Entre los días 17 y 30 de Julio pudimos disfrutar en el Centro de Artes para Jóvenes El Túnel de las ilustraciones de la joven artista Elena Benedí, que forman parte de su Trabajo de Fin de Grado en Bellas Artes por la Universidad de Zaragoza. En ellas, plantea al espectador reflexiones de gran calado. Alcemos la vista al pasear por cualquier bulevar y miremos alrededor: ¿se han fijado en la competencia que existe entre nuestras ciudades y Disneylandia? Los cascos históricos occidentales se configuran como refinados atrezos, fondos decorativos para las fotografías del foráneo y bambalinas que enmarcan la vida del habitante habitual. Es fácil habituarse a la vida al margen de la acción teatral. El arte dramático, al fin y al cabo y como tantas otras cosas, es una manifestación que se ejecuta con más sencillez ante caras desconocidas. No es por lo tanto extraño que el turista se deleite ante las vibrantes volutas o los refinados ornamenti, mientras que el autóctono, cansado ya de la utilería, prefiera no participar en la función. Aunque esa decisión no lo condena al patio de butacas. Ni al gallinero. Netia demuestra el cariño que los teloneros pueden desarrollar por su teatro urbano.
Porque, ¿qué ocurre si uno de estos habitantes pasivos abandona su ciudad natal y regresa tras un tiempo? Seguramente rechazará los rincones más oscuros del escenario y tratará de ser de nuevo el centro de los focos. Observará los cambios. Se sorprenderá ante ellos. Rebuscará en su magín. Vivirá. Y hará que la arquitectura viva. El viejo decorado por el que caminaba sin apenas prestar atención quedará lleno de un sinfín de sensaciones y formas difuminadas en el tiempo. Elena Benedí plasma a la perfección el viaje al subconsciente de un antiguo actor sin obra que, partiendo en busca de otros escenarios, regresa para ver de otro modo al que una vez fue propio.
El paseo intimista a través de un entorno urbano parece recordar a los inicios de Paprika, una de las grandes obras de Satoshi Kon, en que la protagonista da saltos de una ensoñación a otra, a medio camino entre la realidad y la esfera paralela del consciente. Distintos edificios y vehículos sirven como marco a una urbe plena del reflejo de sus ojos marrones. Al igual que en una película de animación, todas las ilustraciones de la muestra se encuentran interconectadas por el contenido narrativo que resulta, por otro lado, inherente al género. Sobran las letras, queda el relato. La concatenación de imágenes de la joven ilustradora podría hacer las delicias de cualquier amante de la narrativa gráfica contemporánea. Freud -por seleccionar a uno de los próceres en estudios sobre el inconsciente- solía decir que el sueño es lacónico, en tanto que condensaba mucha información en pocas imágenes. Conditio sine qua non -como sabrán los amantes del cómic- para una narración lógica y que se cumple también en este caso.
La elección del largo pasillo de El Túnel como espacio expositivo potencia la lectura de las imágenes. Quizás, una luz más matizada no habría hecho daño a unas obras bícromas en las que resaltan pequeños toques de color que llaman la atención del espectador hacia ideas concretas, de múltiple interpretación. De todas ellas, nos quedamos con una ensombrecida por el fondo bícromo: la del personaje que se ve incapaz de abrazar un árbol cuya anchura crece en progresión. Una metáfora magnífica en tiempos de crisis que cada espectador puede interpretar a su manera. Sin embargo, no debe olvidar que el protagonista culmina el relato levantándose del banco y continuando el camino. Siempre queda senda por andar. Y es bueno saberlo.