de países europeos. No ocurrió lo mismo para la Historia del Arte de ese tiempo. Mientras que en el ochocientos, se revivía una visión de la Antigüedad clásica, el realismo, surgía como un preludio a lo que hoy conocemos como la modernidad. El realismo intentó presentar la naturaleza, sin artificios e idealizaciones; El artista se preocupará única y exclusivamente en mostrar con la mayor verosimilitud, lo representado. Con esta introducción, comenzaremos un viaje, a través de la pintura española de los siglos XIX y XX, de la colección  Hans Rudolf Gerstenmaier, mucho más conocido, por su colección de pintura flamenca, y que bajo el título: Senderos a la modernidad. Pintura española de los siglos XIX-XX, en la colección Gerstenmaier, podrá verse en las salas del Palacio de Sástago, de la Diputación Provincial de Zaragoza.  Una cuidada selección de sesenta y una obras, entre pinturas y dibujos de variado formato. Abre la muestra, precisamente, el tránsito del realismo al modernismo, de la mano del belga Carlos Haes, titular de la cátedra de paisaje, en Madrid, de quién destaca la obra Picos de Europa,  el buen hacer de las vistas venecianas de Martín Rico, el delicado orientalismo, a través de la exquisita acuarela de Fortuny, sin duda una de las personalidades más destacadas del panorama español, de esos años. Raimundo de Madrazo, con colorista acuarela, titulada Aline, y el  zaragozano Francisco Pradilla, y  su magnífico Tarjetero de mi estudio, cerrarán el fin de siglo.

La llegada de una nueva clase social, la Burguesía, el nacimiento de la fotografía y otros avances tecnológicos así como un nuevo estilo del color; y una nueva percepción sobre la luz, en consonancia con toda Europa, que los nuevos artistas  habían aprendido, en las principales academias europeas, dio un valor de tránsito cambiante, a la modernidad. El paisaje, despreciado a finales del siglo XIX, fue el género, con más posibilidades de experimentación plástica en los pintores modernos. Regoyos, y su pincelada impresionista, Beruguete y su visión regeneracionista del país, a través de paisajes como este, de las Orillas del Avìa; De forma paralela, cabe destacar la figura del valenciano Joaquín Sorolla, a la cabeza de la llamada “España blanca”, aquí irreconocible en las dos obras expuestas,  en contraposición de la llamada “España negra”, de la que destacaría Zuloaga, muy influenciado por las reflexiones de la Generación del 98, y su imagen de una España atrasada, y dominada por un feroz catolicismo. Su castizo austero, se verá reflejado en su  femme fatale, aquí representada. La muestra concluye, en los años veinte, del siglo pasado con Gutiérrez Solana, y sus obras de gran carga social y dos retratos: uno de un torero, de  Vázquez Díaz y un enjuto y arrugado rostro femenino, de Benjamín Palencia, que evita cualquier complacencia o sentimentalismo, que fuera de todo contexto expositivo, representa la España decadente, que iban a vivir los artistas españoles, en el preludio de la contienda bélica que iba a dividir a las dos Españas. La sensibilidad del coleccionista, queda patente, en la muestra, en detalles como la aparición de cuatro obras del pintor vasco Juan de Echevarría. Pintor muy desconocido, fuera de los circuitos vascos, y que representa a aquellos artistas, que no llegaron a ser  reconocidos a nivel internacional, pero permanecen en el recuerdo.

 Senderos de modernidad. Pintura española de los siglos XIX y XX en la colección Gerstenmaier.

Diputación Provincial de Zaragoza

05/06-31/08/2014


Nati Cañada. Retrospectiva, 1960-2014

 

El pasado 11 de abril, tuvo lugar, en el Museo de Teruel la inauguración de la exposición retrospectiva, 1960-2014, de Nati Cañada. Pintora atípica en su tiempo, esencial, pero, a la vez, única y definitivamente moderna, que posee una técnica depuradísima, en la que la realidad es objeto de análisis minuciosos a través de su particular mirada.

Nacida en Oliete (Teruel), es una de las artistas aragonesas de mayor proyección internacional. De formación humanista, como, muy bien, indica Rafael Ordóñez Fernández en la presentación del catálogo de la exposición, ha tenido en Zaragoza, Valencia y Madrid sus territorios de aprendizaje. En la capital del Ebro, trascurrió su infancia y su juventud, y fue en la mítica academia de su padre, Alejandro Cañada, donde recibió las primeras enseñanzas de taller y donde se inició artísticamente, junto a  otros jóvenes, que, con el tiempo, han pasado a formar parte del panorama artístico aragonés (Juan Gris, Pérez Mezquita, Fernando Sinaga, Pascual Blanco, Jorge Gay, etc.). Completó su formación en las Reales Academias de Bellas Artes de San Carlos en Valencia y San Fernando en Madrid, obteniendo la licenciatura en Bellas Artes. Además, se formó como pianista en el Conservatorio Superior de Música de Zaragoza.

 Ha realizado multitud de exposiciones  por todo el mundo. Ha cultivado todos los géneros, el bodegón, el paisaje y la figura humana. Pero, queremos destacar, sobre todo, su actividad como retratista (que le ha reportado éxito y reconocimiento internacional): primero representó a su familia y, después poco a poco, ha ido pintando a algunas de las personalidades más influyentes del siglo XX, tanto a nivel nacional como internacional. Entre sus retratos, destacan: los de los miembros de la familia real española: “Rey almirante” o “Reina sepia”; el del tenor Plácido Domingo; el del vicepresidente de Aragón, José Ángel Biel; el del obispo de Teruel, don Carlos Escribano; el del compositor aragonés Antón García Abril; el del escritor, y premio Nóbel, Camilo José Cela; el del cantante Julio Iglesias; el del torero El Litri; el de la aristócrata baronesa Thyssen Bornemisza (Tita Cervera); el  realizado al premio Nóbel de literatura, recientemente fallecido, Gabriel García Márquez, que se encuentra en la biblioteca de la casa del escritor, en México; o el retrato del papa Benedicto XVI, que ha sido muy reproducido. Además, hay que destacar también los retratos realizados a famososactores, músicos, modelos, deportistas como: Charlon Gesto, Michael Jackson, Inés Sastre, Ráphael o Carlos Sainz. Como es evidente, la mayoría de estos retratos son propiedad de quienes los encargaron y se encuentran en sus domicilios, por lo que no podemos disfrutar de ellos en las muestras de Teruel y Alcañiz.

El eje fundamental de su pintura ha sido, y sigue siendo, la figura humana y más concretamente el retrato; en cada uno de sus trabajos, es como si regalara al espectador un trozo de su mirada, una mirada profunda y próxima, capaz de captar los detalles íntimos y fundamentales de la personalidad de sus modelos.

Nati Cañada no es pintora de fuertes contrastes, ni de grandes definiciones. Sus amarillos (“Autorretrato en amarillo”), sepias (“Reina sepia”, “Dina de Laurentis”), o los azules (“Rey almirante”) se matizan en gradaciones diversas para formar la figura. No reniega del dibujo para componer y buscar el equilibrio clásico en las proporciones, pero, como ella misma indica, prefiere dibujar con el pincel sobre el lienzo. Además, utiliza otras estrategias más modernas como el encuadre fotográfico descentrado o que la obra continúe más allá de los límites de la propia tabla.

Ha retratado a sus familiares con cariño y elegancia, sobre fondos austeros y neutros que los realzan. Con su pincelada fluida, también ha pintado, como ya he indicado, a  personajes celebres con gran dignidad, cariño y fuerza expresiva, transmitiéndonos, a través de sus recursos pictóricos, la grandeza de estas personalidades.   

En la presente muestra, podemos contemplar más de cincuenta años de su trabajo creativo. La exposición consta de 80 obras (algunas de su colección particular y otras cedidas para la ocasión) divididas en cinco etapas.

La primera, comprendida entre los años 1960 y 1970, denominada de “Formación y deformaciones”. Transcurre principalmente en el estudio de su padre, Alejandro. Es un periodo de investigación y búsqueda, de descubrimientos y abandonos. Como la pintora indica: “un pintor trata de rebelarse contra los cánones establecidos e ir forjando su propio carácter como artista”. Sus modelos serán su propia familia (Dos hermanas), una constante en su obra, y rincones de Zaragoza y de su pueblo natal (Iglesia de Oliete, Corral de Dula). Su pintura esta dominada por masas cromáticas, con matices de color y efectos de luz, próxima, en algunos casos, a la abstracción, como ocurre en: Barcos azules, Mercado de pollos o Niños en rojo. El soporte elegido para sus obras será la tabla, una constante en toda su producción artística.     

Una segunda etapa que trascurre entre los años 1970 y 1980, dedicada a la “Familia”:  “Ya que me casé y tuve a mis hijos, y solo pintaba escenas familiares, madres, hijos y abuelas”. Se produce una evolución en su obra, una liberación de la materia, y evolución hacia formas ligeras y cristalinas, que se convertirán en una de sus señas de identidad. Los fondos desaparecen y la atención se centra en los personajes que viven en una especie de esfumato, en una atmósfera familiar: Pretérito pluscuamperfecto, Mi primera comunión, Mi familia con monja, Autorretrato con familia, Nati con Jose, Familia en Rojo.

El tercer periodo es el comprendido entre el año 1980 y el 1990, denominado “Mística”. El interés de Nati Cañada está en el espíritu de las cosas, en su lado inmaterial. Los personajes de sus cuadros levitan, han perdido su punto de apoyo. Poco a poco, el trazo se vuelve más limpio, la pintura más delicada. Pinta una serie de personajes que parecen espíritus, tienen cabeza y manos pero no tienen pies, la autora nos indica: “soy incapaz de pintar pies, todo flota en el espacio es mi etapa más etérea”.De esta época, son sus obras: Marian espíritu, o Encuentro.Su mirada es casi fotográfica, a propósito, ha desenfocado los bordes y se ha centrado y enfocado, únicamente, el centro de la escena, o la cara del personaje, buscando su esencia, como ocurre en: Mantel con tazón, Cama, o Alacena. Soncomposiciones horizontales donde la perspectiva es clásica, y la disposición de los motivos (los pliegues y arrugas de las telas, los bordados del mantel, el tazón o la almohada) conducen nuestra mirada hacia un punto concreto, centrando nuestra atención y desenfocando las zonas periféricas.     

La cuarta etapa trascurre entre los años 1990 y 2000, llamada “Materia y desmaterialización. La evolución continua en lo que respecta al tratamiento de la luz y de la figura humana que se desmaterializa totalmente, abandonando el cuadro, como ocurre en: Cama, Mantel con tazón, Alacena; dejándonos, únicamente, la huella de su estancia en ese escenario  o en ese lugar.

La quinta y última, la más reciente, comprendida entre los años 2000 y 2014, denominada “Evolución de la materia”. Gracias a un viaje a Londres, descubre las creaciones clásicas de la antigua Grecia; al momento, se enamora de esta cultura; los personajes clásicos y los temas míticos inundan su trabajo, como por ejemplo en “Homenaje a Fidias” o “Diana cazadora”. Su pasión por la escultura antigua es evidente en la minuciosa representación de los pliegues de los vestidos de estas pinturas como si se tratase de esculturas tridimensionales realizadas por el propio Fidias. Es interesante subrayar que en estos lienzos desaparecen las cabezas, al igual que se habían desmaterializado las figuras humanas en la etapa anterior. Y afloran las palomas como una constante en las creaciones: “Palomas” o “Bautismo”. Y vuelven a aparecer, como ocurría en sus primeras obras, las texturas, los raspados y las manchas.


Ángel Marcos: Punto y seguido

 

Se trata de una exposición de aproximadamente ochenta obras de pintura y dibujo del restaurador y pintor navarro Ángel Marcos Martínez, hoy asentado en Ejea de los Caballeros desde la mitad de los años ochenta, que selecciona los trabajos artísticos realizados a lo largo de toda su vida. Organizada por el Ayuntamiento de Ejea de los Caballeros, Zaragoza, en la Sala de Exposiciones de la Casa Parroquial de dicho municipio, del 27 de abril a 1 de junio de 2014. Con esta exposición conocemos su otra faceta profesional, que no es la de restaurador sino la de artista; el título de esta muestra “punto y seguido” subraya precisamente ese cambio de profesión, que no es un cambio drástico pues cuando trabajaba en la restauración, 39 años como restaurador en el museo de Navarra lo avalan, ya aprovechaba el autor su tiempo libre  para practicar de forma creativa la pintura y el dibujo. Ángel Marcos ha dibujado y pintado  durante toda su vida desde que era niño. Ha hecho retratos, ha trabajado para diferentes clientes que le encargaban cuadros y, según él mismo declara, ahora comienza una nueva etapa de pintor, ahora que estájubilado. Dice querer dedicarse a ello con pasión, a pesar de haber tenido un grave percance al perder parte del dedo índice de la mano derecha, cosa que le ha acondicionado a adaptar un mecanismo diseñado por él mismo, para sujetar el pincel.

 

Esta muestra retrospectiva está organizada por distintas agrupaciones temáticas o técnicas que estructuran la exposición y no por fecha, pues no hubiera tenido sentido hacer hincapié en un orden cronológico, porque a veces ha tardado muchos años en terminar un cuadro en sus ratos libres. Destacan los grupos de retratos,obras en homenaje a los grandes maestros, trampantojos, la vida en la calle, aves, animales e insectos, apuntes taurinos, bodegones y otras obras sueltas. Aplica diferentes técnicas que van desde el dibujo a carboncillo, pastel,  temperas, óleo o técnicas mixtas que no son lo común, es decir, mezcla grafito con óleo, tempera con óleo. Pero siempre con sus gustos de que se transparenten los fondos, mostrando la preparación del soporte.

Una de las obras más representativas, incluso por su iconografía social, es la “pareja de mendigos”, donde se muestra su dibujo con seguridad y sin titubeos, haciendo gala de gran espontaneidad. Está pintada sobre un lienzo preparado con yeso, empleando el grafito para el dibujo y después con óleo ha dado toques muy transparentes y bruscas luces, por decirlo de alguna manera, respetando el fondo de la preparación.

Es una circunstancia feliz que esta exposición se celebre en Ejea, donde, a través del Área de Restauración de Diputación de Zaragoza, afrontó la difícil y comprometida tarea de sacar a la luz del antiguo retablo barroco, el retablo Gótico que los maestros Blasco de Grañén y Martín de Soria pintaron allá por el siglo XV, recogido en la iglesia de San Salvador, una de las mejores joyas de patrimonio mueble en esta localidad de las Cinco Villas. Con esa labor de restauración triunfó en la provincia de Zaragoza y esperemos que ese sea también el siguiente paso en su carrera pictórica.


Rafael Navarro. La presencia de una ausencia (homenaje a D. Manuel Álvarez Bravo).

Hasta el pasado 8 de junio, hemos tenido la oportunidad de contemplar la exposición en el Palacio de la Aljafería. Un conjunto de 28 fotografías, todas ellas a color, tomadas durante 2011 en el estudio-vivienda del célebre fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo (1902-2002), en el distrito de Coyoacán (México D.F.).

Se trata ésta de una muestra, hasta cierto punto, inédita por cuanto nos ofrece una faceta temática bastante desconocida del autor, cuya trayectoria se ha fundamentado a lo largo de numerosas series en el género del desnudo en blanco y negro (como reconocemos ya en sus Formas o Evasiones, ambas de 1975). Imágenes de interior para las que el empleo de la luz se ha erigido en un recurso primordial a la hora de resaltar las superficies y texturas de la piel, como auténticos territorios para la exploración, por medio de la definición de sugerentes modelados que potenciaban las líneas y formas. Precisamente el fotógrafo mexicano fue un extenso cultivador de este género del desnudo, dentro de una amplísimo recorrido creativo que le llevó, además, a registrar con su cámara visiones variadas de su país, trascendiendo la presunta objetividad asociada al reportaje documental para ofrecer una mirada personal y subjetiva de cuanto le rodeaba.

Las fotografías de Navarro forman un conjunto coherente, casi al modo de bodegones desde el punto de vista compositivo, donde prima el detalle, la mostración de los objetos bajo una nitidez, igualmente poco habitual en su quehacer artístico, y que tienen, de nuevo, en el color a uno de sus más firmes aliados para recrear una especie de saturación sensualista, aunque también haya lugar para la austeridad en la concisión de las imágenes 5 y 6 (porciones de papel), en las que destacan la textura, las combinaciones de líneas y el desenfoque.

Muchos son los objetos que capta la cámara, a veces, configurando una verdadera amalgama (como sucede en la número 23), los cuales nos ilustran sobre algunos de los intereses primordiales de Álvarez Bravo: máscaras y cerámicas de tradición artesanal precolombina, que nos sitúan, a su vez, ante un artista preocupado por ser fiel a sus raíces, pero que supo conjugar esta tradición, su marcada identidad, con la modernidad, el retrato realista con la fantasía evocadora, tal como había hecho su amigo el escritor y también fotógrafo Juan Rulfo.

Libros, recortes de periódicos, y, por supuesto, fotografías, objetos que son porciones de vida y presencia sugerida de quien habitó este espacio hasta 2002. En efecto, si existe un leit-motiv en las imágenes presentadas es la idea del espacio nunca vacío, siempre habitado por una suerte de halo, de fuerte personalidad que se rodeó de materiales diversos; éste es uno de los rasgos característicos del coleccionista: la pervivencia de su memoria en los objetos que poseyó. Esta presencia toma cuerpo igualmente en una imagen (número 16) que muestra dos sencillas sillas, junto a la ventana, lugar, a buen seguro, de largas conversaciones entre amigos.

En todas estas fotografías, se condensa la noción del tiempo detenido, pero no bajo una consideración estática, sino bajo un sentido de plenitud, de consciencia de la labor creadora hasta los últimos momentos de vida, como encarnó a la perfección el propio Álvarez Bravo, que estuvo fotografiando hasta poco antes de morir, con más de noventa años de edad. “Hay tiempo, hay tiempo”, reza una nota en la primera imagen de la exposición.

Finalmente, cabe decir que en este repertorio de fotografías parece combinarse la mirada subjetiva del propio fotógrafo mexicano, como si fuera él el que observara a través de la ventana de su estudio al exterior de su jardín (número 22), junto con la de Rafael Navarro, atento a los objetos que formaron parte de su cotidianidad. Una aproximación desde el respeto y consideración a uno de los maestros más significativos de la fotografía del siglo XX, aunque todavía no lo suficientemente conocido y reivindicado.


Charo Pradas, La casa del alma

La Galería Carolina Rojo inicia una nueva etapa, y lo hace con un ambicioso proyecto que no sólo trae consigo un cambio de espacio –a un local que incluye una amplia y luminosa sala de exposiciones a pie de calle–, sino también una trabajada programación de actividades que van más allá de lo estrictamente comercial. El objetivo, según se indica en su propia página web, no es otro que “colaborar en el conocimiento de las manifestaciones artísticas actuales para su correcta valoración, un factor determinante en la dinamización del coleccionismo”. Para esto propone la organización de cursos, talleres y conferencias, la puesta en marcha de un proyecto editorial propio, Cierzo, y una atención preferente por los libros de artista y las publicaciones de arte. Además, obviamente, de una cuidada selección de artistas –Almalé y Bondía, Charo Pradas, Fernando Martín Godoy, Jorge Usán, Louisa Holecz, Nacho Bolea, Cecilia de Val, Enrique Radigales, Jorge Fuembuena, José Noguero, Mariano Anós y Yann Leto– que trasciende ampliamente los límites del panorama local. Una apuesta de riesgo pero, sobre todo, una muestra de compromiso con la cultura en el momento en que resulta más necesario.

Se inaugura esta nueva etapa con la feliz recuperación del trabajo de Charo Pradas, alejada de las salas zaragozanas desde 2008, cuando mostró en la Sala Juan Francés de la Casa de la Mujer el resultado de su estancia artística en la localidad de Albarracín. La casa del alma es el título de este nuevo proyecto, una selección de pinturas y dibujos realizados durante el año 2010. Como el propio título indica, Charo Pradas propone un ejercicio de búsqueda y análisis interior –en el suyo, en el nuestro y aún en el de la propia naturaleza–, a través de un lenguaje abstracto que le es ya característico, pero a través del cual se permite explorar nuevas vías. Chus Tudelilla, comisaria, insiste en el texto que acompaña a la exposición en ese ejercicio interrogativo emprendido por la artista, en el que inevitablemente se ve inmerso el espectador de su obra: “El vértigo cósmico, que en otro tiempo desencadenaba toda una suerte de dinámicas resonancias y fructíferas tensiones, parece haber llegado en esta secuencia de pinturas a lo más profundo, allí donde todo flota y estalla, donde es posible asistir al lado oculto de las cosas”. Un espacio interior que implosiona a partir de formas coaguladas, viscerales, que batallan en una constante lucha de voluntades expresadas a través de la mancha del color y el goteo prolongado en forma de tela de araña. Una visceralidad que no resulta en ningún caso teatral o artificiosa sino que más bien opta por la serenidad incómoda de los fluidos en movimiento. Una especie de “pangea” líquida en perpetua recreación.

Hay en Charo Pradas una evidente delectación en el aspecto procesual de su trabajo. La artista interviene sobre pinturas anteriores mediante el borrado que, en su caso, no es destructivo sino constructivo, generativo, con el que da lugar a una sucesión de planos casi infinita que favorece esa mirada hacia el abismo interior. Deja con este proceder, huella visible del camino recorrido, de una experiencia plástica que es, por encima de todo, vital. La geometría propia de estadios anteriores queda en un segundo plano con el ánimo de propiciar la explosión matérica en la que parece haberse adentrado. Uno de los mayores logros de esta serie de pinturas reside en que nunca parece agotarse la posibilidad de descubrir nuevos matices en el sutil tratamiento que la artista da a las sucesivas capas pictóricas, de una inagotable variedad tonal.

Cabe llamar la atención sobre la serie de dibujos a tinta en los que Charo Pradas no levanta la mano del papel hasta dar lugar a una infinita sucesión de espirales generada a partir de cambios minúsculos pero progresivos, de acuerdo con los principios de la teoría del caos. Una reiteración en el uso de una misma forma, geométrica y orgánica, que se desarrolla en una especie de eterno retorno que, contraviniendo a Zaratustra, nunca es lo mismo, sino más bien reformulación de lo anterior. 

Ahora bien, no hay contradicción entre los lienzos y dibujos expuestos por Charo Pradas. La fluidez líquida de sus pinturas, se torna rítmica en las espirales de sus dibujos. Todo responde a una misma mirada introspectiva en la que cada acontecimiento avanza el siguiente, que es al mismo tiempo independiente y consecuencia del anterior.

En la presentación de su exposición, Charo Pradas aludió al libro Cartas sobre Cézanne que reúne la correspondencia que el poeta Rainer María Rilke envió a su esposa tras visitar en 1907 la exposición conmemorativa que el Salon d’Automne de París dedicó al pintor tras su muerte el año anterior en Aix-en-Provence. Entre las impresiones que le suscitó la obra del maestro encontramos una reflexión sobre el carácter del acto creativo que, entendemos, Charo Pradas haría suya: “Sí, la obra artística siempre es el resultado de un haber estado en peligro, de haber llegado hasta el final en una experiencia, hasta donde ya nadie puede ir más lejos. Cuanto más se avanza en ella, la vivencia se hace más propia, más personal, más única, y al fin, la obra artística resulta la manifestación necesaria, irreprimible, lo más definitiva posible, de tal singularidad… Ahí radica, justamente, la ayuda enorme que constituye la pieza artística para la vida de quien tiene que hacerla… en ser su síntesis”.


Miradas, de José Luis Barranco.

Desde el pasado 21 de febrero hasta el próximo 11 de abril, permanecerá abierta la exposición en la sala de exposiciones del Colegio La Salle F. Gran Vía.

Algo palpable a lo largo de toda la muestra es la capacidad de José Luis Barranco de conectar sin ningún obstáculo con el público. Sus retratos captan la atención del espectador desde el primer momento. Esto se consigue en parte gracias al potente realismo que impregna toda la obra del artista. Constituye el instrumento idóneo para hacer comprensibles los temas al público, para materializar de manera directa los conceptos que el pintor quiere comunicar. La pintura realista normalmente llega al espectador de forma inmediata, no es imprescindible estar versado en arte para llegar a percibir lo que pretende transmitir. Pero en este tipo de pintura el virtuosismo técnico aparece como un requisito necesario para ese proceso de intercambio comunicativo. La pintura de este autor reclama sin duda la dignidad e importancia con que debe reconocerse el trabajo manual, ya que, efectivamente, se trata de un laborioso y concienzudo sistema de trabajo en lo que concierne a la elaboración. En palabras del propio artista:

“Para mí la pintura es una lucha trabajosa, de la que siempre salgo cansado, y con la que siempre busco un resultado.”

Barranco añade que por medio del dominio del color y la pincelada, trata de conseguir ese resultado, que para él es “captar el interior, el alma de la persona retratada”. El elevado nivel de detallismo y minuciosidad que permite la técnica del óleo es apreciable en la exactitud con que representa los ojos en sus retratos, captando una mirada tan profunda y penetrante que alcanza directamente al espectador. También exigen una enorme maestría el trabajo de los vestidos y los tocados de sus retratos de aires japoneses y árabes. En ellos, el empleo de un fondo neutro sobre el que se recorta el personaje retratado, no hace sino resaltar la figura, la cual por un sutil juego de luces y sombras es capaz de construir el espacio. En ello se distingue de la pintura japonesa que suele ser más planista. Pero es precisamente esta capacidad de construir el volumen de la figura, la que mejor se aprecia en sus dibujos al carboncillo. Son retratos en los que otorga todo el protagonismo al rostro, sin mostrarnos el resto del cuerpo. A veces se delimita la propia cara y es mediante las sombras de los labios, los mechones de cabello y los pómulos cómo consigue dar cuerpo y forma al volumen. El realismo alcanza tal nivel, que estos dibujos hasta que no son vistos a una distancia reveladora, pueden ser confundidos con retratos fotográficos. De hecho, la idea del trampantojo vehicula en buena medida muchos de estos retratos, en especial, el del niño de perfil apoyado sobre una mesa, cuya silueta recortada aflora de la oscuridad a través de una transición que nos reafirma en la capacidad técnica de su autor, todo un virtuoso. Uno de los vínculos estilísticos más evidentes del trabajo de Barranco tiene que ver, precisamente, con el hiperrealismo o fotorrealismo. Además de por su escrupulosa, detallista y exacta reproducción de los rostros, se asocia con este movimiento por recurrir a fotografías preexistentes que el autor ha podido contemplar procedentes de revistas impresas y de la propia red. Por otro lado, lejos de la frialdad clasificatoria, casi taxonomista, de los retratos frontales de Chuck Close, sin ir más lejos, que se emparentan asimismo con los asépticos e inexpresivos retratos fotográficos de Thomas Ruff de los años ochenta y noventa del pasado siglo. Las obras de Barranco muestran una cercanía sin complejos, alejado de cualquier pretensión que no sea la de expresar una particular subjetividad a partir de un riguroso trabajo que trasciende la mera fidelidad a una formas concretas, lo descriptivo y denotativo, al igual que han hecho otros célebres retratistas en la historia del arte, como luego apuntaremos. Nos recuerda los trabajos de los fotógrafos y cineastas amateurs (dicho sea de paso sin ningún matiz despreciativo hacia la figura de este colectivo y, por supuesto, hacia la obra de José Luis Barranco), que expresan esta misma proximidad y simpatía –y hasta cariño– por las personas que aparecen ahí retratadas.

 Por todo lo dicho, encontramos fuertes lazos con la tradición (tanto desde el punto de vista temático como formal), que son buscados conscientemente, sin miedos, sin prejuicios limitadores. Se deja para otra ocasión la experimentación, la trascendencia formalista que a veces se torna en fuegos de artificio; no hay deseo de romper esquemas, de ser vanguardista más de lo estrictamente necesario. En este caso, sí que importa el resultado, como antes aludía el propio artista, la obra final, quebrando de esta manera las búsquedas procesuales que habían preocupado tanto a determinados creadores de épocas anteriores.

Además, el realismo de José Luis Barranco conecta con la pintura de la tradición realista española. El propio Velázquez se caracterizó en su periodo de juventud por el empleo del naturalismo-tenebrismo caravaggista que se vale de un foco luminoso dirigido y teatral que ilumina las partes de la figura que le interesa que comprendamos. La precisa y medida pincelada que emplea en ocasiones la pintura realista contemporánea  y a la que se refiere el propio José Luis Barranco, también nos recuerda a esta tradición del realismo español. Del propio Pacheco, maestro de Velázquez, se suele destacar la calidad de sus retratos dibujados. Y es que la tradición realista española ha supuesto un fecundo recurso para los artistas durante una parte importante de la historia del arte. Fue recuperada por impresionistas como Manet o Renoir que admiraron esta pintura y en el siglo XX también inspiró a creadores como Picasso o Dalí. La elección de  personajes sencillos como los que protagonizan los cuadros de José Luis Barraco, tiene un vínculo potente con esta tradición, como puede comprobarse en obras de Ribera. También nuestro artista presta enorme atención al retrato de la piel y las arrugas. Además, el empleo de una pincelada fina, que acusa visualmente el volumen y el peso, es propio de artistas como Zurbarán. Otra nota preeminente en la muestra es la simpatía de los temas representados. Es otra forma de aproximarse al público y en ello también es posible apreciar una continuidad con el realismo tradicional español. Es el caso de Murillo en sus escenas de cámara con niños, consigue a través de ellos. El costumbrismo aparece también presente en la pintura de José Luis Barranco. Se percibe claramente en un dibujo a carboncillo en el que representa a una mujer, ataviada con una indumentaria tradicional y sosteniendo un cántaro con un brazo y otro recipiente con la cabeza. Es en la pintura del siglo XVII con Caravaggio cuando comienzan a destilarse los motivos costumbristas, pues mostrando modelos más cercanos al fiel era posible conectar con el de manera más efectiva. Velázquez y Murillo se apropian de este costumbrismo que pasa a ser una nota definitoria de la pintura española del XVII. Otra etapa en la que se recupera con decisión este costumbrismo es en la pintura del XIX, pero con un objetivo diferente, como forma de construir una identidad nacional colectiva. De finales del XVIII es el óleo sobre lienzo Las mozas del cántaro, que Goya pintó para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. Pero más próxima a esta pintura de Barranco es la Mujer con cántaro de Pérez Donaz a finales del siglo XIX, principios del siglo XX. Y es que esta escena en concreto, de personajes con diferentes tipos de recipientes para contener líquido, constituye un motivo recurrente dentro del costumbrismo español.

Pero la riqueza de motivos de los que se sirve José Luis Barranco, como los temas de influencia japonesa o la estética árabe, permiten ver el vínculo otras etapas muy distintas de la pintura española. Es el caso del Impresionismo de Mariano Fortuny en su Jardín de la casa de Fortuny (1870-72). La habilidosa combinación de dibujo minucioso aunque rápido y del protagonismo otorgado a la luz, es algo que predomina en esta obra y que también vemos en un retrato de una mujer japonesa en Miradas.


Fotografías de José Luis Gamboa, cuadros de Alicia Sienes, Obra sobre papel de Isabel F. Echeverría, pinturas de Rafael Gómez Pelufo

El pintor José Luis Gamboa inauguró con 16 fotografías en color, el 15 de enero, en el bar La Pequeña Europa, que corresponden a los años 2013 y 2014. Conjunto de muy variado tamaño y la mayor de 100 x 70 cm. El único tema es la mujer sublimada, por belleza y juventud, que retrata en primeros planos y con marcada naturalidad, siempre mediante fondos oscuros o blancos, para mostrar cada personalidad dentro de cambiantes posturas. La fotografía más grande es una figura de gran belleza vista de medio perfil mirando al suelo, que sujeta una flor y otra junto a la oreja, de modo que se potencia un matiz romántico desde su naturalidad.

 

Bajo el título De lo espiritual en el arte…abstracto, como evidente alusión al gran Kandinsky, Alicia Sienes, 12 de febrero al 2 de marzo, presenta un conjunto de obras en el Espacio de Arte Nazca, que son un recorrido partiendo de una idea que desarrolla, según ha hecho en otras exposiciones. El día de la inauguración actuó una bailarina que en la tarjeta de invitación dice Path´s Buton Dance. Solo Danza.

Veamos el muy pensado recorrido. 1- La exposición comienza con un telón negro que anuncia el itinerario. 2- El lenguaje de las formas y los colores. Tres obras con énfasis del color mediante trazos gestuales, que se contraponen con la exacta geometría y el toque expresionista. 3- Suprematismo. Sobriedad del color, salvo una obra con dosis expresionistas, y predominio de la geometría en las dos obras restantes. Alusiones a Malevich y Hilma af Klint. 4- Discos de Newton. Tres círculos concéntricos con toques expresionistas. Homenaje a Frantisek Kupka. 5- Sun ergo cogito. Tres obras con énfasis geométrico y sobriedad del color. 6- Siete abstracciones, cinco son collages, con formas geométricas y toque espacial de índole expresivo. 6- Final del recorrido con un montaje mediante obras sueltas y dispares textos. Homenajes a Malevich, Mondrian, Hilma af Klint, al parecer primer artista abstracto antes que Kandinsky y descubierta en fechas recientes, y Goethe.

Exposición atractiva desde una idea desarrollada de forma impecable, en la que aborda todo desde criterios abstractos. En otra exposición, por ejemplo, el tema obligaba a desarrollarlo con obra figurativa. Ni es una sugerencia, pero a veces hemos pensado en que quizá tiene más lógica desarrollar una obra personal dentro de una línea específica e ir avanzando hacia donde sea.

 

 

 

 

 

Bajo el título Árboles de papel, 13 de febrero al 30 de abril, Sala de Exposiciones Temporales de La Calle Indiscreta, tenemos 31 collages hechos con papel procedentes, según se indica en el prólogo, de embalajes, revistas, folletos, carteles, periódicos, etc. Exposición que busca recordar la importancia de la preservación de la biodiversidad urbana -enseñar, para proteger desde el conocimiento- y el interés que tiene la reutilización de desechos, en este caso papel y cartón.

Reflejada su intención, tan decente y loable, lo importante es el impecable resultado de los collages en pequeño formato y con fondo negro, salvo dos excepciones en blanco, que sirven para incorporar dispares formas de palpitante color y realizar una obra surrealista empapada de imaginación, tan desbordante, que también destaca por su perfecto equilibrio compositivo. Ahora vienen los temas, incluso varios en un collage, mediante ojos, peces, piernas de mujer, gomas de coche, sombreros, círculos, hojas, caracoles, cadenas, la Luna, numerosos formas informes partiendo de otras pero alteradas o melenas sueltas. Dicho así parece muy sencillo, pero vemos de gran complejidad que todo sea tan coherente, sin olvidar que todo procede de la misma mano, del mismo pensamiento.

 

 

 

 

 

Si el 4 de marzo se inauguraba la exposición del pintor Rafael Gómez Pelufo, bar Bonanza, el jueves día 6 nos acercamos para tomar datos sobre la obra del artista. Un jueves que acababa de fallecer el poeta Leopoldo María Panero, el cual iba por el bar con el poeta Ángel Guinda y la fotógrafa Laura Gimeno. Como dio la casualidad que estaba el también poeta Luis Felipe Alegre, le pedimos que declamara varios poemas en memoria de Panero. Aceptó. En medio del latente silencio, con Luis Felipe Alegre sentado sobre la barra, nos dejamos invadir por la evocadora palabra y la perfecta articulación de sonidos surgiendo como una melodía distinta. Muy emocionante. Allí, en el bar Bonanza, estaban los artistas plásticos Helena Santolaya, Antonio Chipriana, Paco Rallo, Nemesio Mata y Débora Quelle, así como el arquitecto Ricardo Marco, el escritor Miguel Ángel Ortiz, Carlos Buil y Jana Catalán.

Pero ahora estamos con la exposición de Rafael Gómez Pelufo, cuyo título, Ausencias, está relacionado con los dibujos realistas que retratan, por ejemplo, a Manuel García Maya, que fuera el siempre recordado propietario del bar Bonanza y también pintor, y Emilio Abanto, pintor y cliente del bar fallecido en fechas muy prematuras. Todo muy evocador. También expuso un tríptico, soporte de lienzo, pintado con dominantes amarillos. Dos planos, para tierra y cielo, montes bajos desde su lejanía por el amplio espacio y una hormiga gigante en el centro de la composición que flota dentro de un rectángulo.